Retrato de un discípulo en camino – Lectio Divina-

Mateo 20, 20-28: Retrato de un discípulo en camino

Santiago, hijo de Zebedeo, pescador de Galilea, junto con Juan su hermano, es uno de los primeros cuatro discípulos llamados por Jesús.

Volvamos al primer día. El Maestro de Nazaret comienza su misión itinerante a orillas del lago de Galilea con el anuncio: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4,17).

Él ve a Pedro y a Andrés en el acto de tirar las redes y les dice: «Vengan detrás de mí y los haré pescadores de hombres», un poco más adelante ve a Santiago y a Juan en el bote durante el trabajo de reparación de las redes, y los llama (Mt 4,18-22).

La respuesta fue inmediata y positiva, sin dudarlo, sin poner condiciones ni manifestar reservas, como si fuera lo más natural en este mundo. Así se origina el camino de discipulado de Santiago, del que hoy celebramos la fiesta.

Este es el punto de partida del camino con Jesús. Al principio hay un llamado a la conversión tomado en serio. Al principio hay una mirada de amor que regala confianza, que renueva la vida y que promete grandes cosas.

Entrar en el Reino de Dios y convertirse en pescadores de hombres es una posibilidad emocionante para un hombre como él.

Pero el hecho es que los discípulos no están llamados a labrar una vida de grandes éxitos: simplemente están llamados a estar con Jesús (cf. Mc 3,14), a seguir su propio camino, a comer y beber con él, a escuchar sus palabras, están invitados para hacerse servidores unos de otros junto con Jesús quien es el primer servidor de ellos y de todos.

La comunidad apostólica no es un grupo sectario y exclusivista de súper seguidores de Jesús. En su pobreza y en su carne frágil (como bien lo recuerda Pablo en la segunda lectura de hoy: “El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro”, 2 Cor 4,7) serán llamados a ser testigos valientes del amor de Dios por la humanidad a través del poder del Espíritu Santo, para anunciar el fin de un viejo mundo y la irrupción de un mundo nuevo, como Dios lo diseñó y Jesús lo inauguró.

Los Evangelios no nos narran prodigiosas obras de héroes perfectos e infalibles, sino caminos derechos escritos con líneas torcidas de mujeres y de hombres de poca fe, temerosos y dudosos, que caen y resucitan, y que comparten todo con su Maestro (Mt 10,24), incluso sufriendo, y con la conciencia de que mientras caminan en este mundo nunca terminan de llegar a la meta.

Eso sí, ellos caminan en una dirección que es la de la gloria, ese el horizonte. Pero el Maestro les dejó claro que a esa gloria sólo se llega por medio de la cruz.

El sufrimiento es aterrador cuando cuando escuchan el anuncio: “El Hijo del hombre será entregado… condenado a muerte, burlado, azotado, crucificado; y al tercer día resucitará” (Mt 20,18-19).

Toda la comunidad reunida alrededor de Jesús hacer su mejor esfuerzo por comprender el significado de estas palabras.

Y ese es el punto del evangelio de hoy: Santiago y Juan no sólo mastican las tremendas palabras sobre la Cruz, sino que se rebelan contra esta lógica.

De ellos, apodados por Jesús “Boanerges”, es decir, «hijos del trueno» o “truenitos” (Mc 3,17), conocemos su carácter apasionado y el celo devorador.

El evangelista Lucas nos describe aquella ocasión en la que ante la negativa de algunos samaritanos para recibir a Jesús, dicen: “Señor, ¿quieres que pidamos que un fuego descienda del cielo y los consuma?” (Lc 9,55). Jesús da media vuelta y los reprende, calma su sed de venganza, los serena interiormente, como si les dijera: ¡Señores, no es de esa manera! En Jesús, la ira y la intolerancia contra el enemigo o quien piensa diferente, ya no tienen espacio, sino sólo el amor; nada de violencia, ante todo misericordia.

Vemos en la segunda parte del relato de hoy cómo Jesús desmonta esa sed de poder y de dominio sobre los demás que se deja ver en sus seguidores.

Siempre será una tentación el querer gozar de la supremacía sobre el resto del grupo, incluso el intentar sobresalir y tener ventaja sobre el resto de la humanidad. Es algo que está en el corazón del hombre, es verdad, pero ese no es el camino de Jesús.

Esta ambición de Santiago y Juan es compartida con su madre. También una madre, quien por amor sueña lo mejor para sus hijos, puede confundir proyectos de vida con sueños de gloria mundana: sentarse a la derecha y a la izquierda del reino (Mt 20,21).

En realidad, parafraseando un famoso proverbio, la madre de los hijos de Zebedeo siempre está embarazada. Los hijos de Zebedeo, de hecho, son mucho más que dos y, en última instancia, representan una auténtica categoría histórica.

No existe un grupo religioso, político o social que tarde o temprano no plantee la cuestión del poder y la carrera. Es el típico: ¿Y esto qué me reporta? Realmente pareciera imposible permanecer en la vida a pura pérdida, sin sacar ventaja, como “el hijo del hombre que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida…” (Mt 20,28).

Jesús pone en tela de juicio la explotación de las prácticas religiosas para la adquisición del poder y establece que una verdadera comunidad cristiana es aquella que persigue otra lógica, la de él.

“Entre ustedes no será así…” (Mt 20,26). O sea, este no es el caso entre ustedes. La comunidad de los seguidores de Jesús marca una clara diferencia con la actitud tan mundana de “los jefes de las naciones” prepotentes “que dominan como señores absolutos” y de “grande que las oprimen con su poder” (Mt 20,25).

Es reconfortante saber que hay muchos lugares, incluso en el ámbito fuera de la Iglesia, donde uno encuentra gente que tiene claro que el sentido de la vida está en servir generosamente. Tantos voluntarios y personas de buena voluntad dedicados a los más desfavorecidos en todos los rincones del mundo. Es gente que vive de acuerdo con el estilo de Jesús, incluso sin saberlo, y que es signo patente y discreto del Evangelio.

Pero también es verdad, admitámoslo, que hay gente con otras motivaciones, más turbias.

“No saben lo que piden” (Mt 20,26). No es la comparación entre nosotros, no es exhibiendo con orgullo grandes obras como hacemos más y mejores cosas que los demás. Lo que redime nuestros temores es el dejar que el Señor nos mire por dentro de nuestras vulnerabilidades.

Francisco de Asís decía que “un hombre vale aquello que vale ante Dios”. Y cada uno de nosotros, ante Dios, vale el inmenso regalo del Hijo, a pesar de nuestra desnudez.

Él, el Señor y el Maestro, elige estar entre los discípulos siguiendo una lógica completamente diferente, la del servicio, que es un verdadero anti-poder. En lugar del honor, su puesto es el del sirviente, no el de alguien que sobresale y se impone con el recurso a la autoridad.

Sólo cuando revertimos nuestra forma de situarnos frente al otro es cuando damos credibilidad al Evangelio que proclamamos.

Pues sí…

El perfume del Evangelio se expande allí donde hay comunidades que se distinguen por su espíritu de servicio, por relaciones generosas y disponibles entre todos y con los de fuera.

El perfume del Evangelio se siente fuerte allí donde uno está dispuesto a beber la Copa como el Maestro (Mt 20,22: “¿Pueden beber la copa que yo voy a beber?”), es decir, ir con él hasta el final poniendo en juego la propia existencia.

¿No es precisamente eso lo que queremos expresar cada vez que recibimos la comunión en la Eucaristía? Es el compromiso de entregar la vida, junto con Jesús, hasta el final, en calidad de servidores.

El perfume del Evangelio se nota donde una persona bautizada vive como tal, es decir, sumergida completamente en la vida echándose al hombro toda su carga de sufrimiento y de muerte, haciendo de ello una ocasión de entrega a los demás (Mc 10,38: “¿Pueden ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?”).

¿No es esto lo que queremos expresar cuando pedimos el bautismo de uno de nuestros niños? Es el compromiso de entregar la vida, junto con Jesús, no eligiendo posiciones de privilegio o excepciones.

El perfume del Evangelio se expande allí donde no repetimos ritos vacíos, no bautismos por tradición cultural ni Eucaristías ni matrimonios como eventos sociales, sino sacramentos de verdad, a fondo como experiencia de la gracia, como la prolongación de la presencia del Señor Jesús entre nosotros.

Esto es lo que genera verdadera Eucaristía: la acción de gracias, no por los galardones recibidos, sino porque identificados con Jesús rompemos el perverso juego de las competiciones.

Pues bien…

El trono supremo de Jesús será el patíbulo de la cruz. Enseguida, la resurrección hará del Crucificado el Señor del cosmos: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

Esta historia de servicio hasta la muerte será la narrativa se reescribirá en una misión que llegará hasta los lugares imaginados del mundo: “Vayan y hagan discípulos… bautizándolos” (Mt 28,19).

“Sí podemos”, respondieron Santiago y Juan a Jesús (Mt 20,22).

Ese ese el camino de un discípulo. Un verdadero discípulo es el que está dispuesto a beber la misma copa de Jesús para proclamar ese amor con su propia vida hecha puro servicio. Incluso hasta la muerte.

Santiago da ejemplo al respecto, es el primero de los apóstoles en morir por su Señor, asesinado por la espada por el rey Herodes (Hechos 12,2).

¡Qué brillante es el viaje de este hombre, Santiago, discípulo valiente y ardiente del Señor!

Compartir
Entradas relacionadas
Deja un comentario

Tu dirección email no será publicada. Los campos requeridos están marcados *