Lectio de Lucas 14, 15-24
Mientras están en un comida conversando, todos contentos por tener un invitado excepcional como el profeta de Galilea, a un cierto punto uno de los comensales, a lo mejor para elevar el nivel del diálogo o para quedar bien, dice que estar juntos es bello, pero que se imagina cómo sería aún más bello hacerlo en el banquete del Reino de Dios.
Y Jesús aprovecha para constatar una tremenda verdad: hemos sido invitados a ese banquete, pero no respondemos.
Jesús propone la enseñanza con una parábola donde se escuchan excusas, a lo mejor razonables, pero ciertamente carentes de discernimiento entre lo importante y lo urgente.
Pero también deja ver otro registro en la parábola: la notable diferencia entre ricos y pobres. Dos mundos polarmente opuestos y sin contacto.
Y resulta que los pobres, los enfermos, los discapacitados, y todos los que entran en la categoría de los marginados, son los que finalmente se gozan el banquete.
Es la lógica del Reino que canta María de Nazaret en el Magnificat:
‘Derribó de su trono a los poderosos y ensalzó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos’
(Lucas 1, 52-53)
Con todo y esto, la invitación sigue abierta para todos. El tiquete de entrada es tu ‘sí’.
La fiesta tendrá lugar de todas maneras no depende de mí, sino de la generosidad de Dios. De mi dependerá el ser parte de ella o el auto-excluirme.
Te invito a profundizar en los detalles de la parábola a partir de su dinámica narrativa. Te dejo a ti las conclusiones.