Caminantes impávidos

Bien decía San Juan Eudes en sus cartas “Seamos fuertes en el Señor y en el poder de su fortaleza, persuadidos de que nuestro trabajo no es inútil en el Señor. Arrojemos todas nuestras inquietudes en su regazo y él se ocupará de nosotros. Los que nos combaten no lo hacen a nosotros; lo hacen al Rey y a la Reina del cielo y de la tierra; ellos sabrán desvanecer todos sus planes cuando sea tiempo. Sin embargo, hagamos por nuestra parte todo lo que podamos por los asuntos de nuestro Señor, y permanezcamos en paz. No olvidemos orar mucho, como por bienhechores, por aquellos de quienes el Señor ha querido servirse para corregirnos.”

Porque en el camino como creyentes que buscamos la presencia del Señor, seguidores de su guía hacia la libertad y la verdad, podemos vernos enfrentados a difíciles situaciones que perturban nuestro encuentro y nuestra confianza en su voluntad.

Ante las dificultades, nuestra fragilidad humana sale a flote, flaqueamos y como Jerusalén, no escuchamos la voz del Señor, no confiamos en él y no recurrimos a él (Sof 3, 2), las decepciones, los duelos, las dudas, la rabia, los temores nos obnubilan y olvidamos cómo Dios se ha ganado nuestra confianza en el pasado, como ha pagado un precio por nuestra salvación y como nos ha entregado todo CON AMOR INFINITO, para que seamos lo que somos.

Pero… ¿Cómo mantener una fe impávida ante cualquier circunstancia? ¿Cómo no olvidar la fidelidad de Dios ante las dificultades? La constancia en la fe a Dios implica como en toda relación, saber que nunca estamos solos, que él ha estado, está y estará ahí, aun cuando no lo podamos percibir, cuando no lo creamos, aun cuando temamos, porque como todo buen padre nos ama y siempre nos espera (Lc 15, 1-32).

Además, en el camino es importante acercarnos constantemente “a tiempo y a destiempo, con ánimo o sin ánimo” a la fuente, al “Espíritu Santo el defensor, que nos ayuda en nuestra debilidad. Pues nosotros no sabemos cómo pedir; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26) y en esos encuentros entregarle todas las cargas, para no dejar que estas nos dominen, descansar en él, aunque no entendamos desde nuestra lógica su voluntad, que muy seguramente se valdrá de esas dificultades para fortalecernos y glorificarse, para usarnos como sus guerreros, para enseñarnos que ni la muerte, ni el pecado tienen poder sobre nosotros.
Para al final, dar testimonio a nuestros hermanos que atravesarán dificultades similares que con fe inflexible hemos podido superarlas, hemos vivido lo que San Pablo dijo “Dios dispone de todas las cosas para el bien de quienes le aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Rm 8, 28).

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