Viernes – Semana 17 del Tiempo Ordinario.
Jesús, motivo de escándalo
San Mateo 13, 54-58
“Y se escandalizaban a causa de Él”.
Con el texto de hoy comenzamos una nueva etapa en nuestro caminar de la mano del Evangelio de Mateo. Una vez que se ha expuesto cuál es la nueva visión que caracteriza a un discípulo de Jesús, éste es interrogado por su experiencia de fe. Desde aquí hasta Mt 17,22, vamos a encontrar una serie de cuadros evangélicos en los cuales cada uno de nosotros se verá confrontado sobre la dinámica, la profundidad y la expresión concreta de su relación con Jesús.
Nuestra galería de cuadros abre justamente con la antítesis: la falta de fe en Jesús. Sus propios coterráneos “se escandalizaban a causa de él” (13,57). Es interesante notar que en la actitud de la gente se da un vuelco radical: (1) se maravillaban (13,54) aunque luego (2) se escandalizaban (13,57).
Por otra parte, quienes viven este cambio de actitud ante Jesús no son las personas lejanas, los pecadores, los paganos, etc., sino precisamente aquellas personas que más estaban familiarizadas con el Señor: lo conocían desde niño en la pequeña aldea de Nazareth, allí no era ningún extraño, incluso se podía identificar bien a cada uno de los de su familia.
¿Cuál es el escándalo que cierra el corazón a la fe entre las personas más cercanas a Jesús? Está en no ver en Jesús nada más que un hombre, una persona común y corriente, y por lo tanto un fabulador que ofrece cosas que sería incapaz de realizar.
¿Por qué sucede esto? Es lo que se podría llamar el “escándalo de la encarnación”: la humanidad plena de Jesús puede llevar quien lo trata a una familiaridad tal con Él de manera que, como decimos hoy, ya “no le significa”, es decir, no consigue penetrar el misterio de su persona. La familiaridad excesiva lleva a la rutina, la rutina a la superficialidad en el trato, la superficialidad a las resistencias ante lo nuevo del otro y, entonces, la resistencia cierra a la fe.
Es lo mismo que nos sucede con alguna frecuencia en las relaciones humanas: fijamos a las personas con “etiquetas” y les negamos la oportunidad de mostrarnos algo más de sí mismas. En la vida espiritual esto es peor ya que con Dios corremos el riesgo de caer en la actitud de la gente de Nazareth, esto es, caer en la rutina espiritual, perder el encanto y el sabor de los asuntos del Señor que es eternamente novedad, su misterio es sorprendente.
La fe supone fascinación del Otro que se descubre y se expresa en la apertura a la novedad que siempre está por revelarse. Si queremos conocer a Jesús es necesario que nos dejemos sorprender y que la maravilla que nos causan sus palabras y sus obras sea la pista para descubrir su verdadero origen en Dios y el gran valor de la obra que quiere realizar entre nosotros permanentemente.
Esta apertura de la fe es condición para que su actuar tenga efecto en y entre nosotros.
Digámosle hoy a Jesús: “Que todo mi ser se abra más a ti, Señor, para que tú obres más en mi”.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Soy de las personas que se relacionan con los demás a partir de “etiquetas”, negándole a los otros la oportunidad de revelarnos algo nuevo de sí mismas?
2. ¿Estoy siempre abierto a Jesús? ¿Me dejo sorprender y fascinar por él? ¿Descubro la novedad de su presencia salvadora en mi historia y en la historia de los otros?
3. ¿Qué voy a hacer para profundizar en el conocimiento de Jesús y abrir las puertas de mi fe para que él haga obras nuevas en mi?
Los ejercicios ignacianos: una experiencia de la Palabra
“He predicado los Ejercicios (de san Ignacio) un centenar de veces; si en algún lugar es posible experimentar la alegría cristiana es aquí; aquí se entiende, si es posible entender, qué es la existencia cristiana en su fuente original: escucha de la Palabra que invita a la liberación caminando hacia la respuesta deseada”
(Hans Urs Von Balthasar)