Lucas 9, 18-22.
A diferencia de Marcos (8,27), donde el narrador nos cuenta las coordenadas espaciales de la confesión de fe de Pedro (en Cesarea de Filipo), Lucas deja de lado el dato geográfico y más bien acentúa que la circunstancia es la de la oración: una experiencia de oración de Jesús.
Sabemos bien que Lucas destaca este rasgo de Jesús: que era un orante.
Lo retrata orando en los momentos claves de su vida: en el bautismo (3,21, cuando escoge los Doce (6,13), en la transfiguración (9,28), en la pasión lo hará tres veces, en el monte de los Olivos (22,39-46), en el momento de la crucifixión (23,34) y en el momento de la muerte (23,46).
Lucas agrega, además, que Jesús tenía la costumbre en medio de la misión de apartarse a lugares solitarios (5,16) para orar.
De esta primera anotación podemos sacar tres lecciones:
Una. La oración subraya la gran importancia de los momentos.
En este caso concreto, la respuesta de Pedro parte el evangelio en dos, porque le permite a Jesús describir breve pero claramente todo lo que sigue: cuál es su itinerario de rechazo, muerte y resurrección. El anuncio que seguirá (v.22) se basa en este tema.
Dos. Jesús vive en intimidad con el Padre y de ahí brota toda su identidad y misión.
El hecho de que Lucas presente a menudo a Jesús en oración nos inculca que esta es la fuente de la gran fuerza del alma de Jesús.
Es, por tanto, también un dato que nos dice dónde está la fuente de vida para nosotros, donde encontramos ayuda, vigor y luz. Luz en la oscuridad de nuestro camino a veces oscuro e incierto, luz sobre lo que nos puede parecer enigmático en nuestra vida.
Es la luz que envuelve a Jesús en el episodio que sigue: el de su transfiguración, que para Lucas también ocurre durante la oración de Jesús.
Tres. Yendo más a fondo, hay dato que no pasa desapercibido: el irse aparte solo.
Jesús se encuentra solo. Jesús ora solo, aunque los discípulos lo acompañan.
Son expresiones que parecen contradictorias. Pero quizás, con estas palabras Lucas nos quiere decir que en Jesús hay una soledad que no se puede eliminar, una soledad que no viene dada solo por la unicidad propia de Jesús como ocurre con todo hombre, esto es, por la identidad personal de cada uno en su diversidad; aquí se trata de una soledad que proviene del hecho de que tiene que llevar su propia y que no la puede compartir con sus discípulos.
Pes sí, Jesús ora, y ora solo, cuando pregunta a los discípulos quién dice la gente que es. Y recibe respuestas que no comprenden su identidad, respuestas que quedan en lo habitual, en lo conocido, en la repetición de un pasado que no sabe abrirse a cualquier novedad que pueda desconcertarnos o hacernos romper con patrones ya conocidos.
Sigamos analizando el texto…