Jueves – Semana Trece del Tiempo Ordinario
El poder del Hijo del hombre para perdonar
San Mateo 9, 1-8
“Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados”
Continuamos con la lectura de los capítulos 8 y 9 del evangelio de Mateo, donde –después de la catequesis sobre el discipulado (Sermón de la Montaña)- se presenta una serie de 10 milagros de Jesús. Hoy leemos el sexto milagro: la curación de un paralítico.
Observemos inicialmente en el texto: (1) que hay un cambio de escenario: pasamos del mundo del mar (que Jesús y los discípulos acaban de atravesar dos veces) al mundo urbano, es decir, al mundo de las relaciones, del tejido social: “pasó a la otra orilla y vino a su ciudad” (9,1); (2) que se sigue enfatizando el “caminar”: la vida de discipulado es precisamente eso y que, en consecuencia, hay que evitar la parálisis que obstaculiza la movilidad para el seguimiento de Jesús.
El milagro de Jesús en Gadara, donde mandó al abismo profundo la impureza simbolizada en los cerdos, ambientó esta nueva escena donde Jesús no sólo perdona los pecados sino que capacita para reorientar la vida de la persona con un nuevo vigor –sostenido por su palabra-. Al final también las reacciones del pueblo serán diferentes.
Veamos de cerca este pasaje:
- Jesús y el paralítico
El énfasis de nuestro pasaje está en la conexión que se da entre las dos frases que Jesús le dirige al paralítico al comienzo y al final de la escena.
La primera frase de Jesús al paralítico, “¡Ánimo!, hijo tus pecados de te son perdonados” (9,2c), es una declaración. Por el poder de la palabra de Jesús este hombre ya queda perdonado.
La segunda frase de Jesús a este hombre, “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (9,6), es una orden. Por los imperativos pronunciados por Jesús el paralítico hace tres gestos significativos.
Notemos cómo la curación se expresa en términos de resurrección: un ponerse en pie y caminar. Además todo el movimiento que se describe es el de un hombre nuevo por la fuerza del evangelio de Jesús: uno que construye su propio proyecto histórico en el mundo, partiendo de su identidad personal y de su entorno familiar, dejándose orientar – en cuanto discípulo- por la instrucción de Jesús.
2. Jesús y sus críticos
En medio de la escena aparecen los escribas haciendo una valoración negativa de las palabras iniciales de Jesús: “Éste está blasfemando” (9,3). La sentencia es breve pero categórica.
Los escribas, quienes se limitan a llamar a Jesús simplemente de “éste”, declaran que Jesús se está atribuyendo funciones que no le corresponden, y todavía peor, que ofenden a Dios porque usurpan sus exclusivos poderes (en el evangelio de Marcos se es todavía más específico: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?”, Mc 2,7).
Jesús, quien “conoce sus pensamientos” (9,4ª), así como “vio” también la fe de los portadores de la camilla y del paralítico (9,2b), sale al frente de la crítica antes de continuar con el milagro.
Primero los invita a los escribas a revisar su actitud negativa: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?” (9,4b). Éstos tienen pensamientos malévolos en contra de Jesús.
Enseguida Jesús va al núcleo del asunto, dando una lección positiva: la conexión que hay entre la parálisis y el pecado.
Jesús pone en claro dos puntos:
(1) Su “poder” sobre la tierra, en cuanto “Hijo del hombre”. La incapacidad de los escribas para reconocer la novedad absoluta de Jesús en cuanto enviado de Dios que realiza por su ministerio la salvación del mal del mundo, los coloca al nivel de la ciudad pagana gadarena que rechazó a Jesús en la escena anterior (ver 8,28-34) y, al mismo tiempo, muy lejos de la gran actitud de fe del centurión pagano quien se sometió al poder de la palabra de Jesús (ver 8,5-13).
(2) Todo perdón es una curación. El sentido de los milagros de Jesús se expresa bien en esto: si bien son signos de la misericordia del Señor (ver 8,16-17) no se trata de simples favores que se le hacen a las personas para aliviar sus dolores, sino auténtica recuperación del hombre entero y por lo tanto experiencia de vida nueva que se concreta en una nueva dinámica en el proyecto de vida, así como se ve claramente en los pasos que da el paralítico sanado.
Desde el comienzo del evangelio de Mateo Jesús ha sido presentado con estas palabras: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (1,21). En esta primera escena de perdón del evangelio mateano se pone en claro para qué ha venido Jesús y cuál es el alcance de su poder mesiánico. El perdón de Dios se manifiesta en el poder de Jesús que va hasta el fondo de la miseria humana para sanar sus parálisis y hacer brotar de allí la fuerza de la vida y el compromiso.
3. La ciudad y Jesús: el salto cualitativo de la fe y el ministerio del perdón
Dos ciudades aparecen confrontadas en esta parte del evangelio de Mateo: (1) la ciudad pagana en la región de Gadara (8,34) que le pidió a Jesús que se fuera y (2) la ciudad de Jesús (se sobreentiende Cafarnaúm, ver 4,13) donde un grupo acude con fe, llevando un enfermo, sin hacerle siquiera una solicitud (9,2ª), y donde al final la gente “temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres” (9,8).
“Temer” y “glorificar a Dios” son signo de que se ha visto más allá del milagro, de que se ha entrado en el misterio de Dios revelado en Jesús: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Isaías 9,1; citado por Mateo 3,16); de este conocimiento propio de la fe todavía parecen incapaces los escribas quienes están encerrados en sus pensamientos malévolos.
Acerca de la última frase “que había dado tal poder a los hombres” (9,8b), en la cual llama la atención el plural “hombres” (indicación de que no se refiere solamente a Jesús), la Biblia de Jerusalén comenta: “Mt piensa sin duda en los ministros de la Iglesia, que han recibido este poder del Cristo (ver 18,18)”.
En la comunidad de los discípulos, el Perdón de Jesús sigue vigente como fuerza de vida que regenera y pone los pasos de todos en las rutas del evangelio.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
- ¿Por qué la curación el paralítico se pone en términos de resurrección? ¿Qué relación tiene con el perdón?
- Los escribas dudaron del poder de Jesús para perdonar los pecados. Y yo, ¿dudo también o creo firmemente en su poder para perdonar?, ¿Cómo lo manifiesto? ¿El perdón que ofrezco a mi hermano/a es una prolongación del perdón que me ofrece Jesús?
- ¿En la comunidad en que vivimos, qué gestos concretos vemos de perdón?, ¿Qué podríamos hacer para ofrecer con mayor frecuencia nuestro perdón y así experimentar el gozo de la acción de Dios en nuestras vidas?
“En cuanto a mí, lo tengo claro, el deber principal de mi vida, es ofrecerme a Ti, Dios, Padre Todopoderoso, para que todo en mí, palabras y pensamientos hablen de Ti”
(San Hilario de Poitiers, +368 dC).