Jesús, al caminar por un lago fijó su mirada sobre unos pescadores, donde se encontraba el apóstol Pedro, quien tenía sus redes en las manos. Cuando Pedro escuchó la voz del Señor, fue atento a su llamada, pues este Hombre sin legiones ni navíos le dice que no va a ser pescador de peces, sino de hombres, ellos, dice el evangelio, le siguieron. ¿Qué tenían esas palabras tan impactantes que abren nuevos horizontes, y los involucra a una experiencia distinta que rompe paradigmas?. Es curioso, pero solo los que han tenido esta vivencia con el Hijo de Dios lo pueden entender: “Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron.” (Mateo 4, 18-20).
Es impactante pensar en las palabras que le dijo Jesús a Pedro, pero lo más grande es que la respuesta a esa llamada fructifica la vida del apóstol, quien concretamente recibe una gran misión. Quizá la más grandes hecha a un discípulo: Pedro será la roca donde Dios construirá la Iglesia. Este llamado es, sin duda, particular: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.” (Mateo 16, 18-19). Has pensado alguna vez en lo que un “sí” sincero a Dios puede lograr. La vida de Pedro es ejemplo de que quien sigue a Jesús recibe muchas gracias; de igual manera nos puede pasar a nosotros, ya que Dios no llama a los capaces, sino que capacita a los que quiere, como dice San Agustín.
Es muy curioso escuchar que el mismo Jesús le entregue las llaves a Pedro, pero, ¿qué significa?. Dar las llaves es entregar la autoridad sobre la Iglesia con el poder de gobernar, permitir y prohibir. Pero no se trata de un gobierno como los del mundo, sino en función de servicio por amor: «El mayor entre vosotros sea el último de todos y el servidor de todos» (Mt 23,11). Los dones que da Dios conllevan a una gran responsabilidad, es necesario la humildad, saber que lo que tenemos proviene de Dios, y que todo lo que se obre debe hacerse con la mayor rectitud, para la edificación del reino del amor. El camino es arduo y se requiere estar atentos, porque nos puede ocurrir que conociendo la riqueza de la palabra de Dios, dudemos de Él, como le pasó a Pedro, quien viendo a su Señor caminar por las aguas, quiso hacer lo mismo, pero dudó y se hundió en el mar de sus inseguridades: “Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis. Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas. «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame! Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y amainó el viento. (Mateo 14, 26-32).
Lo grande de Pedro es que aún en medio de sus limitaciones busca a Dios, consciente de sus errores, pues lejos de Jesús no puede ir a ninguna otra parte: “Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.”(Juan 6, 67). Pedro ama a profundamente a Jesús, pero este mismo amor debe llevarlo a continuar la obra de salvación, pues quien lo ama de verdad, guarda sus mandamientos. Pedro además recibe el encargo de alimentar y apacentar a las ovejas del Buen Pastor, convirtiéndose en supervisor eclesial: “Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.” (Juan 21, 16-17).
Pueden surgir muchas preguntas acerca de la curiosa vida de Pedro, pues aunque fue llamado con especial acentuación por parte de Jesús, muchas veces es mostrado en los evangelios como testarudo, y quien niega al Señor. “Jesús le dijo: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces. Dícele Pedro: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» Y lo mismo dijeron también todos los discípulos.” (Mateo 26, 34-35) Pedro niega al Señor, olvidándose por un momento que prometió entregar su vida por Él. He aquí un ejemplo de lo frágiles que somos: muchas veces negamos a nuestro Señor, pero Él nos conoce, así como conocía a Pedro quien cometía errores pero que en verdad lo amaba; esto lo prueba cuando se arrepiente de haberle negado, al ver la mirada del siervo sufriente, recordándole lo que horas antes le había dicho: “Y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.» Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.” (Lucas 22, 61-62). Pedro, después de ver resucitado y ascendido al cielo a Nuestro Señor, y luego de recibir en pentecostés el Espíritu Santo, se va a predicar el evangelio, haciendo portentos como Jesús, tanto que su sombra sanaba a los enfermos: “hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. (Hechos 5, 15)”. Sin embargo, San Pedro conoció al final de su vida el significado del martirio: murió crucificado con la cabeza abajo, pues no se consideraba digno de morir como Cristo. El lugar exacto de su crucifixión fue guardado por la tradición, (Scorpiace 15.39), cerca del circo de Nerón. Hay testimonios arqueológicos de la necrópolis con la tumba de San Pedro, directamente bajo el altar mayor. Esta ha sido venerada desde el siglo II. Los únicos escritos que se poseen de San Pedro son sus dos Epístolas en el Nuevo Testamento. Pensamos que ambas fueron dirigidas a los convertidos de Asia Menor.