Sin echar para atrás – Lectio Divina-

Lucas 9, 57-62.

Releamos el evangelio desde su núcleo fundamental.

‘Sígueme’, dice Jesús. “Te seguiré donde quiera que vayas”, le había dicho otro un poco antes. “Te seguiré, pero…”, dijo un tercero.

La vida de cada persona es como una especie de viaje. Estamos siempre en camino hacia una meta que indica una realización, una razón de ser.

Esta plenitud, para nosotros al igual que para Jesús, no es un lugar, sino un encuentro, y este es con el Padre.

Poco antes de este pasaje, Jesús ha tomado decisión de subir a Jerusalén. La firme determinación, dice Lucas.

Esta determinación no es otra que la decisión de caminar con más firmeza hacia el Padre a través del valle oscuro de una experiencia dolorosa.

Así como sucede en esa etapa de la vida que se conoce con el nombre de enamoramiento, cuando se siente atracción por alguien o algo frente a lo cual se siente entusiasmo, ganas de involucrarse, de jugársela, lo mismo ocurre en el camino de la vida y de la vida espiritual.

Cuando el corazón es alentado por una pasión, viene espontáneo repetir como el personaje del evangelio: «Te seguiré adondequiera que vayas».

El mismo Pedro, ignorante del significado de sus palabras, no dudará en decir: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir a la cárcel ya la muerte» (Lc 22, 33).

Los comienzos de toda aventura humana están siempre llenos de promesas: las dificultades, si no se ignoran o eliminan, son ciertamente limitadas o minimizadas. ¿Verdad?

De hecho, estamos convencidos de que con un poquito de buena voluntad y, quizás, incluso con la ayuda del Señor, todo podrá transcurrir sin problemas.

Pero, lo sabemos bien, empezar no es suficiente, también es necesario dar continuidad, perseverar y permanecer.

El pasar del tiempo, de hecho, marca la irrupción de necesidades en las que antes ni siquiera se pensaba. Comienzan a emerger realidades también legítimas y razonables en sí mismas y que, sin embargo, no tienen nada que ver con lo que un día se había elegido vivir.

Así, «enterrar al padre» o “despedirse de los de la casa”, terminan por dictar elecciones y orientaciones. A medida que nos alejamos del ardor inicial, las oposiciones encontradas arden como heridas abiertas, tal como debe haber sido el rechazo de los samaritanos a Santiago y Juan, en el episodio anterior.

Según lo relatado por el Evangelio, el camino experimenta muchos retrasos y desviaciones.

Las tentaciones, por un lado, las presiones, por el otro, quisieran poner en cuestión la elección de seguir a Jesús en su camino, haciendo que todo lo que se está realizando parezca inútil y sin sentido.

El camino emprendido bajo los mejores auspicios, de hecho, empieza a ralentizarse a la hora de afrontar el peso y el cansancio de la elección.

En este punto, surge ese estado de ánimo que tanto nos condiciona y determina: desánimo, decepción, desencanto.

No pocas veces, se asocia con la tentación de mirar atrás y abandonar el juego.

Aun cuando no haya que abandonarlo por completo, la perspectiva de un modus vivendi sin infamias y sin elogios está a la vuelta de la esquina, abdicando de todo lo que un día se había dejado atrás.

Es como si estuviéramos convencidos de que una vida que vale la pena vivir es una vida libre de ataduras y condicionamientos externos.

De hecho, a menudo sucede creer que vincularse con alguien, vincularse demasiado, vincularse demasiado tiempo, solo puede ser causa de sufrimiento. Y, por tanto, la única solución sería la de reivindicar la propia autonomía vista como una anestesia frente a vínculos que corren el riesgo de bloquearse.

Inmediatamente todo parece más liviano. Es obvio, planificando menos también terminas sufriendo menos, pero es igualmente cierto que planificando menos, “caminas menos, creces menos, vives menos”.

El dilema, después de todo, no es si vincularse o a una causa o no, sino a quién se une el corazón.

Hay voces dentro de uno que no son menos despóticas y alienantes que las de fuera. ¡Y puede llegar a ocurrir que nos volvamos esclavos de nosotros mismos, de nuestra superficialidad o narcisismo!

En este punto, en la mayoría de los casos, puede uno terminar viviendo una especie de mediocrita disfrazada.

¿No hay remedio? ¿Qué podría hacer que nosotros también «endurezcamos nuestros rostros» y aceptemos el desafío de seguir adelante? ¿Cuál es el acicate que le permite a un discípulo seguir adelante a pesar de todo?

Permanecer unidos al Señor Jesús sin ceder a los estados de ánimo intermitentes o al azar.

No dejar de mantener la mirada fija en Jesús y comprender que amar es vincular, que también vale la pena pagar un alto precio para disfrutar de la verdadera libertad.

Esa es la sabiduría de la enseñanza de esta pagina del evangelio: Elige seguir a Jesús, caminar adelante solo con Jesús, creer contra toda esperanza, no dejar de confiar.

Todo esto puede llevarse a cabo según tres registros:

Uno, el abandono de toda seguridad y firme confianza en Dios; elegir a Jesús, de hecho, significa compartir la precariedad de su camino; se trata de liberarse de las cosas.

Pobres de nosotros si no entendemos que una verdadera relación no se realiza en un vínculo a un lugar sino a un viaje.

Dos, darle a Dios el lugar que le pertenece, aprendiendo a relativizar todo lo que no tiene nada que no tiene nada que ver con él. En este caso se trata de libertad frente a las personas. Andar, pero no condicionado por nadie, aprendiendo que no es posible servir a varios señores.

Tres, mirar hacia adelante sin nostalgias ni arrepentimientos, permaneciendo fieles a los compromisos adquiridos. En este caso de se trata de la libertad frente al propio yo. No víctimas de nuestro pequeño mundo. El vinculo verdadero es el que permanece para siempre, el que no se agota, sino que crece con el tiempo.

Eso es caminar con Jesús.

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