Lectio ‘Palabra vivificante’

Marcos 16, 9-15: Somos misioneros de una esperanza

La experiencia pascual desemboca en dos acciones, dos verbos, de los cuales el sujeto somos nosotros: creer y evangelizar.

Una vez que hemos recorrido en esta semana un buen número de los relatos más importantes que nos dan el acceso a esta experiencia, se nos propone hoy uno que hace las veces de síntesis y proyección.

Nos situamos en el apéndice del Evangelio de Marcos (Mc 16, 9-14). De él leemos la primera de sus tres partes, un repaso de las apariciones del Resucitado (16,9-14) y la entrega del mandato misionero (16,15).

En esta síntesis y proyección de los relatos pascuales podemos distinguir:
Uno, la evocación de tres de los encuentros más significativos con el Resucitado.
Dos, un elemento común: la resistencia por parte de la comunidad para recibir la noticia.
Tres, el envío misionero.

  1. ‘Jesús se apareció a…’

El narrador parte de una evocación de apariciones del Resucitado que encontramos en Mt, Lc y Juan, puestas ahora en un único cuadro de conjunto.

  • – La aparición a María Magdalena (v.9-11) se describe ampliamente en Juan 20,1-18.
  • La manifestación a “dos de ellos” (v.12-13) se relata completamente en Lucas 24,12-35 (los discípulos de Emaús).
  • La aparición a los “Once” (v.14) la encontramos en Juan 20,24-29.
  • El envío misionero (v.15) lo encontramos en Mateo 28,28-20.

Todas estas personas, después del encuentro con Jesús se convirtieron en testigos y proclamadores de lo vivido. Según este pasaje los primeros que llegaron al creer fueron María Magadalena y los discípulos de Emaús. Los “Once” llegaron, pero les costó más.

¡Qué importante es la fe en la resurrección de Jesús! Sólo la fe asegura esa apertura interior que hace que el contenido de la predicación se transforme en una experiencia de vida.

Sólo la experiencia personal del Resucitado es lo que los constituye testgios. El narrador parece quere subrayar que la proclamación del Evangelio no es la transmisión de un mensaje al que hay que creer, sino la adhesión total de sí mismo, con corazón y la vida, a una experiencia que transfigura la vida.

  1. ‘Les echó en cara su incredulidad’

Literal. Es un regaño de Jesús a la comunidad apostólica: ‘Les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado’ (16,14).

Creer o no creer es el problema que se va planteando en cuanto se narran las apariciones. Se pone sobre la mesa la cuestión fundamental. No es necesario ver para creer; es lo contrario: creyendo y practicando la fe es que se hace la experiencia del Resucitado.

La comunidad apostólica estaba ensimismada en su duelo: ‘Estaban afligidos y lloraban’. Y nos se abrían, les resbalaba el anuncio pascual. No creyeron en el testimonio de María Magdalena, ni en el anuncio de ‘dos de ellos’.

Aquí se retoma uno de los temas fuertes del evangelio de Marcos. A largo de todo el evangelio fue una constante, lo discípulos no captaban fácilmente la novedad de Jesús y, peor, se resistieron frente al anuncio misterio pascual de Jesús. Cada vez que Jesús se los anunciaba, o no entendían nada o miraban para otro lado.

Así como con la incomprensión de la cruz, o mejor, el ‘escándalo de la Cruz’, también ocurre con el anuncio de la resurrección. Esto es fuerte, porque ellos han sido llamados para ser los portavoces, los misioneros de esta buena noticia.

Sea a María de Magdala, sean a los dos discípulos de Emáus, la comunidad no los escucha. Y quien no escucha el testimonio, no sólo rechaza a los despositarios del anuncio, sino que rechaza también el evangelio de la Resurrección y el contenido mismo de la obra extraordinaria realizada por y en la persona de Jesús de Nazaret en su misterio pascual.

Y siempre sorprendeque Jesús no deje pasar por alto la falta de confianza de sus discípulos. Pero sorprende más que, a pesar de eso, enseguida les confíe la misión de evangelizar a toda criatura.

  1. ‘Vayan a todo el mundo a evangelizar’

A pesar de todo, Jesús de ninguna manera les retira la confianza depositada en ellos para que sean los continuadores de la obra que él inició, sino que reciben la misión de ‘proclamar el Evangelio a todas las criaturas’.

La que era una prerrogativa del Señor Jesús, de él quien es ‘el Evangelio del Padre’, ahora es compartida a sus seguidores. A ellos que no supieron recibir la noticia, a ellos que antepusieron la ‘angustia del vacío’.

Ellos estaban ensimismados en su duelo. Les parecía increíble que un muerto volviera a vivir y a hablar.

‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a todas las criaturas’ (16, 15).

Toda la experiencia pascual apunta a esta acción: la evangelización del mundo entero y del hombre entero.

Es un encargo que conoce exclusivismos. No es sólo para algunos, es una noticia que debe llegar al mundo entero. Basta ser persona para tener derecho a este anuncio, no importa la religión o la cultura, la fe o no fe.

Es un encargo que no acepta intimismos. Se anuncia la posibilidad de abrirse a un Dios que gratuitamente se dona. Y entrando en uno de esta manera, también nos impulsa a donarnos con todas nuestras energías a los demás y al servicio de la vida.

No encargo para el cual no hay límites. No hay zonas prohibidas, no hay restricciones. No es sólo para todos los seres humanos, sino para todo lo creado. Hay una evangelización del cosmos, de lo ecológico, de todo lo que existe y con lo cual formamos comunidad. Vivimos en la misma casa, nos recuerda con frecuencia el Papa Francisco.

Ni siquiera hay condiciones previas para que la evangelización pueda darse.

El evangelio en confiado en nuestras manos débiles, las manos de cada uno de nosotros. Precisamente como podrá ocurrir cada vez que el Señor vuelva a entregarse en nuestras manos en cada Eucaristía.

Lo hace con nosotros a pesar de todo. Somos prolongación de la obra de Jesús. Qué confianza! Qué responsabilidad! Jesús la juega por nosotros, sabiendo de nuestras contradicciones.

‘Prediquen el evangelio’

Esta es la tarea. Llevar a todos y a toda la realidad la buena y bella noticia que Jesús trajo al mundo y que se ha hecho realidad en sus gestos, en la esperanza que ha encendido en los corazones con su muerte y resurrección. Esto es lo que hay que compartir.

En fin…

No somos embalsamadores de cadáveres, como intentaron hacer las mujeres de buena fe en la mañana de la resurrección, somos los enviados para que otros recuperen la esperanza.

Esta es la identidad de los discípulos: ayudar a todo mundo a recuperar la esperanza, porque ese es el signo de la presencia vida y resucitada de Jesús en medio del mundo.

Toda criatura tiene derecho a una palabra, la única capaz de despertar en el corazón el deseo de una vida nueva, una palabra que manifiesta el amor de Dios por nosotros, que ofrece misericordia y genera nuevas y mejores condiciones de vida.

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Sigamos orando con fe por el fin de la pandemia…

Señor y Padre,
tú que no desprecias nada de lo que has creado
y que deseas que cada persona alcance la plenitud de la vida,
mira con bondad nuestra fragilidad que a veces trata de ceder.

Haz que nuestro corazón esté en alto en esta hora de prueba.
Perdona nuestra incapacidad para hacer memoria
de todo lo que cada día haces por nosotros.

Aleja de cada de uno de nosotros todo mal.
Con Pablo hoy decimos:
‘Si tú estas con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
En toda adversidad somos más que vencedores gracias a aquel que nos ha amado’.

Ayúdanos a comprender que la belleza que salva al mundo es el amor que comparte el dolor.

Bendice los esfuerzos de quienes trabajan por nuestra integridad:

Ilumina a los investigadores, dale fuerza a cuantos trabajan en la curación de los enfermos, a quienes se están sacrificando por protegernos a todos.

Danos a todos la alegría y la responsabilidad de sentirnos cuidadores unos de otros.

Da tu paz a quienes has llamado a ti, alivia la pena de quien llora la muerte de seres queridos.

Haz que también nosotros, como tu Hijo Jesús, pasemos en medio de los hermanos haciendo el bien, sanando las heridas y siendo solidarios con quienes las están pasando mal como consecuencia de esta situación.

Intercedan por nosotros María nuestra Madre y todos los santos, todos ellos que siempre mantuvieron viva la esperanza de que todo concurre para el bien de los que aman al Señor.

Amén.

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