Isabel la que creyó lo imposible

Es muy notable lo que Dios puede hacer en favor de los esperan en él, esto lo atestiguan las Sagradas Escrituras donde se narran un sinnúmero de historias de personas que se han beneficiado de la acción del Todopoderoso.

Uno los personajes en donde Dios se manifiesta poderosamente, es en la Virgen María, modelo de virtud, esclava del Señor, que responde con toda su voluntad al plan del altísimo, convirtiéndose en precursora de personas humildes y sencillas que reciben de Dios lo que parece imposible, es así como lo muestra por alguna razón el evangelista Lucas, cuando narra la preocupación social y caridad por parte de María a su prima anciana, embarazada a pesar de su condición: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.” (Lucas 1, 36-37).

Nada es imposible para Dios y desde que Él esté en nuestras vidas no hay motivo para la desesperanza, ni el tedio a la vida, su amor se derrama sobre nuestro ser, porque a su promesa Él le da cumplimiento: “Setenta semanas están fijadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin a la rebeldía, para sellar los pecados, para expiar la culpa, para instaurar justicia eterna, para sellar visión y profecía, para ungir el santo de los santos.” (Daniel 9, 24).

El santo de los santos es Jesús, esta es la promesa de los que oran y aman a Dios, como cuando Isaac, sabiendo que Rebeca era estéril, pide un hijo con todo el corazón: “Isaac suplicó a Yahveh en favor de su mujer, pues era estéril, y Yahveh le fue propicio, y concibió su mujer Rebeca.” (Génesis 25, 21). Así es la promesa de Dios sobre los que lloran y están olvidados en un mundo estéril.

Pero no todos estamos preparados para recibir obras poderosas por parte de Dios, nos puede pasar como a Sara en el libro del génesis, que cuando Yhavé le hace una promesa de que iba a concebir un hijo en su ancianidad, se burló: “Dijo entonces Yhavé: «Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo.» Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus espaldas. Abraham y Sara eran viejos, entrados en años, y a Sara se le había retirado la regla de las mujeres. Así que Sara rió para sus adentros y dijo: «Ahora que estoy pasada, ¿sentiré el placer, y además con mi marido viejo?». Dijo Yahveh a Abraham. «¿Cómo así se ha reído Sara, diciendo: «¡Seguro que voy a parir ahora de vieja!»?¿Es que hay nada milagroso para Yahveh? En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo.” (Génesis 18, 10-14).

Dios hizo el cielo y la tierra, por tanto puede hacer grandes portentos en sus hijos. Esta es la prueba de que nuestro Dios es capaz de crear cosas en medio de la nada, de que el vuelve lo escabroso en llano, lo árido en valles fértiles: “Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Romperé las puertas de bronce y haré pedazos los cerrojos de hierro.” (Isaías 45, 2). Lo que parece cerrado se abre, lo que parece perdido se recupera porque nuestro Dios es poderoso, y hace lo que quiere cuando quiere.

Isabel a comparación de Sara bendice a Dios en todo momento, y cuando escucha la voz de su prima María, su mismo hijo salta en el vientre de alegría, saludando a la Madre y al hijo, que nacería como el gran Juan Bautista, precursor de Jesús: “Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratularon con ella.” (Lucas 1, 56-57). Es la hora de creer lo imposible, es la hora de pensar que en  Dios tenemos la victoria.

 

 

 
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