¡Sí que tenemos un Padre fiel!

Los hombres y mujeres tarde o temprano caemos en el engaño de adaptarnos a un mundo consumista que solo utiliza las cosas o las personas mientras le brindan un beneficio y cuando ya no representan utilidad las desechan y/o  abandonan, porque no se adquiere una obligación, no hay que creer, no hay porque sentir, sufrir, o seguir fiel a nada ni a nadie.

Hoy nos cuesta creer y vivir el valor de la ‘fidelidad’ en todo tipo de relaciones, personales, familiares, comerciales, políticas, y por ende nos cuesta creer que exista un ser como Dios que sea fiel a sus promesas y a su amor incondicional. Nos puede costar creer que siempre nos ama, respalda, toma nuestras verdaderas necesidades y las suple, o que nos puede sorprender con sus respuestas maravillosas en tiempos en los que todo parece soledad y oscuridad, pero en la medida que crecemos en fe, que abrimos el corazón a la  presencia de Dios, descubrimos cómo dejarlo obrar cada vez más y le permitimos cumplir sus promesas, ser misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, (Éxodo 34,6).

De la gran fidelidad de Dios encontramos tantos testimonios, por ejemplo que el pueblo de Israel volviera a ser una nación en la tierra prometida o la historia de la viuda de Sarepta y el profeta Elías, (1 Reyes 17, 8-24), y así,  por su fidelidad podemos ser diferentes, arriesgados y vencedores del mundo, ser generosos porque como decía el poeta Virgilio “Quién podría engañar a quién ama”, Dios mismo nos blinda en cada momento que somos capaces de compartir con generosidad aun cuando para nosotros las fuerzas o las provisiones sean pocas.

En nuestros tiempos, también pese a nuestra incredulidad y a nuestras infidelidades, encontramos tantos testimonios de la fidelidad de Dios, en hermanos o hermanas que al acercarse con total abandono y confianza a Dios Padre han encontrado el compañero o compañera de su vida, han descubierto su vocación y profesión, han podido alimentarse pese a la escasez, han formado y mantenido sus proyectos empresariales, se han sanado de cáncer u otras enfermedades terminales ellos o sus seres queridos, han encontrado los trabajos justos y agradables, han podido tener hijos sanos pese a todas las contrariedades, han salido de la ruina, han obtenido el dinero para comprar sus bienes, se han salvado de accidentes mortales, en fin hay y habrá tantos testimonios de su fidelidad.

Finalmente, la fidelidad de nuestro Padre es tan grande que cumplió su promesa de salvarnos a todos (sin discriminación alguna) al enviar a su hijo único, Jesús y llamarnos a la comunión con él (1 Corintios 1,1-9).

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