Yo quisiera comunicar a ustedes la inmensa alegría de la certidumbre de la resurrección de Jesucristo. Los cristianos no hemos pensado suficientemente en la enormidad del mensaje pascual. En los Hechos Apostólicos, leemos estas palabras: Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que lo habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son sus testigos ante el pueblo. Nosotros les anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres nos la ha cumplido a los hijos, resucitando a Jesús (Hech 13, 30-33). Tener esta seguridad es iluminar la vida con una luz indefinible.
Jesucristo perfecto, eterno, penetrante, cósmico, sacerdote, profeta. Jesús es la piedra que fue desechada por los arquitectos y que se ha convertido en la piedra angular. Ninguno otro puede salvar y no se nos da bajo el cielo otro nombre en que podamos ser salvos. Así decía Pedro (Hech 4, 11-12).
Yo desearía que todos los que me leen descubrieran la alegría pascual, que no se quebranta con nada, ni con la más honda pesadumbre. Saber que nuestro Cristo ha resucitado; saber que, con seguridad absoluta, Él nos resucitará. Saber que está vivo, campeándose por el mundo y por el universo, en el seno de Dios.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Sabemos que Cristo vivo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más. La muerte no tiene dominio sobre Él (Rom 6, 8-9). Cristo, en quien Dios quiso reasumir el mundo entero para hacer una nueva creatura, como dice el Concilio Vaticano II. En el plugo a Dios reunir toda la realidad, tanto natural como sobrenatural, por que Él es el único todo.
Yo desearía para usted la gracia suprema de descubrir la perfección de Cristo, la confianza de salvación; la nueva vida, alejada del pecado; la vida pura e inmaculada, de acuerdo con el Evangelio. Qué noble sería para usted este momento culminante de la vida en que usted descubra el Lucero del universo, el perfecto Cristo, el adorable, el santo, el que calma el alma.
Yo tengo seguridad en que esta palabra humilde, que lanzo todas las noches a toda Colombia, cae en buena tierra y en algunos produce, por la fuerza del Espíritu, el cambio definitivo de la vida.