Lectura de los siete ‘ayes’ sobre la hipocresía -Lectio Divina-

Martes 25 de Agosto.

San Mateo 23, 13-32:

Lectura de los siete ‘ayes’ sobre la hipocresía.

Nos vamos aproximando al final de nuestra lectura semi-continua del evangelio según san Mateo y evangelista nos comunica uno de los discursos más duros de Jesús. Es un texto que puede ayudar para una buena revisión de vida.

Proponemos leer de corrido, así sea brevemente, la serie de siete lamentaciones de Jesús, conocidas como “ayes” (porque cada una comienza con un “¡Ay!”). Ayuda mucho leer el conjunto y no por partes separadas, como hace la liturgia.

En casi todos los “ayes” Jesús repite la expresión “escribas y fariseos hipócritas”. El término hipócrita está tomado casi tal cual de la lengua griega y significa “actor de teatro”, incluso puede traducirse como “comediante” o “payaso”.

Esta expresión, que en el mundo teatral griego es positiva, toma en labios de Jesús un sentido peyorativo ya que denuncia una doble vida.

Si miramos en conjunto los siete “ayes” notaremos que dicha hipocresía se diagnostica en:

  • La discrepancia entre ser y aparecer.
  • El mal manejo de la escala de valores.
  • La falta de discernimiento de lo que es importante y de lo que es secundario, entre lo central y lo periférico.

En el fondo de este comportamiento se encuentra:

  • El alejamiento de Dios.
  • El actuar con base en intereses personales ajenos extraños a los criterios del evangelio.
  • La resistencia a la conversión.

Lo que cuenta para Jesús no es lo externo ni los títulos de dignidad ni la manera como se presenta externamente una persona, porque para él no hay máscaras ni rótulos.

Jesús conoce el corazón y lo que importa para Él es el actuar cotidiano impulsado por el amor sincero aprendido y madurado en la relación profunda con Dios.

Veamos cómo Jesús va evaluando, una a una, siete actitudes que son manifestación dicha “hipocresía”, es decir, del corazón no convertido al Dios del Reino.

Los cuatro primeros “ayes” evalúan el comportamiento de un Maestro: (1) Su autoridad para abrir una escuela; (2) La motivación de la búsqueda de discípulos; (3) La primera lección: el respeto a Dios; (4) La segunda lección: el mandamiento central de la Ley.

Primer “¡ay!”: Cuando a la relación con Dios se le antepone el rigorismo de la observancia de las normas (23,13)

El maestro es aquel que “abre” la puerta del cielo a sus discípulos, de ahí deriva su autoridad, para esto es que se abre una escuela.

Lo que importa es que todos puedan “entrar en el Reino de los Cielos” (ver los textos de la semana pasada).

Pues bien, puede darse la tendencia a pensar que ello depende la cantidad de prácticas que se hagan y puede suceder –como sucedía con toda la cantidad de normas propias de la casuística rabínica- que el exceso de actividades impida la aceptación del evangelio del Reino.

Qué se esperaría del discípulo: Buscar primero la persona de Dios para poder vivir con alegría –como una “carga ligera”- todas sus exigencias.

Segundo “¡ay!”: Cuando se busca a otras personas para hacerlas pensar como uno pero no como Dios (23,15)

¿Qué Maestro no quiere formar una escuela? Sin embargo, hay que tener en cuenta la motivación. Jesús cuestiona aquellos que forman “su” escuela para inculcar sus “propias ideas” y aún su “propia” espiritualidad en otros.

Los nuevos discípulos no son más que “clones” del Maestro y lo más grave es que, si por casualidad el Maestro ha perdido de vista la referencia fundamental que es Dios, no hace sino formar nuevos agentes del mal, como dice Jesús: “hijos de la condenación el doble de vosotros”.

Qué se esperaría: El Maestro debe tener claro y hacer que a sus discípulos les quede claro que no lo siguen a él, a su propia visión de las cosas, sino al Dios del Reino que se está revelando en Cristo Jesús.

Tercer “¡ay!: Cuando se pierde de vista la persona misma de Dios (23,16)

Cuando los discípulos ya están en la escuela, la primera lección es el decálogo. Al llegar a la lección del segundo mandamiento se mostraba cómo los juramentos honraban la grandeza y omnipotencia de Dios. Se entraba entonces en la discusión sobre cuáles eran los juramentos válidos.

Con base en esto, Jesús muestra cómo poco a poco se va perdiendo de vista la persona misma de Dios, por eso aclara (1) que todo juramento llama a Dios como testigo y que por lo tanto es un acto de adoración, (2) que jurar con frecuencia es un abuso contra Dios, (3) que no es correcto pensar que todo lo que no se jura por Dios no obliga.

Qué se esperaría del discípulo: Hacerse siempre la pregunta que hace Jesús “¿Qué es más importante?”. Lo que importa es manejar una escala de valores en cuya cima está la persona de Dios amada, respetada y responsablemente vivida; así se honra –como merece- el nombre de Dios.

Cuarto “¡ay!”: Cuando no se descuida lo esencial (23,23-24)

De la prioridad de la persona de Dios en la vida se pasa a la búsqueda de lo “más importante” para vivir según su voluntad. Jesús pone en tela de juicio la inversión del orden de los valores de la casuística rabínica que –con buena intención- busca la santidad en el detalle: mientras sólo era obligatoria pagar el diezmo por el aceite, el mosto y los cereales (ver Nm 18,12; Dt 14,22-23) sin embargo ellos lo hacían también con elementos menos esenciales como la menta, el aneto y el comino.

Jesús muestra cómo tal generosidad contrasta con la vivencia de “lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe”.

Qué se esperaría: Poner el corazón en la ley del Señor para tener un corazón íntegro, partiendo de lo esencial que es la misericordia, para vivir desde ahí la relación con Dios (fe) y con los hermanos (justicia), y luego descender poco a poco a todos los detalles en los cuales procuraremos mostrar una gran generosidad.

Los últimos tres “ayes” se centran en la evaluación del aprendizaje de lo central de la ley (ver el tercer ¡ay!) en el comportamiento cotidiano. Jesús nota tres actividades importantes en la vida de un celoso del Señor:
(1) la práctica de la pureza ritual en la cocina;
(2) el cuidado con los cadáveres;
(3) la veneración de la memoria de los antepasados. Notemos cómo las acusaciones se van intensificando gradualmente.

Quinto “¡ay!”: Cuando no hay un camino de conversión la espiritualidad es vacía (23,25-26)

Irónicamente Jesús describe a aquellos se la pasan todo el día puliendo la vajilla de plata, por razones de pureza ritual, y haciendo de esta actividad su camino de santidad. En realidad, esta es una espiritualidad vacía. Y había sentenciado Jesús –a la manera de Isaías- “pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).

Esto sucede cuando el comportamiento moral sólo se preocupa de las apariencias externas y no de la realidad interna.

Qué se esperaría: La verdadera espiritualidad es la que tiene como base un camino responsable de conversión, apuntando siempre al necesario nexo entre lo interno y externo. Hay que sustituir el radicalismo leguleyo con un radicalismo ético.

Sexto “¡ay!”: Cuando la apariencia externa es bella pero el corazón está corrompido (23,27-28)

Es tan importante el quinto “¡ay”! que se enfatiza ahora en el sexto. Las costumbres funerarias de los tiempos de Jesús comprendían los siguientes pasos:
(1) el difunto era envuelto en una sábana,
(2) el cadáver se colocaba en una tumba construida en una gruta o una roca excavada,
(3) un año después se recogían los huesos en una canasta y eran finalmente sepultados en un campo o en otra gruta, las conocidas “casas de los huesos”,
(4) estos lugares de sepultura era pintados con carburo para poder reconocerlos fácilmente,
(5) la pintura era renovada cada año, especialmente después del tiempo de lluvia.

Lo que se buscaba era:
(1) ser muy respetuosos con el difunto y
(2) evitar cualquier impureza por el contacto con cadáveres.

Jesús de manera sarcástica observa la preocupación exagerada con el difunto mientras en la vida terrena se descuidan los deberes morales: el comportamiento con los vivos que debe ser recto y puro. Y así como en los sepulcros, la pintura sólo esconde penosamente los huesos de los muertos, así la justicia de los fariseos es meramente exterior.

Qué se esperaría: Comprender que la verdadera pureza está en el corazón (Mt 5,8).

Séptimo “¡ay”!: Cuando veneramos la memoria de los mártires pero no imitamos su conducta ni obedecemos su mensaje nos colocamos al nivel de sus asesinos (23,29-32)

En continuidad con el ¡ay! Anterior pasamos al mundo de las estatuas y de los grandes monumentos funerarios.

En los tiempos de Jesús, a la orilla de los caminos, en los lugares visibles de las ciudades, en medio de los campos se encontraban muchos monumentos sepulcrales de profetas y grandes personajes de la historia de Israel.

Jesús llama la atención sobre la memoria histórica que solemos hacer de los antepasados, la cual también puede estar también llena de hipocresía.

Pues bien, esta memoria debe estar acompañada de un cambio de mentalidad que le ponga fin a la cadena de muerte y de injusticia que se ha venido incubando en la historia. El análisis de la historia nos debe llevar a transformarla.

Qué se esperaría: Lo mismo que en todos los anteriores, la coherencia.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

  1. ¿Cuáles pueden ser las causas por las cuales una persona puede llegar a adoptar un comportamiento doble con Dios y con los demás?
  2. ¿Por qué pronuncia Jesús este discurso? ¿A quién se dirige?
  3. ¿Qué hay que hacer para no caer en ninguno de estos comportamientos sobre los cuales Jesús nos advierte con tanta vehemencia?
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