Esta era una vez un hombre que quería seguir a Jesús y alcanzar a través de este servicio el Reino de los Cielos.En un sueño profundo, aquel hombre quiso entrevistarse con Nuestro Señor, y le indicaron el camino del bosque. A poco andar encontró a Jesús y le expuso sus intenciones. Nuestro Señor lo miró con inmensa ternura, luego desprendió del suelo de un árbol joven pero alto, y le dijo:
«Recorre el camino de tu vida con esta cruz al hombro y así alcanzarás el Reino de los Cielos». El hombre inició su camino con gran entusiasmo y lleno de buenas intenciones, pero rápidamente cayó en cuenta que la carga era demasiado pesada y lo obligaba a un paso lento y en algunos momentos doloroso.
En una de las oportunidades en que se dispuso a descansar se le apareció el mismísimo demonio, quien le regaló un hacha, ofreciéndosela convincentemente sin condiciones. El la aceptó, pensando que cargarla no constituía un mayor esfuerzo y considerándola una herramienta de mucha utilidad en su cada vez mas difícil camino.
Pasó el tiempo y el hombre mantenía su propósito, aunque nublado por el cansancio y angustiado por la lentitud de su marcha. Entonces, bajo otra forma, volvió a aparecer el demonio y, aparentando buena disposición de ayuda, lo convence de usar el hacha para recortar un poco las ramas. ¡Que distinta se sentía la carga, que sensación tan agradable experimento el hombre al reducirla!
Al pasar algún tiempo, volvió a sufrir el peso agobiante de su cruz y pensó que si recortara otro poco la carga no cambiaría en nada su gran misión y más aún, con ello apresuraría su llegada al encuentro con Jesús; así que volvió a usar su hacha.
De allí en adelante continuaron los recortes, hasta que el árbol se transformó en una hermosa cruz preciosamente tallada que colgaba de su cuello y causaba la admiración de todos. La cruz no tardó en convertirse en una moda, luego vino la fama y el reconocimiento, y adicionalmente un caminar de gacela hasta el Reino de los Cielos.
Alcanzado el final del camino el hombre muere. En medio del esplendor celestial, distingue un hermoso castillo, desde una de cuyas torres Jesús en Gloria y Majestad se dispone a recibirlo. El hombre dice:»Señor, he esperado mucho tiempo este momento. Señálame la entrada.» Jesús le responde: «Hijo, para entrar al Reino deberás subir hasta donde estoy, usando el árbol que te entregue cuando iniciaste el camino hacia mi.»
El hombre lleno de vergüenza reconoció haberlo destruido y lloró amargamente su error. Despertó entonces de su profundo sueño, y agradecido con el Señor, regresó al bosque aquel para tomar su cruz y llevarla entera al Reino de los Cielos.