Como niños caprichosos

Lc 7, 31-35

Cuando no se puede vencer a un adversario con buenos argumentos, el paso siguiente es desacreditarlo en público desdibujando su vida personal. Esto le pasó a Jesús.

  1. La crítica a Jesús y a Juan Bautista

La gente estaba dividida, polarizada en dos bandos frente a Jesús.

Esta división de Israel ya había sido profetizada por Simeón (2,34): Jesús sería signo de contradicción.

Y esto se manifiesta primero ante la predicación de Juan bautista y luego ante la de Jesús.

No todo el mundo reconoce en ellos, ni en Juan ni en Jesús, la revelación de Dios, esquivando así el llamado a la conversión y a la apertura del proyecto de Dios.

Jesús afronta la situación.

Jesús mismo le da voz al retrato denigrante que hicieron circular sobre Juan Bautista y sobre él.

  • De Juan decían que estaba endemoniado (7,33).
  • Y de él decían: “Ahí tienen a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34).

El original griego tiene la expresión “phágos” y “oinopótes”, que quiere decir comelón y bebedor empedernido.

Y peor: con malas compañías, figuras de mala fama que se vuelven parte de su entorno, sus “amigos” (en griego “filos”).

Este perfil de Jesús se contrapone al ascético y correcto socialmente de Juan Bautista, quien ayunaba y por decisión personal era abstemio (Lc 1,15).

Esto era un hecho. Pero el punto es que a ninguno de los dos la gente les toma en serio el mensaje que proponen. El de Juan bautista era de juicio y el Jesús era de salvación.

En pocas líneas se describe esta actitud de la gente, a quien Jesús llama con ironía “esta generación”.

  1. La respuesta de Jesús (7,31-32)

Jesús retrata a sus críticos en una parábola.

Se parecen a un grupo de niños que juegan en la plaza del pueblo.

Estos niños van a jugar pero terminan peleando porque no se ponen de acuerdo. Se dividen en dos grupos, cada uno intenta imponer al otro las reglas del juego.

Un grupo quiere imitar una fiesta de bodas, pero los otros les dan una respuesta negativa, y entonces se quejan: “Les hemos sonado la flauta y no han bailado”.

El otro grupo, en cambio, les proponen jugar al funeral. Y los otros también les responden negativamente. Entonces se escucha la queja: “Hemos cantado una lamentación y no se han golpeado el pecho”.

Detrás de esta parábola hay evocaciones de textos del Antiguo Testamento, tanto de Dt 32,5-6 (“Le ofendieron sus hijos descastados, una generación perversa y retorcida. ¿Así le pagas al Señor, oh pueblo necio e insensato?”), como del Salmo 78,8 (“Y no sean como sus padres, una generación rebelde y contumaz, una generación de corazón voluble, de espíritu infiel a Dios”) y 95,10 (“Cuarenta años me hastió aquella generación, y me dije: “Son un pueblo de corazón descarriado, estos no reconocen mis caminos”).

En pocas palabras: a todo la gente dice que no, sea por rigurosidad sea por laxismo, todo lo caricaturizan y así huyen del compromiso.

Una de las tentaciones del mundo religioso de todos los tiempos es el criticar todo relativizando lo que los otros hacen, con actitud de escepticismo frente a cualquier iniciativa. Es una forma cínica de esquivar el compromiso.

Lo que escenifica Jesús en la parábola es la gente que se parece a los niños que no quieren entrar en el juego. Sus razones son apenas excusas, no quieren compromisos, lo que buscan es imponer su propia voluntad y no abrirse a ninguna propuesta.

Los oyentes de Jesús en la práctica son como los niños caprichosos y obstinados que hacen bronca y rechazan todas las propuestas que les hacen para emplear su tiempo libre, no están contentos con nada, a todo dicen no y tratan de imponer a la fuerza su propia voluntad.

El punto es que aquí ya no se trata de un juego, sino una opción de vida. El Bautista había predicado la penitencia, Jesús en cambio el Reino en la libertad festiva del amor.

Pero el resultado es el mismo, o sea, un no, desprecio grosero, sarcástico y despectivo a su propuesta.

  1. Pero…

Jesús concluye con una respuesta enigmática: “Pero la sabiduría ha sido reconocida justa por todos sus hijos” (v.35).

Se trata de la sabiduría personificada (Prov 8,1-9,6).

Aquí “sabiduría” es sinónimo de proyecto de Dios.

Quiere decir que a pesar del rechazo de la gente, el proyecto salvífico y sabio de Dios tiene su cumplimiento. J

Jesús y Juan Bautista son imagen de aquellos que ya la están realizando, que han aceptado el proyecto de Dios.

Y lo mismo harán los verdaderos seguidores de Jesús. A quienes les es concedida la sabiduría de Dios, saben reconocer sea a Juan Bautista que a Jesús.

Ellos saben que Dios actúa a través de quien ayuna y de quien come. No se dejan enredar por las opiniones ni los lugares comunes ni por los estereotipos preconcebidos, que se tapan los oídos frente a la novedad evangélica, que con ellos no puede alinearse.

Volviendo sobre la parábola de los niños en la plaza, miremos la vida con sabiduría, no nos engañemos.

Vayamos a lo esencial, alegrémonos de las muchas cosas que hemos descubierto y recibido, dejemos que la serena esperanza de la presencia de Dios crezca en nosotros, para hacernos grandes en la fe y dejar de lloriquear como niños.

Aceptemos la invitación a participar en la danza de Dios: bienaventurados nosotros si sabemos interactuar a su ritmo y seguirle el paso.

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