Para comprender lo que es la evangelización, para profundizar en lo que es la evangelización en la Iglesia, debemos partir, como es lógico, del origen de esta acción en la tarea de la Iglesia. ¿Cuál es el origen de la evangelización? ¿Dónde situarlo? Este origen no podemos más que situarlo y fundamentarlo en la vida, en la acción, en las palabras y en el ministerio del mismo Cristo sobre la tierra, va a sostener el Papa. Los invito a acercarnos, a través de su encíclica Evangelii Nuntiandi, a conocer lo que la Iglesia piensa que debe ser su tarea evangelizadora en el mundo de hoy.
En primera instancia se pregunta la encíclica: “¿Qué significado ha tenido la palabra ‘evangelización’ para Cristo?” Y responde: “Ciertamente no es fácil en una síntesis completa definir el sentido, el contenido y las formas de evangelización tal como Jesús las concibió y las puso en práctica. Por otra parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida”. Vamos, sin embargo, a intentar aquí una síntesis de esa síntesis que nos hace el documento papal, en la cual nos recuerda algunos aspectos esenciales de la misión de Jesús.
a) Jesús, en cuanto evangelizador, anuncia, sobre todo, un reino: el Reino de Dios, ante el cual hay que sacrificarlo todo. Él lo hace presente con signos y especialmente con su propia persona. Este reino es un nuevo orden cosas: perdón a los enemigos, salvación para los pecadores, inclusión para los excluidos (pobres, enfermos, débiles, etc.).
b) Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios Padre que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es fundamentalmente liberación de pecado. Es el anuncio de la salvación liberadora.
c) Este reino y esta salvación pueden ser recibidos por toda persona como gracia y misericordia, pero a la vez cada uno debe conquistarlos con la fuerza, con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al Evangelio. “Ante todo, cada uno los consigue mediante un total cambio interior… que el Evangelio designa con el nombre de ‘metanoía’, una transformación profunda de la mente y del corazón” (EV 10). A costa de grandes sacrificios.
d) Jesucristo llevó a cabo esta proclamación del Reino de Dios mediante la predicación infatigable de una palabra poderosa. “Una doctrina nueva y revestida de autoridad… Jamás hombre alguno habló como éste”.
e) Pero Él realiza también esta proclamación de la salvación por medio de innumerables signos. Estos signos arrastran a la multitud a verlo y tocarlo y a dejarse transformar por Él: enfermos curados, muertos que vuelven a la vida, pan multiplicado. Y en el centro de todo, el signo al que Él atribuye gran importancia: los pequeños, los pobres son evangelizados y se convierten en discípulos suyos, se reúnen “en su nombre” en la gran comunidad de los que creen en Él (EV 12).
Desde este marco, el Papa en la encíclica concluye contundentemente que “la Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce”, y que por eso “Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda… Ella existe para evangelizar… la tarea de la evangelización constituye la misión esencial de la Iglesia” (EN 14-15).
Inspirado en estos fundamentos, el Papa concluye lo que es evangelizar para la Iglesia. Evangelizar, dice, significa llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, “transformar desde dentro (con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio) los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad” (EN 18-19).
Su finalidad es lograr el cambio interior de la persona porque, sostiene el Papa, “no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos”. Y añade: “Si hubiera que resumirlo en una palabra, mejor sería decir que ‘la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y sus ambientes concretos” (evangelización de la cultura).
Avanzando un poco más, desde este horizonte de la evangelización así entendido, la encíclica nos dirá que “la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la evangelización lleva un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar, sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación” (EN 29). Se trata de un mensaje de salvación que afecta a toda la vida de la persona.
El término “liberación” puede tener varias connotaciones o acepciones. Hablemos al menos de dos. En la RCC la palabra liberación, regularmente, puede hacer referencia a la necesidad de superar la esclavitud de toda atadura interior y, en ese sentido, puede hacer referencia a una amplia gama de componentes. Y esto está bien en términos de la vida espiritual. Pero también el término liberación puede tener otra connotación, referida a la superación de todo yugo u opresión exterior, por ejemplo, ser liberados de la esclavitud del faraón en Egipto. Ésta es una gesta poderosa en la que Dios aparece como un fiel guerrero liberando a su pueblo a través de la guía de Moisés.
Pues bien, parodiando esta hazaña, la Iglesia latinoamericana entendió y proclamó, no hace mucho tiempo, en las Conferencias de Medellín y Puebla, que el pueblo latinoamericano en su situación de pobreza clamaba por su liberación. Ello, entendiendo que la evangelización es un mensaje de liberación. Liberación de todas las servidumbres del pecado personal y social, de todo lo que desgarra al hombre y a la sociedad y que tiene su fuente en el egoísmo, en el misterio de iniquidad (Puebla 482).
Es una liberación que se va realizando en la historia: la de nuestros pueblos y la nuestra personal, y que abarca las diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones. En todo esto ha de circular la riqueza transformadora del Evangelio (Puebla 483).
El Papa Pablo VI en su encíclica (EN 31) denomina también la expresión “liberación”, en esta segunda acepción, con un sinónimo que igualmente puede ser muy conocido: “desarrollo”. A partir del Concilio Vaticano II mediante la constitución Gaudium et Spes y después con la encíclica Populorum Progressio, la Iglesia habla del “desarrollo de los pueblos”.
Pues bien, a propósito de la liberación así entendida, dice EN: “La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización”. El documento hace alusión a las voces de millones de hijos de la Iglesia que forman pueblos enteros, sobre todo del Tercer Mundo, empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambre, enfermedades crónicas, analfabetismo, empobrecimiento, injusticia en las relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político (EN 30).
Y para evitar disquisiciones o acomodaciones estériles, agrega el Papa que en todos los casos este mensaje de la liberación no se puede desvincular de la finalidad específicamente religiosa de la evangelización: “Si fuera así, si se desviara de su eje religioso, perdería su razón de ser: ante todo, el reino de Dios, en su sentido plenamente teológico” (EN 32).
Y como para rematar esta sustentación (desde la fuente y la raíz misma) de la relación entre evangelización y promoción social, el documento argumenta desde otro ángulo que el vínculo entre evangelización y promoción humana lo encontramos en el ser mismo del hombre. Dice el Papa: “Entre evangelización y promoción humana -desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico (que están en el ser mismo del hombre), porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto de los problemas sociales y económicos… y no es posible aceptar que la obra de la evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones… que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad”(EN 31; Mt 25).