Humano, así como Jesús, sólo Dios mismo

Como cristianos estamos llamados a vivir en plenitud la vida de Cristo en nosotros. Sin embargo, vivir de Jesús y en Jesús, resulta contradictorio dependiendo de la imagen que tengamos de Él. Algunos de los títulos más sencillos aplicados a Jesús en los orígenes del cristianismo fueron: maestro, profeta, bueno… Otros, ya miraban su figura de una manera más sublime: Hijo de David, Hijo del Hombre, Hijo de Dios, Salvador del mundo… Todos estos títulos dan cuenta de las inquietudes surgidas a partir de la figura de Jesús, hombre que en definitiva impactó la sociedad de su tiempo e impacta a la de hoy.

Leonardo Boff, un teólogo latinoamericano prefiere hablar de Jesús como el Nazareno, no para hacer énfasis en su probable lugar de procedencia, sino para indicar las connotaciones de ser de aquella región. Para el evangelista Juan, Nazaret era considerado un lugar despreciable (Jn 1, 45-46; 6.42), tierra donde viven, según el prejuicio de la época, ignorantes que no conocen la ley (Jn 7, 4), los oscuros y anónimos que no llaman la atención de nadie. Por tanto, asegura Boff, que decir “Jesús de Nazaret” es pensar en que viene del mundo de los pobres y marginados, vive esta situación de carne en cuyo medio él toma origen. Sin embargo, detrás de este origen marginal, la figura de Jesús se alza en autoridad para liberar de la esclavitud que azota a su pueblo. Es esta autoridad la que le da los títulos posteriores, pues no había palabras para expresar esa humanidad que lo habitaba.

Como consecuencia, el impacto de Jesús en la sociedad de su tiempo fue tan profundo que realmente uno igual a él sólo podría ser Dios mismo: por eso desde tiempos muy cercanos a su existencia histórica, sus discípulos lo reconocieron como el Dios Encarnado que se hizo historia para salvar al ser humano desde su realidad.

Estamos en un tiempo maravilloso: la Cuaresma, donde fundamentalmente pensamos en Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien, es decir, haciendo la voluntad de su Padre. Su vida, sus acciones, sus palabras, sus pensamientos y sus intenciones deben ser un paradigma para el cristiano, de manera que logremos comprender también nosotros que entre más humanos seamos, más alcanzaremos la plenitud divina.

Y tú que lees, ¿En qué Jesús crees?

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