Dios lo hizo Señor

Decía san Pedro, en su primer discurso ante una multitud de judíos que lo escuchaban, después de la resurrección de Jesucristo: Sepa, pues, ciertamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo (Hech 3, 12-15). Antiguamente la palabra “Señor” tenía un sentido profundo de señorío y de dominio absoluto. El emperador era el único señor. Se saludaba diciendo: “¡César es el Señor!”. Los cristianos decían por su parte: “No, Jesucristo es el único Señor”.

Debemos reconocer, aceptar y vivir el señorío de Jesucristo sobre nuestra vida. Jesús debe tomar posesión de todas las áreas de nuestra existencia: el área cultural, el área intelectual, el área sentimental, el área de nuestra actividad exterior y vital.

¡Jesús debe ser nuestro único Señor! En ese sentido, dice Pablo: Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de los muertos, serás salvo (Rom 10, 9); y también: Toda lengua confíese que Jesucristo es el Señor (Filp 2, 11).

El verdadero cristiano está sometido a la soberanía y al dominio absoluto de Jesucristo. Examinémonos: ¿Qué zonas de nuestra vida están aparte del dominio de Cristo? Si nuestra vida de negocios no está controlada por Él, nuestra vida sentimental o nuestra vida sexual no están bajo su norma; si nuestra vida cultural, si nuestra vida económica no están bajo su señorío.

Que Él lo ilumine todo; que Él sea el Señor de toda nuestra existencia. Hay dos cosas correlativas en el misterioso mundo del cristiano. El señorío absoluto de Jesús en nuestra vida y nuestra resurrección, que Jesucristo nos otorgará a la hora de la muerte.

Son cosas sublimes, importantísimas, más importantes que todo: poner toda nuestra actividad, toda nuestra iniciativa, todo nuestro camino, bajo el Señorío de Jesucristo. Y, en compensación, tener la seguridad absoluta de que nuestro divino e infinito Señor Jesucristo nos resucitará a la hora de la muerte.

Debemos orar con frecuencia a Cristo, diciendo humildemente: Señor Jesucristo, Tú que señoreas mi vida, resucítame a la hora de la muerte; mi Señor Jesucristo, resucítame a la hora de la muerte.

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