¿Por qué Jesús hablaba en parábolas? – Lectio Divina-

“¿Por qué a ellos les hablas en parábolas?”
Mateo 13, 10-17

Entre el relato de la parábola del sembrador y su explicación, Jesús abre un paréntesis para conversar con sus discípulos, no sobre el contenido, sino sobre el por qué para enseñar se ha valido del género parabólico.

Si bien, y digámoslo anticipadamente, forma y contenido, medio y finalidad, van de la mano.

Este paréntesis que nos ocupa hoy es interesante porque nos hace caer en cuenta que en el mundo de la educación en la fe, como también en general, la cuestión no sólo está en la transmisión de la enseñanza, sino en el aprender realmente, es decir, del lado de la disposición del aprendiz.

Entonces,¿por qué Jesús enseña en parábolas?

  1. Una diferencia de actitud que demarca identidad

Todo comienza con una pregunta por parte de los discípulos: “¿Por qué a ellos les hablas en parábolas?” (13,10).

A diferencia de la versión de Marcos (4,12), se trata de una pregunta directa y no de una información del narrador, lo que aumenta la importancia de la cuestión.

Se podría decir que primer efecto de la parábola del sembrador, acabada de contar, es que los discípulos se hagan preguntas.

Es buena señal. Quien pregunta es porque se ha dejado inquietar y porque está interesado en profundizar; y eso es precisamente lo que distingue a un discípulo.

Por otra parte, en la formulación de la pregunta se hace notar una diferencia entre el “ellos” de la multitud y el “nosotros” implícito de los discípulos que preguntan.

Hay una delimitación, una línea sutil de demarcación entre los discípulos de Jesús y el resto de la gente que no pertenece al círculo más estrecho de seguidores.

Mateo subraya el hecho de que los discípulos tienen una primacía en la revelación dada por el Hijo de Dios, es a ellos a quienes se les “da” el conocer cuáles son los misterios del Reino: “Es que a ustedes se les ha dado a conocer los miterios del Reino de los cielos, pero a ellos no” (13, 11).

Se trata de un don. El verbo “dar” está conjugado en voz pasiva, “les ha sido dado” (dédotai, en griego), que connota que es Dios mismo, y a través de Jesús, quien ofrece este don del acceso a sus misterios.

Hay entonces una demarcación y esto es lo que inquieta a los discípulos. Ellos les piden a Jesus que les aclare por qué se da esta diferencia.

  1. ¿Por qué esta diferencia?

Para entender mejor, la pregunta se podría replantear así: ¿Por qué ocurre que la Palabra de Dios no todo mundo la entiende y la incorpora en su universo de pensamiento y de valoración? ¿Por qué hay incredulidad?

La inquietud es tal que en torno a esta pregunta y a la de la persistencia del mal en el mundo y en la comunidad cristiana, es que gira todo el discurso de Jesús en parábolas en Mt 13.

Al respecto permítanme dos anotaciones.

La primera sobre el género como tal.

Hasta hace algún tiempo, en los estudios bíblicos se explicaba el recurso de Jesús a las parábolas como si se tratase de ilustraciones que facilitaban la enseñanza, como quien dice: para hacerse entender mejor.

De ahí que se pensase que era un lenguaje llano, casi ingenuo, quizás el apropiado para campensinos poco instruidos.

Pero luego nos hemos dado cuenta de lo contario: las parábolas son complejas, suponen un auditorio inteligente y atento, porque tienen tal grado de elaboración que no se captan a la primera.

Jesús no minusvalora a sus oyentes. El pueblo de Dios podrá ser sencillo, pero no tonto.

El género parabólico tiene además una especificidad comunicativa, esto es, apunta a poner en crisis al oyente, poniendo en tela de juicio su manera habitual de pensar y de actuar.

Es por ello que se vale de experiencias de vida, hace una poética de la vida, en las que cosas que en principio se dan por sentadas, cada parábola muestra que en realidad no lo son. Y de esta manera invita a dar un giro, a hacer una conversión en la mentalidad y en el comportamiento adoptando el punto de vista de Dios.

La segunda anotación es que, si le ponemos atención a la respuesta de Jesus, notaremos que lo que está en juego no es si la gente capta lo que se le está diciendo, sino si realmente está “comprendiendo”.

Hay una diferencia de términos: una cosa es entender y otra cosa es comprender.

El verbo “comprender” en griego es syn-iēmi, que presupone una captación en el sentido de apropiación, de incorporación de la enseñanza en la propia vida.

Uno puede entender lo que se está diciendo y no estar de acuerdo y, por tanto, no apropiarlo; esto último es el “comprender”. Comprender es “poner dentro de uno”.

Para lograrlo se requiere de un primer paso por parte del oyente: la apertura, la disposición para aprender.

Por eso Jesús lanza una fuerte interpelación para no perder la sensibilidad de los sentidos del aprendizaje

Echando mano del lenguaje semítico, que para nosotros con frecuencia resulta algo enigmático, Jesús responde mostrando que es necesario que se dé un encuentro entre el don de Dios y la responsabilidad por parte de uno.

Lo hace citando un pasaje del profeta Isaías (6,9-10) que proviene del mismo capítulo que narra su vocación.

La primera predicación del profeta recién llamado se dirige a un pueblo terco y del que se requiere la remoción de los obstáculos que le interponen a la predicación y que se sensibilice desde los sentidos del aprendizaje: los ojos, los oídos y el corazón.

Dios da a conocer los misterio del Reino, o sea, nos hace entrar en sintonía con la misma lógica con la que él se hace presente y reina en nuestro mundo. Pero su don se choca con una realidad y que no puede obrar allí donde los ojos de uno se cierran, donde los oídos de uno se tapan, donde el corazón y la mente se niegan a dejarlo entrar, volviéndose el corazón de piedra y la mente obtusa.

Y por parte suya Dios da, siempre da. A pesar de la incredulidad de los oyentes, Dios nunca deja de hablar. Sólo espera que haya oídos dispuestos para escucharlo y ojos dispuestos para verlo.

Dios da su palabra con persistencia y en abundancia, así como el sembrador insistente que arroja la semilla allí donde la mayoría apuesta a que no va a germinar. Y esta es su manera ponernos el reto dd que abramos los ojos y los oídos, para que concentremos la inteligencia y el corazón.

Entendemos ahora por qué las parábolas no son en principio para los discípulos.

Un discípulo es aquel que por definición está abierto a un aprendizaje, es decir, escucha, ve, comprende, que es lo mismo que dejarse cambiar por la enseñanza.

¿Qué nos queda, entonces, de esta enseñanza?

Cuando los sentidos se disponen bien para un encuentro con la Palabra, el Señor puede expresarse con claridad, cada una de sus enseñanzas uno la siente cristalina.

Pero, cuando nuestras facultades miran hacia otro lado, cuando el corazón se endurece, la escucha se distrae y la mirada se ofusca, la Palabra se vuelve oscura y se nos escapa.

Pero hay más… hay otro punto pendiente.

  1. No dar por sentado que estamos del lado de los discípulos

Respondiendo a nuestros temores de fracaso, Jesús pide indirectamente a todo discípulo que no se confíe.

Si un discípulo está con Jesús oyendo su palabra todos los días, pero no cambia sus puntos de vista, ya no es verdadero discípulo, sino de la multitud, no importa que esté físicamente más cerca del Maestro.

Como venimos viendo, el problema no está en la claridad de la Palabra de Dios, sino en la manera como uno se sitúa ante ella. La línea que separa a un discípulo de quien no lo es, está ahí.

Y resulta que esa demarcación no es rígida, puede cambiar. Uno cree estar de un lado, pero puede ser que en la práctica esté en el otro.

Será la calidad y la perseverancia de la escucha la que hará que uno se ponga de un lado o del otro, podemos ser como el discípulo que entran en el Reino o como la multitud que mira sin ver, que oye sin escuchar y que no asimila, no comprende de verdad.

Esto lo podemos ver más claro en la frase que Jesús pronuncia a continuación: “Porque a quien tiene se le dará y a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene” (13, 12).

Se refiere a las consecuencias de la actitud que uno adopte: quien se abre a la Palabra progresa y que quien se cierra echa para atrás.

Quien ofrece con generosidad una buena disposición para darle un chance a la Palabra en su vida, siempre verá efectos positivos. La comprenderá de manera más lúcida y profunda. La manera de ser de Dios, que a veces choca con la nuestra, se le vuelve a uno más familiar.

A quien, por el contrario, cierra los sentidos para la escucha serena y provechosa de la Palabra de Dios siempre le va a costar trabajo reconocer la voz de Dios y tarde o temprano va a perder la sensibilidad espiritual que estaba madurando.

  1. La escucha de la Palabra es la mayor delicia

El final de nuestro pasaje es un llamado a los discípulos para que lo sean de verdad, para que en vez de preocuparse por el fracaso de la semilla, de dudar de la belleza de la semilla y de desconfiar del sembrador, tomen conciencia de que ya viven una bienaventuranza.

“Dichosos sus ojos, porque ven y sus oídos porque oyen!” (13, 16)

Cómo si les dijera: ¡Bienaventurados! Dense cuenta de que aquí y ahora ya pueden gozar bien contentos gracias a una Palabra que les es dada cada día con amor.

Escuchar y ver la lógica del Reino que está encarnada en la persona de Jesús es un motivo inmenso de felicidad, de plenitud de vida. El don es regalado en abundancia por el sembrador, la bienaventuranza está al alcance de uno.

Un discípulo de la Palabra en la escuela de Jesús supera a los profetas y a los justos, dos categorías emblemáticas en Antiguo Testamento. Profetas y justos eran hechura de la Palabra.

“Pues les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron” (13, 17).

Un discípulo de Jesús es más que un profeta y que un justo, porque tiene el don mayor de la Palabra en la persona de Jesús, él la comunica como nadie más en el mundo.

¿Qué es lo que se espera de uno? Sólo una cosa: el estar atento para no perder la sensibilidad y para que no se cierre el corazón.

Por eso vigila dónde pones tus ojos, en qué se enfoca tu mente y qué anhela tu corazón, para que el Dios viviente pueda seguir viniendo a tu encuentro y ocupe el lugar que le corresponde en tu corazón.

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1 comentario
  1. María Estela Gutiérrez Pedroza

    Jesús les hablaba al pueblo en parábolas, para que pudieran «comprender», para que abrieran los ojos, los oídos y el corazón más que todo. Quien escucha la palabra y la pone en práctica o sea la comparte, le va muy bien en lo personal. A mí me pasa. Estoy en la práctica de la familia iglesia doméstica.

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