Así como nuestra naturaleza humana cada día necesita activar los pulmones y respirar para extraer el oxígeno del aire y sacar el dióxido de carbono, así nuestra alma cansada y hambrienta necesita del oxígeno de Dios, de su gracia vivificadora que penetra el alma, ordena, limpia, sana y libera por su amor.
En el camino como seguidores de Cristo nos enfrentamos consciente y hasta inconscientemente a luchas constantes, situaciones que nos desesperan, apabullan, inquietan, desgastan, distraen, confunden, asustan, así como en el camino Jesús también tuvo que enfrentarse a muchas de ellas, porque definitivamente ser cristiano no implica que las dificultades y las heridas no aparezcan en la vida, implica que nunca estamos solos para enfrentarlas, que tenemos un Padre poderoso, un amigo que nos enseña y guía, y el Espíritu santo que nos defiende y da sabiduría para salir más que victoriosos de todas las situaciones que nos quieren dañar.
Por eso es necesario, que pesar del dolor, miedo, duda, rencor y del agitado ritmo de vida, frenar en el camino y movernos hacía Dios, buscar su presencia, escuchar su voz, respirar el oxígeno de Dios en “la oración”, fresco ungüento para el alma desesperada, agotada y seca, encuentro de total libertad en el que levantamos nuestro corazón, nuestra voz, nuestras manos e intercambiamos fuerzas con Dios, porque él dijo: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11:28-30).
Es precisamente así, cuando nos sumergimos confiadamente en la presencia de Dios, cuando a pesar de nuestra infidelidad, silenciamos nuestro yo, nos rendimos y lo buscamos a él, es ahí cuando Dios mismo inclina su oído para escucharnos y empieza a obrar, saca ese dióxido de carbono de nuestra vida, saca el veneno que hemos dejado entrar por ignorancia o por debilidad, saca con su amor enfermedades, debilidades, malos deseos, saca los de nosotros y hasta los de nuestros familiares, amigos, vecinos, dirigentes, y a cambio deja nuestra tierra, nuestra vida ordenada, nos entrega nuevas fuerzas, desata paz, gozo y sabiduría para poder discernir el camino correcto por el que se debe seguir y caminar con su yugo que todo o hace más ligero, para vivir libremente.