Así lo hacen todos

PAPA FRANCISCO
Así lo hacen todos

La «mundanidad espiritual» es una tentación peligrosa porque «ablanda el corazón» con el egoísmo e insinúa en los cristianos un «complejo de inferioridad» que los lleva a uniformarse con el mundo, a actuar «como hacen todos», siguiendo «la moda más divertida». Es una invitación a vivir la «docilidad espiritual», sin «vender» la propia identidad cristiana.

Como en días pasados, el Pontífice basó su reflexión en la lectura tomada del primer libro de Samuel. «Hemos visto –explicó– cómo el pueblo se había alejado de Dios, había perdido el conocimiento de la Palabra de Dios: no la escuchaba, no la meditaba». Y «cuando no está la Palabra de Dios –dijo–, su lugar lo toma otra palabra: la palabra propia, la palabra del propio egoísmo, la palabra de los propios deseos. Y también la palabra del mundo».

Meditando en la narración del libro de Samuel, «hemos visto —prosiguió— cómo el pueblo, alejado de la Palabra de Dios, había sufrido esas derrotas» que habían provocado muchísimos muertos y dejado «viudas y huérfanos». Eran «las derrotas» de un pueblo que «se había alejado» del camino indicado por el Señor.

Por lo tanto, alejarse de Dios, observó el Pontífice, significa adentrarse en un camino que, inevitablemente, «lleva a lo que hemos escuchado hoy (1 Samuel 8, 4-7.10-22 a): el pueblo rechaza a Dios. No sólo no escucha la Palabra de Dios sino que también lo rechaza» y termina diciendo: «podemos gobernarnos a nosotros mismos, somos libres y queremos ir por este camino».

Samuel, prosiguió el Papa, «sufre por ello y se dirige al Señor. Y el Señor, con el buen sentido que tiene», le sugiere a Samuel: «escucha la voz del pueblo, en todo cuanto te digan. No es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que ya no reine sobre ellos».

En síntesis, explicó el Papa, «el Señor deja que el pueblo siga alejándose de Él», permitiéndole que «experimente» qué significa este alejamiento. «Y Samuel — comentó el Pontífice— trata de convencerles y les dice todas esas cosas que hemos oído, qué hará el rey con ellos, con sus hijos, con sus hijas». Sin embargo, a pesar de ello, «el pueblo no quiso escuchar la voz de Samuel» y pidió tener «un rey como juez».

Y aquí, explicó el Papa, está «la frase» decisiva, «la clave de interpretación» para comprender la cuestión. En efecto, el pueblo responde a Samuel: «así seremos con todos los otros pueblos». Este es su primer pensamiento, «la primera propuesta: un rey que sea “nuestro juez”, como tienen todas las naciones».

Una petición —afirmó el Papa— motivada por un hecho: se habían «olvidado de que eran un pueblo elegido, pueblo del Señor, pueblo elegido con amor y llevado adelante por la mano de Dios».

Ese deseo —prosiguió el Papa— «volverá como tentación en la historia del pueblo elegido». Y ésta, puntualizó, «es la puerta que se abre a la mundanidad: como hacen todos». La consecuencia práctica es que «rechazaron al Señor del amor, rechazaron la elección». Y buscaron el camino de la mundanidad». Hay valores —advirtió— que el cristiano no puede asumir». En efecto, «debe guardar la Palabra de Dios que le dice: tú eres mi hijo, eres un elegido; yo estoy contigo, camino contigo». Y «la normalidad de la vida exige del cristiano fidelidad a su elección».

El Papa Francisco puso en guardia contra la tentación de olvidar «la Palabra de Dios, lo que nos dice el Señor», para seguir en cambio «la palabra de moda». Esta actitud de «mundanidad», precisó, «es más peligrosa porque es más sutil»; mientras que «la apostasía», es decir, el pecado de ruptura con el Señor», se ve y se reconoce claramente.

Más aún, decir que «también nosotros seremos como todas las naciones» muestra que ellos «tenían un cierto complejo de inferioridad por no ser un pueblo normal. Y la tentación está ahí, es decir, sabemos qué debemos hacer, que el Señor esté tranquilo en su casa». En el fondo, ese era su pensamiento, que no se separa «del relato del primer pecado», o sea, de la tentación de seguir el propio camino y saber por sí solos cómo «conocer el bien y el mal».

«La tentación —afirmó el Pontífice— endurece el corazón. Y cuando el corazón es duro, cuando el corazón no está abierto, la Palabra de Dios no puede entrar». No es una casualidad que Jesús haya dicho «a los de Emaús: ¡insensatos y tardos de corazón!», porque «siendo duros de corazón, no podían comprender la Palabra de Dios».

Precisamente «la mundanidad ablanda el corazón». Pero le hace «mal». Porque «jamás es algo bueno —destacó el Papa— un corazón blando. Bueno es el corazón abierto a la Palabra de Dios, que la recibe. Como la Virgen, que meditaba todas esas cosas en su corazón, dice el Evangelio». Por lo tanto, he aquí la prioridad: «recibir la Palabra de Dios para no alejarse de la elección».

«En la oración al comienzo de la misa —recordó el Pontífice— hemos pedido la gracia de superar nuestros egoísmos», en particular el de querer hacer la propia voluntad. En conclusión, el Papa Francisco sugirió renovar al Señor la petición de esta gracia. E invocar también «la gracia de la docilidad espiritual, es decir, abrir el corazón a la Palabra de Dios», para «no hacer como nuestros hermanos, que cerraron el corazón porque se habían alejado de Dios y desde hacía tiempo no escuchaban y no comprendían la palabra de Dios». Que «el Señor nos conceda la gracia —hizo votos— de un corazón abierto para recibir la Palabra de Dios», para «meditarla siempre» y para «seguir el verdadero camino».

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 4, viernes 24 de enero de 2014

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