En el continuo combate entre el mundo racionalista y frío versus el mundo espiritual y sensible, necesitamos buscar en lo alto, en la montaña, la fuerza del Espíritu Santo, la presencia de Dios, siempre en cada actividad, sin desfallecer y creer en que la insistencia conduce a la victoria, a la respuesta de Dios, como nos lo enseña Lc 18, 1-8, porque en nuestros medios no podemos conseguir la victoria ante las fuerzas del mal, que desafortunadamente nos engañan haciéndonos sentir incapaces de vencer.
Pero Dios que no se cansa de buscarnos y conquistarnos para ser vencedores como lo es él, en su palabra nos enseña la necesidad de orar y actuar para recibir la victoria. Leamos con atención lo que sucedió en el combate contra los Amelecitas:
«Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. Moisés dijo a Josué: «Elígete algunos hombres, y sal mañana a combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano.» Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Se le cansaron las manos a Moisés, y entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Yahveh dijo Moisés: «Escribe esto en un libro para que sirva de recuerdo, y haz saber a Josué que yo borraré por completo la memoria de Amalec de debajo de los cielos.» Después edificó Moisés un altar, al que puso por nombre Yahveh Nissí diciendo: «La bandera de Yahveh en la mano; Yahveh está en guerra con Amalec de generación en generación.»» (Ex 17, 8-16)
El ejemplo es claro, mientras Moisés oraba en el monte, con las manos en alto hacia el cielo, Josué va ganando la batalla contra el enemigo.
En los momentos de tormenta nos descuidamos y no tomamos la bandera, el escudo del Señor en la mano y por eso somos más vulnerables ante el enemigo ¿Cuántas veces nuestra oración desfallece?, ¿cuántas veces, es el mismo Dios quien nos llama y lo ignoramos? por lo cual, hemos perdido bendiciones y batallas.
Hoy tenemos una nueva invitación a entrar a la montaña con corazón y labios puros, para acercarnos a Dios y en su intimidad, ser quebrantados, ordenados, restaurados, llenos de su fuerza, sabiduría y dones para superar las limitaciones o las vanidades, como Josué derrotó a Amalec, porque «Dios, está siempre vivo para interceder en nuestro favor.»(Hebreos, 7, 25), para transformarnos, pudrir los yugos, las cadenas Is 10, 27 y darnos la victoria contra la carne y contra el mundo, mientras perseveremos hasta el final.