Séptima Semana de Pascua Martes / La oración del Buen Pastor (I)

La oración del Buen Pastor (I)
Juan 17, 1-11ª
“Alzando los ojos al cielo dijo…”

En estos últimos días del tiempo pascual leemos en la liturgia de la Iglesia el discurso de despedida de Jesús, el cual culmina con la monumental oración -llamada “sacerdotal”- de Jesús.

Por razones de espacio no vamos a entrar en los detalles de la oración de Jesús en Juan 17 (si bien nos gustaría mucho). Proponemos, en estos tres días en que la liturgia nos pide que nos pongamos ante esta maravillosa página del evangelio, que cada uno haga despacio la oración de Jesús, sostenido –por ahora- por la introducción general que hacemos.

  1. Una síntesis del camino

Con sus discursos de despedida (Juan 14-16), Jesús fue preparando poco a poco a sus discípulos para que entendieran y para que afrontaran la separación. Su muerte y su resurrección marcaban un giro profundo en la manera de vivir las relaciones con él, el discipulado ya no consistía en estar junto con él sino vivir en él, como bien lo enfatiza en su discurso: “Yo en vosotros y vosotros en mi”.

Todo lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos en el ámbito de la última cena y luego a lo largo del trayecto hacia el jardín en el cual se realizará el prendimiento, ha sido una expresión de su amor, de su real interés por la vida pascual de sus discípulos.

Jesús ha expresado su más profundo deseo: quiere que, superando la tristeza y la turbación interior, vivan el gozo de la pascua en la que la comunión con él se convierte en un cántico de victoria que nada en el mundo les podrá quitar. Jesús quiere que sigan por el camino recto, por las rutas de la historia, y lleguen hacia la meta que es la perfecta unión con Dios Padre y con él, en el vínculo de amor del Espíritu Santo.

Pues bien, esta maravillosa oración, que hace de puente entre el discurso de la cena y su agonía en las sombras del jardín, es una oración tan extensa cuanto intensa, cargada profundas emociones.

La de Juan 17 es una oración en la que no sólo se abren los brazos sino el corazón y en la que la mirada abarca no sólo a los discípulos ahí presentes sino que atraviesa todos los siglos de la historia, abrazando a todos que escuchan y viven su Palabra en cualquier lugar y en cualquier tiempo.

Contemplemos el rostro de Jesús en esa noche. El texto no nos lo describe, pero tenemos elementos para reconstruir su actitud en este pasaje.

(Continúa mañana)

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