Oh violencia del divino amor que hiciste mayor al más pequeño de todos. Esto hizo el verdadero amor, desconociendo la divinidad, rico en bondad, poderoso en afecto, eficaz en la palabra.
Nada oh Señor Jesucristo fuente y abismo de amor, triunfa más de Ti, que el amor, por él te anonadaste a Ti, mismo, para que nosotros conociéramos la plenitud, la altura y la singularidad del amor.
La violencia de tu amor nos amó a nosotros aunque éramos feos y deformes. No para dejarnos así, sino para hacernos bellos de nuestra fealdad y hermosos de nuestra deformidad.
Nos amaste Señor Jesucristo, amor abismal, desde el abismo de tu amor. Te hiciste por nosotros hombre, te sometiste, nos recibiste, te inclinaste a nosotros para levantarnos. Te anonadaste de tu majestad, para llenarnos de divinidad. Descendiste hasta nosotros, para que nosotros pudiéramos subir a Ti. No hay ningún padre, ninguna madre, ningún amigo, no hay nadie que nos haya amado tanto como Tú, Señor que nos hiciste.
Que la fuerza de fuego y de miel de tu amor, nos absorba amantísimo Señor, absorba nuestra mente de todo lo que hay debajo del cielo, para adherirnos a Ti, y apacentarnos en tu sola suavidad, y en tu sola dulzura para deleitarnos y embriagarnos.
2o.- Oh Señor Jesucristo qué feliz bien y qué deseable, es sentir la violencia de tu amor, que ilumina diariamente con sus rayos nuestro pecho. Que sana nuestra mente, que ilumina lo más secreto del corazón, que fortalece nuestra mente y fortifica con alegría nuestra alma.
Oh qué dulce es la misericordia y la suavidad de tu amor, Señor Jesucristo, dador de amor. Amor de que gozan aquellos que no aman nada fuera de Ti, nada buscan ni aún desean pensar.
Tú nos invitas a tu amor. Tanta es la violencia de tu amor. No hay ninguna invitación mayor que prevenirlo todo amando, porque el corazón que primero estaba roto, cuando se siente amado, se despierta y si antes tenía fervor, cuando sabe que es amado, se siente mucho más el amor.
3o.- Oh amantísimo Señor Jesucristo aunque amaras indeciblemente, sin embargo yo impiadoso pecador que llevo un corazón de piedra y de hierro, no he reconocido tu amor en mi pecho frío, y aunque deseaba tu amor, nunca respondí a tu amor con amor.
¡Auxilíame! Piadosísimo Señor Jesucristo, que no puedes no amar y por la violencia de tu dulcísimo amor, impulsas a mi alma rebelde para amarte, para servirte plácidamente y para obtener una vida sempiterna en tu amor. Amén.