Convertirse significa cambiar, pero cambiar para bien, mejorar, avanzar. En el camino de los discípulos no debe existir el retroceso.
Verdaderamente este camino es en tanto difícil, ya que no se trata de cambiar de ropa, o de casa, o de ciudad; es cambiar el personal estilo de vida, y ya eso se nos hace complicado, porque no se empieza desde fuera, sino desde dentro.
«¡Hay que portarse mal, porque portarse bien es aburrido!»; entonces, que aburrido puede resultar cambiar, pero que interesante resulta luego los cargos de conciencia por las malas acciones, eso si que es aburrido. Y no es que no se pueda cambiar, porque «árbol que nace torcido…» más bien es que no queremos cambiar.
¿Por qué entonces convertirse se nos hace tan difícil? Es que no nos dejamos conducir; pareciera que preferimos estar estancados o incluso retroceder. Necesitamos de la fuerza del Espíritu Santo para avanzar.
Estar por estar es perder hasta la vida. Estar y no producir frutos, solo nos dará la oportunidad de ser eliminados. Para no perder la vida en nada, hay que aprovechar la oportunidad, no sabemos si es la última, entonces a remover todo desde la raíz y avanzar con el propósito de dar frutos, no sea que se nos vuelva a ir el tiempo, y entonces si seamos totalmente eliminados.