Hermano separado: hoy quiero dirigirme a usted, cristiano que se alejó de la Iglesia Católica por distintos y extraños motivos. Posiblemente los otros católicos lo escandalizamos a usted, porque nos vio embriagados, porque nos vio en los cafetines, porque nos vio quebrantando el sexto mandamiento.
Quizá usted mismo estaba alejado de Dios, hasta que alguien le habló de Jesucristo. Fuimos, para usted, posiblemente, una piedra de escándalo; usted generalizó, usted pensó que todos los católicos éramos borrachos, disolutos, quebrantadores de la Ley de Dios. Usted no vio la belleza de los verdaderos católicos. A usted, hermano bautista, adventista, luterano, evangélico, presbiteriano, cristiano de las Asambleas de Dios, quiero decirle que la Iglesia Católica viene reanimándose desde el Vaticano II; la Iglesia eterna, la Iglesia de Cristo, la Iglesia de Pentecostés, la Iglesia de la Virgen María, la Iglesia recupera la fuerza primitiva, la primera alegría, el primer amor, el entusiasmo de Pentecostés.
Yo quiero decirle, hermano, que ya es tiempo de regresar a la Iglesia Católica, de encontrar en ella lo que usted deseaba; encontrará una Iglesia animada por el Espíritu Santo, una Iglesia reanimada; encontrará multitud de grupos de oración que se alimentan de la Palabra de Dios, que toman el Evangelio como norma exclusiva de la vida, que viven en comunidad, que participan sus bienes, que se aman, que se alimentan con la Eucaristía, que leen continuamente la Escritura, que son estrictos seguidores de Jesucristo.
Encontrará una Iglesia a la que sus obispos están invitando a comprometerse en la evangelización de América Latina. Quiero invitarlo a volver a la Iglesia Católica, a la Iglesia de la Renovación, a la Iglesia de la fe, a la Iglesia de los cantos jubilosos; a la Iglesia que tiene toda la doctrina tradicional y todo el calor de Pentecostés.
Una Iglesia completa, una Iglesia con verdad y con poder, como la Iglesia de los Hechos Apostólicos; con María, la Madre de Jesús, y con Jesucristo como Salvador y centro de todo. Los primeros cristianos vivieron de fraternidad, de eucaristía, de oración en su vida espiritual, y escucharon la doctrina de los apóstoles y de los inmediatos sucesores de los apóstoles. Esto está sucediendo también actualmente en la Iglesia Católica, por causa de la Renovación Carismática Católica.
Hermano separado: ya es tiempo de que nos involucremos juntos en el arca de la Iglesia, en la casa de la Iglesia purísima, animada de Cristo, sin pecado,fraternal, llena de entusiasmo y de esperanza.
Es posible que usted se hubiera escandalizado cuando presentábamos los católicos un extraño espectáculo; creyentes sin Cristo, que no teníamos poder, que no teníamos alegría, que no teníamos amor, que no habíamos abierto el Nuevo Testamento; que sólo teníamos una Iglesia de folclor y de cohetes, pero no la Iglesia de la adoración, la Iglesia de la alabanza, la Iglesia de la esperanza.
Pero hoy se está formando la Iglesia de los cristianos inundados por el Espíritu Santo; animados con la fuerza, con el poder y con los dones de Pentecostés. Cuando usted se una con nosotros, no tendrá nada que desear de las antiguas riquezas espirituales de su secta, de su confesión religiosa.
Ahora la Iglesia cristiana de la Renovación Carismática está presentando grupos de fervorosísimos católicos, que mantienen todo el acervo incomparable de su tradición y que han sido fortalecidos con la fuerza de los dones, de los carismas del Espíritu Santo.
Ya usted no puede decir de los católicos que no leemos la Escritura; ya usted no puede decirnos que somos pecadores públicos, que somos adúlteros, que somos asesinos, que nos matamos los unos a los otros, que nos contentamos con prender una veladora y nos vamos a pecar.
Que rezamos 30 credos y con eso creemos honrar la Semana Santa. Que cargamos las andas de la Dolorosa, y con eso nos sentimos libres para olvidarnos de Cristo durante todo el año. Pecadores habrá en todas partes, son el dolor de la Iglesia, que se reconoce simultáneamente pecadora y santa. La Iglesia los llama al arrepentimiento.
Pero la Iglesia nunca invita al pecado, sino al amor de Dios y del hombre. No mire lo opaco, sino descubra en la Iglesia Católica renovada un fervor que posiblemente no había en su secta, un amor intenso a Jesucristo, un amor fraternal, como en la primitiva Iglesia; un deseo de predicar la Palabra y de comunicar a muchos que Jesús está vivo.
Yo quiero decirle que hay en la Iglesia Católica, actualmente, una bella primavera. Venga usted a nosotros. Se sentirá plenamente satisfecho, se sentirá como en su casa paterna. No echará de menos nada. Tenemos el amor a Cristo, el amor a la Escritura; la dirección de nuestro pontífice, que a usted le hace falta; el amor a María, que es el calor maternal de la Iglesia.
Vuelva usted, hermano protestante, hermano bautista o presbiteriano, hermano adventista o de cualquier denominación, que la Iglesia se está renovando. A usted lo echábamos de menos. Usted es nuestra nostalgia desde el siglo XVI. Queremos que ore con nosotros, que lea la Escritura con nosotros, que reciba la Eucaristía con nosotros, que rece las palabras de san Lucas a la Virgen con nosotros.
Cristo quiere la unidad de su Iglesia. Usted es una oveja selecta del rebaño de Cristo, que Él quiere que se unifique, para que no haya sino un solo rebaño y un solo pastor. Usted vendrá y nosotros iremos con los brazos abiertos. Nos tomaremos de la mano, cantaremos con usted los cantos carismáticos, que hemos posiblemente aprendido de usted y le enseñaremos nuestras propias canciones. Nos uniremos en la alabanza, en la lectura de la Palabra, en la fraternidad y en la eucaristía. Cuando usted venga, hermano protestante, se sentirá impresionado de ver la nueva Iglesia, renovada por el Espíritu Santo. Cuando nosotros lleguemos a usted, sentiremos la alegría de los creyentes que se sienten uno, como lo son el Padre y el Hijo. Entonces usted se dirá: “Yo no conocía a mi Iglesia, yo me había alejado de ella sin saber la fuerza inmensa del catolicismo para renovarse y para llenarse de Pentecostés”.