Jesús subió a los cielos ante la mirada de centenares de judíos que no tenían nada de tontos y que después murieron diciendo: “No podemos callar; resucitó y subió a los cielos…”. Cristo subió a su Padre, después de su largo viaje por la Tierra, a donde vino con dos finalidades: adorar a su Padre y redimir al hombre.
En el cielo nos aguarda. Allí nos tiene nuestra patria. Debemos introducir en nuestra vida y en nuestro hogar, como algo fundamental, la fe y la expectativa del cielo. Debemos recordar diariamente que nos está reservada la felicidad divina de contemplar a Dios cara a cara. Que se nos reserva algo que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni sintió el corazón del hombre: la contemplación perpetua de Dios (cf 1 Cor 2, 9).
No debemos construir la vida en un plano solamente temporal, sino en un plano de esperanza. Los proyectos que hagamos, los planes, las perspectivas deben contemplar, ante todo, el futura paraíso. Es radicalmente equivocado todo proyecto personal que no tiene en cuenta nuestra destinación eterna.
Nuestro trabajo, nuestra conducta, nuestro hogar, la educación de los hijos, todo debe estar iluminado por el misterio que nos aguarda después de la muerte. Dentro de algún tiempo, que siempre es tremendamente corto, habremos llegado al abismo de lo desconocido. La horrenda lejanía de Dios o la inefable cercanía de nuestro Padre.
El cielo es Dios, es hundirnos en Él. Es naufragar en Él. Dentro de algún tiempo, algunos meses o años, si hemos sido juzgados dignos, entraremos en el misterio en donde Cristo entró después de su resurrección.
Sintamos la nostalgia del cielo. No queramos quitarle a la Tierra su aspecto y su carácter de destierro. No nos instalemos como estables, cuando somos caminantes. ¡No guardemos demasiado, porque con poco basta!
¡Giremos nuestro tesoro al cielo! Construyamos allá una mansión. El banco que recibe los giros para el cielo son los pobres. A este propósito, un perfecto negocio sería vender algunas de nuestras casas materiales, algunas de nuestras haciendas para comprar, por medio de los pobres, un sitio donde vamos a permanecer eternamente.
La ascensión de Jesucristo nos debe dejar una profunda nostalgia de la Patria. El cielo es para los que piensan en él.