Jesús forma su comunidad (I):
La comunidad transformada por el Espíritu sorprende al mundo
Juan 16, 5-11
“El Paráclito convencerá al mundo”
Comienza la tercera parte del discurso de despedida de Jesús. Volvemos a encontrarnos con Jesús y sus discípulos, quienes después de la cena van camino al Getsemaní.
Jesús, inspirándose en la imagen de la vid y los sarmientos les ha explicado la nueva relación que viven con él a partir de la Pascua: “Yo en vosotros y vosotros en mí”, una profunda comunión de vida entre el discípulo y el maestro que lleva al discípulo no solo a dar los frutos pascuales de vida nueva para el mundo sino también a experimentar el rechazo y la persecución del mundo precisamente por su unión a Jesús.
En el capítulo 16 de Juan, comenzando por el versículo 5, encontramos la última instrucción de Jesús, que puede ser leída desde la perspectiva de la formación de la comunidad. El Señor les enseña ahora cómo construir una iglesia con vitalidad y fuerza pascual en el mundo.
Hay cinco enseñanzas. Hoy abordamos la primera: la venida del Espíritu Santo que inaugura una nueva etapa en la vida de la comunidad.
• Jesús invita a sus discípulos a que estén felices por su partida, condición ésta para enviar el Espíritu Santo, que es el “Paráclito” –auxiliador- de los creyentes (ver 16,4b-7).
• Jesús ve, en consecuencia, desde ya, el comienzo un pueblo transformado por la Pascua (ver 16,8-11).
Este es el punto de partida de la vida de la comunidad pascual.
- Lo que el Espíritu hace en la comunidad, va a impresionar al mundo
Al principio de su discurso había dicho: “el mundo no puede recibirlo porque no lo conoce” (14,17). Ahora Jesús vuelve sobre esta enseñanza: cuando el Espíritu viene, él no viene al mundo sino a la Iglesia. Dos veces repite esta idea en el v.7, una vez en negativo y otra en positivo: “si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré”. Así lo que el Espíritu hace en la Iglesia es lo que va a impresionar al mundo.
Este es el primer paso en la obra que el Resucitado hace con la fuerza del Espíritu.
2. La obra del Espíritu en la comunidad
“Cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (16,8).
Jesús va lejos al dilucidar las implicaciones de esto. Frente al testimonio de la Iglesia vivificada en el Espíritu, el mundo hace tres aprendizajes.
Primer aprendizaje que hace el mundo: el sentido del “pecado” (16,9)
Jesús dice que el Espíritu convence al mundo “en lo referente al Pecado, porque no creen en mí”.
Una persona que no tiene una fuerte experiencia de Dios no tiene sentido del pecado, todo lo parece normal.
Ahora bien, Jesús no dice “pecados” sino “pecado” (en singular). La tarea de una comunidad centrada en el Señor no es atacar a la gente acusándola de sus pecados sino el hacerle caer en cuenta proféticamente de su pecado fundamental.
El pecado es el rechazo de Dios y de su proyecto para la humanidad. Es una fuerza destructiva que arrasa la gloria y la belleza de la humanidad. Una mirada rápida a lo que está sucediendo en el país y el mundo le hace caer a uno en cuenta que esto es verdad. Esto es justamente por el pecado. Pero quien lo hace no tiene conciencia de eso, no comprende el daño profundo que están haciendo.
Pero cuando uno “cree” en Jesús el asunto es diferente: se tiene una gran sensibilidad frente al pecado.
Además, cuando hay una comunidad viva, integrada, renovada, transformada, el pecado de aquel que juega con la vida y la dignidad de los demás queda denunciado. Quien está en esta situación, cuando ve gente profundamente transformada por la presencia del Espíritu, descubre por primera vez que la naturaleza del pecado es ignorar al único dador de vida, al único que puede dar serenidad, paz y perdón. Comienza entonces a
tener sensibilidad de su pecado.
Segundo aprendizaje que hace el mundo: dónde está la fuente de la “justicia” o rectitud de vida (16,10)
Jesús dice que el Espíritu convence al mundo “en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre”.
La rectitud es un término que, en el Antiguo Testamento, equivale a “santidad”: indica que una persona es íntegra a los ojos de Dios y del mundo, que es una imagen patente del hombre querido por Dios.
La Buena noticia del Evangelio es que uno no se hace íntegro por sí mismo. La única manera de lograr una vida integrada, coherente, sólida, bien conducida, es “venir a Jesús”.
“Santificarnos” es lo que Jesús hace en nosotros por medio del Espíritu. La obra del Espíritu es darnos lo que nosotros nunca lograríamos por nuestras solas fuerzas: ser rectos y profundamente íntegros en la presencia del Señor.
Esta es la maravillosa experiencia que podemos llamar “la belleza de la santidad”: una belleza que no proviene de maquillajes sino que viene de dentro. La comunidad verdaderamente bella es la que está conformada por gente que a pesar de su debilidad han llegado a ser profundamente íntegras por la fe en Jesús. Cuando esto sucede, se comienza a transformar todo el entorno vital de manera procesual.
Pues bien, esto es lo que mundo descubrirá de la acción del Espíritu en los creyentes: el mundo entenderá que sí es posible ser santo, ser justo, ser diferente.
Que nuestra oración sea lo que dice el Salmo 90,17: “¡Que la belleza (dulzura) del Señor venga sobre nosotros!”.
Tercer aprendizaje que hace el mundo: que el juicio de este mundo ya sucedió en la muerte de Jesús (16,11)
Jesús dice que el Espíritu convence al mundo “en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado”.
Todo hombre tiene la responsabilidad de darle cuenta a Dios sobre su vida cuando al final de su historia se encuentre cara a cara con Él. Pero, ¡cosa curiosa! Jesús está yendo mucho más allá de esta simple idea. Jesús dice que este juicio ya sucedió.
Un cristiano que sigue a Jesús en el Espíritu Santo vive siempre en una increíble libertad porque ya se sabe juzgado. Un discípulo vive gozoso, como hijo de Dios viviente. Lo que el mundo aprenderá observando a los creyentes es precisamente eso: que son personas saben vivir porque han conseguido superar sus contradicciones internas y ahora están en paz, con una gran libertad y fuerza interior.
Este es el primer paso en la obra de Dios con nosotros.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
- ¿Me considero una persona sensible al “pecado”? ¿De dónde proviene esta sensibilidad?
- ¿Anhelo una vida en la belleza de la santidad? ¿Qué me ofrece Jesús?
- ¿Vivo en el gozo de la libertad de los hijos de Dios o arrastro contradicciones internas que hacen infeliz e insegura mi vida? ¿Qué hizo Jesús en la Cruz por mí? ¿Qué hace ahora por la fuerza de su Espíritu?