¿Tenemos una visión estereotipada de la fe como algo que anestesia, que no le hace daño a nadie, que tranquiliza la conciencia, que hace obtuso el pensamiento?
Ciertamente eso no es el Evangelio. No de este Evangelio.
Estamos ante palabras de Jesús que inquietan, que estremecen.
Algunos preferirían borrarlas. Otros las interpretan a su manera.
¿De que fuego habla Jesús?
De un fuego que purifica, que consume, que devora, que ilumina, que da calor. No de un agua aromática tibia para pasar el resfriado.
Es un fuego de pasión que cuestiona los falsas relaciones, que redimendiona los ídolos de la cultura y del inconsciente.
La venida de Jesús no deja las cosas de la misma manera.
No es sin revisiones, incluso sin emociones ni sobresaltos.
Nuestra pertenencia a Jesús nace de un encuentro desestabilizante, lleno de amor, de fascinacion: de su inmersión en la pasion hasta la muerte.
Es ahí donde somos contrastados sobre la verdad de nuestro amor.
Cuando este fuego nos purifica y nos enciende, nos volvemos antorchas que iluminan a quienes caminan con nosotros, a nuestro lado.