Espiritualidad de comunión es capacidad de ver, ante todo, lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, E.C. es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga. 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que nos acechan.
El Papa nos ofrece bellas claves para la convivencia conyugal, familiar y social. Cuántas veces, cuando hablamos de la pareja o de los demás, señalamos sus limitaciones y criticamos sus defectos. Aquí se nos propone rescatar lo positivo que tiene el otro para valorarlo como “regalo de Dios”. Qué importante es que el esposo sepa que su esposa es el mejor regalo de Dios para él y la esposa reconozca que su esposo es el mejor regalo de Dios para ella. Lo mismo, los hijos para los padres y viceversa. Esto nos ayudará a cambiar la convivencia rutinaria y la obligación o la autoridad que se ejerce o se padece, por una convivencia en libertad, en responsabilidad, en creatividad amorosa, en espontánea acogida.
En las comunidades y grupos de la RCC tenemos la bonita costumbre de saludar a los “nuevos” y acogerlos como “regalo de Señor para nosotros”. Es una toma de conciencia de que nos debemos con gratuidad unos a otros, y supone que estamos siempre abiertos a los nuevos hermanos, para darles lo mejor de nosotros mismos en libertad y auténtico amor fraternal. En el diálogo de pareja, en la familia y en la comunidad, sería importante que se reconociera lo positivo que tiene cada uno y se ayudara a dejar florecer los talentos y carismas al servicio de la familia y de la comunidad.
El Papa nos propone otro reto: “Saber dar espacio en nuestro corazón al hermano”. Qué difícil vivir esto cuando el mundo parece volverse más cerrado en sí mismo, en sus mezquinos intereses. En nuestra vida cotidiana, cuántas veces preferimos ignorar al que está a nuestro lado, para no complicarnos. Un cristiano está llamado a ser el hombre-para-los-demás, al estilo de Jesús. San Pablo habla de la solidaridad con los que menos cuentan en la sociedad, en las familias o en nuestros grupos eclesiales: Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor (1 Cor 12,22-23).
Finamente, se habla de rechazar las tentaciones egoístas. Hay una tendencia natural a buscarnos a nosotros mismos en todos lo que hacemos, inclusive en las cosas buenas. Los doce apóstoles no estuvieron exentos de la tentación de buscar los primeros puestos en el Reino de Dios (cf. Mt 20, 20-25). Preguntémonos siempre: ¿Qué me mueve a actuar en la familia, en los grupos eclesiales o en la sociedad? Ante los servidores de una comunidad, siempre recuerdo las duras palabras de
san Pablo a la comunidad de los Corintios: Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar (1 Cor 4,9).
La lógica humana del poder por el poder debe cambiar completamente en el ámbito de una familia o de una comunidad cristiana. Para nosotros el verdadero poder es el del amor, el del servicio, el de la entrega y el sacrificio sin límites. Lo afirma el mismo Jesús: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será su esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26-28).
DESTACADOS Para nosotros el verdadero poder es el del amor, el del servicio, el de la entrega y el sacrificio sin límites.