El Manual de los Buenos Obreros del Evangelio – Lectio Divina- (V): Los afectos del misionero

Lunes – Semana 14 del Tiempo Ordinario.

El Manual de los Buenos Obreros del Evangelio (V):

Los afectos del misionero

Mateo 10, 34-11, 1

“Quien a vosotros recibe a mí me recibe”

Llegamos al final del “Manual del misionero” en el evangelio de Mateo. Las palabras conclusivas escuchan así: “Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades” (Mateo 11,1). Jesús había preparado esta enseñanza son su propia actividad misionera, ahora Él mismo es el primero en practicar lo que predica.

Las últimas dos lecciones de la formación de los misioneros tienen que ver con los “afectos”.

  1. Instrucciones acerca de la familia: la crisis en los afectos del misionero (10,34-39)
    Inspirándose en el profeta Miqueas (7,6), el evangelio de Mateo nos presenta de manera reformulada el costo de la opción cristiana para las habituales relaciones familiares.

La ruptura familiar, que es uno de los fenómenos que caracteriza la tribulación en final en la predicación profética de Miqueas, aparece anticipada para la hora misma en la cual se da el paso de la fe. Las difíciles frases de Mt 10,34-36, que se resumen en la última: “Y enemigos de cada cual serán los que conviven con él” (10,36), nos muestran el costo de la radicalidad de la opción.

En la vida familiar, así como en muchos otros ámbitos de relación, se viven situaciones que se aceptan como normales, pero una vez que se ha conocido el evangelio de Jesús, éstas ya no pueden ser toleradas. Definitivamente el evangelio es un acontecimiento de vida que subvierte y transforma toda estructura social.

El encuentro con Jesús en principio lo que genera es una nueva capacidad de amar. Pero el verdadero amor es profético: no puede tolerar la injusticia, no se pude acomodar a lo que no es correcto. La experiencia de Dios tiene una gran capacidad para remover las estructuras más compactas, una de las cuales –quizás la más visible en la sociedad patriarcal israelita- es la familia.

Un segundo grupo de dichos que pronuncia Jesús, es más fuerte que el primero. La jerarquía de valores comienza a jugar su papel aquí: este breve texto nos introduce en la dinámica del seguimiento radical del Señor desde las mismas prioridades afectivas del discípulo. Jesús es el valor fundamental del discípulo. Él está por encima –se le “ama más”– de los más grandes amores que uno puede tener en la vida (papá, mamá, hijo, hija, la persona misma), si no el discípulo-misionero “no es digno de mí” (se repite tres veces en este pasaje).

De esta forma se vuelve a presentar la exigencia de romper con toda clase de seguridades, mientras que un nuevo horizonte se le abre a la vida del discípulo. Todo ello está simbolizado en el gesto de “tomar la cruz y seguir detrás de Él”(10,38), mediante el cual se deja de lado toda clase de intereses netamente personales para abrazar la Cruz como expresión de una vida toda ella entregada a la causa de Jesús.

  1. Instrucciones acerca de la identificación de Jesús con sus misioneros (10,40-42)
    En la lectura que hicimos del Sermón de la Montaña, vimos cómo toda la primera parte estaba preocupada por mostrar que un verdadero hijo de Dios se parece a su Padre en su actuar (5,16). Ahora bien, lo mismo es afirmado en este capítulo misionero con relación a Jesús y sus discípulos: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado” (10,40).

El discípulo plenamente identificado con Jesús recibe aquí tres títulos:

(1) Es “profeta” (10,41ª). Como ya vimos antes, el misionero se presenta como “profeta” de palabra exigente y clara, pero también como animador de la vida en Señor para todos sus hermanos.

(2) Es un “justo” (10,41b), porque –por la vivencia de las bienaventuranzas- a aprendido la justicia nueva del Reino, la cual le enseña a sus hermanos (ver 5,19).

(3) Es un “pequeño” del Reino (10,42) que en su humildad se reconoce como persona siempre en crecimiento, necesitada de los demás, consciente que no basta con invitar a otros a entrar en el Reino sino entrar él primero (ver 18,4). El hermano “mayor” de la Iglesia, que es su misionero que la ha formado y animado, no olvida nunca que él es un “pequeño” del evangelio.

Como misioneros que trabajan por la vida y el crecimiento de los demás, pidámosle al Dueño de la Mies que no se nos olvide nunca quiénes somos ante él: sus pequeños, sus justos y sus profetas al estilo de Jesús. Qué el éxito no nos lleve a creernos más que los demás y que el fracaso nos aplaste. No demos ni un paso atrás en la entrega al Señor del Reino, así nos sobrevenga uno que otro sinsabor.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué sinsabores recuerdo de la última experiencia misionera que tuve?

2. ¿Cómo debe ser la afectividad del misionero? ¿El amor a Jesús y a las personas más queridas se contraponen, se ordenan un a otro?

3. ¿Qué implica la identificación total con Jesús para el crecimiento personal y para nuestra manera de presentarnos ante los demás?

«Jesús mío, ahora he visto que todo lo del mundo es vanidad. Que solo una cosa es necesaria: amarte y servirte con fidelidad, parecerme o asemejarme en todo a Ti. En eso consistirá toda mi ambición»

(Santa Teresa de los Andes)

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