Las anclas, o áncoras permiten que los barcos permanezcan inmóviles cuando llegan al puerto, sin que el vaivén de las olas los arrastre a altamar.
Las anclas pesados objetos de hierro, terminados en dos ganchos que se hunden en la arena, o se afirman entre las piedras del fondo. A veces los barcos deben lanzar varias anclas, como las cuatros que debieron echar cuando Pablo y sus compañeros estaban a punto de naufragar. (Hech 27, 29-40).
La carta a los Hebreos (6,19) comparó con un ancla la esperanza de los cristianos que nos mantiene sólidamente fijados en la región invisible que sirve de morada a Jesucristo. En el mar de la vida puede arreciar el vendaval de las pasiones y el de las tribulaciones, pero si estamos anclados en Jesús no se quebrará la barca, ni iremos nunca a la deriva.
Los cristianos de los tres primeros siglos, usaron con mucha frecuencia, sobretodo en Roma, la figura de un ancla, para decorar las lapidas de sus tumbas. Para subrayar su fe, solían cruzar la parte superior del ancla con barra horizontal. Así la transformaban en una cruz, y por lo tanto en signo del Señor.
Con frecuencia, también, la acompañaban de un pez, como si el ancla fuese un anzuelo: la barca de la Iglesia, lanzaba su ancla que se hundía en Cristo, el pez vivo, y solo así encontraba seguridad.
Ello explicaba que al mismo Jesús se le llegue a designar como el “ancora de nuestra salvación” y como “el ancla de nuestra esperanza”.