La otra cara de la moneda: la resistencia a la conversión – Lectio Divina-

Martes – Semana 14 del Tiempo Ordinario.

La otra cara de la moneda: la resistencia a la conversión

San Mateo 11, 20-24

“Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido” (En los otros países).

Veamos ahora la otra cara de la moneda del evangelio que acabamos de abordar.

Volviendo algunas páginas atrás en el evangelio de Mateo, nos encontramos en el capítulo 11 con las palabras duras de Jesús “a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido” (11,20).

El punto es que la “conversión” resulta más dura allí donde Jesús y sus misioneros más milagros hicieron, donde más signos del amor de Dios y del poder de Reino se revelaron. ¿No será esta una constante en la historia?

En el evangelio vemos que las ciudades de Corazón y de Betsaida, ciudades bien conocidas en el entorno geográfico de la misión de Jesús en Galilea, personifican la reacción desentendida frente al evangelio. Su indiferencia de los que más han recibido es injustificable y por eso el juicio aparece más duro.

Las ciudades no judías de Tiro, Sidón y Sodoma –ciudades emblemáticas del paganismo y del pecado- parecerían mejor dispuestas para la conversión que el mismo pueblo de Israel, quien “se encumbraba” (11,23; o, en otros términos, se creía “el mayor”) por la convicción de tener de su parte la gracia salvadora de Dios.

He aquí uno de los elementos que la mentalidad de Jesús promueve en el ámbito de la transformación de las estructuras sociales difíciles: la toma de conciencia de la necesidad de salvación, la necesidad de la misericordia y del perdón. Quien no siente necesidad de conversión no puede dar el más mínimo paso para la entrada en el Reino (ver el pasaje que aparece en el contexto anterior: 11,16-19).

Oremos para que, en nuestro caminar con Jesús, la advertencia aquí planteada por el evangelio, nos sacuda de nuestra comodidad y acogiendo agradecidamente las obras del Señor en nuestras vidas, su amor nos conduzca hacia niveles más altos de compromiso con la propuesta del Reino de la vida, expresión patente de conversión evangélica.

La santidad como entrada en el Reino por medio de la pequeñez

Mateo 18,1-4

“Quien se haga pequeño como este niño, ése el es mayor en el Reino de los Cielos”

(En Chile: fiesta de Santa Teresa de los Andes)

Con apenas 19 años, en plena juventud, Juanita Fernández –o Teresa de los Andes- entró definitivamente en el Reino de los Cielos. La belleza, la alegría y el vigor de esta joven chilena aficionada a montar en caballo y a jugar básquetbol fueron entregadas completamente a aquel de quien escribió: “Ése loco de amor me ha vuelto loca”.

Esta entrada la hizo por los caminos de la oración. La oración fue para ella “un canto de amor” y encontró el lenguaje para motivar –por ejemplo- a Luis, uno de sus seis hermanitos, para cultivar la vida interior. Así le escribía el 11 de junio de 1919: “Lucho, haz oración. Piensa tranquilamente quién es Dios y quién eres tú, y todo lo que le debes. Anda después de las clases a una iglesia, donde Jesús solitario te hable al corazón en místico silencio. Únete a mí. A las cinco yo estoy en oración. Acompañemos al Dios abandonado y pidámosle nos dé su santo amor. Adiós, hermanito tan querido. Siempre tienes hueco en mi pobre corazón de carmelita y hermana…”

Esta propuesta que le hace a su hermanito, traduce en la práctica lo que es una vida según el Evangelio. En el amor por Jesús se engloban todos los amores y en esta comunión caben todos. Para lograrlo hay que caminar por los senderos del Espíritu que Jesús traza en el evangelio.

El camino de la santidad es el que Jesús traza en el evangelio de Mateo 18,1-4, cuando da la lección sobre quién es el mayor en el Reino de los Cielos. Para llegar a ser “mayor” en el Reino hay que comenzar por hacerse “menor” o más “pequeño” y recorrer luego todas las etapas del crecimiento.

Para Mateo, “mayor” es la persona que se puede considerar madura dentro del camino de la fe y, por lo tanto, está en condiciones de guiar a sus hermanos.

El primer escalón para lograrlo, el “hacerse pequeño”, por el contrario, es la actitud de quien se reconoce en el punto de partida de un largo camino de maduración que le aguarda, el cual implica humildad, apertura total, confianza absoluta. El “hacerse pequeño”, por lo tanto, es un esfuerzo grande de despojo total. Ésta es al mismo tiempo la puerta de entrada de un itinerario de conversión (la frase paralela dice: “Si no cambiáis”, 18,3), porque quien lo hace es uno que ya está “grande”, es decir, que ya ha estructurado su vida, pero que no necesariamente se ha dejado iluminar a fondo por la potencia luminosa del evangelio.

Para ilustrar esta verdad, Jesús coloca a un niño en medio de su respetable auditorio apostólico y lo propone como el modelo de todos: el niño es el que hace un camino de crecimiento, el sigue todas las etapas lentas y firmes de maduración. Pues bien, la conversión es análoga a este lento proceso de maduración: es aprendizaje gradual de la vida y requiere, como actitud fundamental, la apertura para aprender.

De la pequeña Teresa de los Andes nos sorprende su extraordinaria sensibilidad para las cosas de Dios y para dejarse seducir desde el fondo de su corazón, siendo éste el punto de partida de su crecimiento interior. Para que recorramos este camino de santidad ella nos anima cada vez que nos permitimos acompañar su hermoso itinerario de maduración espiritual a través del lenguaje vivo de sus cartas.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué quiere decir esto de que para ser el “mayor” hay que “hacerse pequeño” como un niño?

2. ¿Cómo ilustra esta enseñanza la vida de los santos, particularmente la de la joven Teresa de los Andes?

  1. La comparación que Jesús hace entre las ciudades paganas y las ciudades hebreas nos lleva a un cuestionamiento personal sobre nuestra docilidad o nuestra dureza de corazón para aceptar el evangelio de Jesús. ¿Me considero una persona que se ha adormecido en el título de “cristiano” y necesita sacudirse un poco para entrar por el camino correcto de la conversión?

«No sé cómo puedo hacer otra cosa que contemplarle y amarle. ¿Qué quieres, si Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca? Es martirio el que padezco al ver que… corazones agradecidos a las criaturas no lo sean con Aquel que los sustenta, que les da la vida y los sostiene; que les da y les ha dado todo, hasta darse Él mismo»

(Santa Teresa de los Andes, Carta a su hermano Luis el 11 de junio de 1919)

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