Martes – Semana 14 del Tiempo Ordinario.
Un Buen Pastor Misionero de la Misericordia
San Mateo 9, 32-38
“Al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban maltratados y desamparados como ovejas que no tienen pastor”
Después de narrar el noveno milagro (la curación de dos ciegos), el evangelista Mateo nos lleva a la cumbre de las manifestaciones del poder del Reino con el décimo milagro de Jesús (9,32-33), con el resumen de su actividad a favor del pueblo necesitado, donde brilla su corazón pastor (9,35-36), y con la invitación final a los discípulos para que supliquen obreros para tan amplio campo de trabajo (9,37). Se abre así el espacio para la misión de los discípulos.
- El culmen de los milagros: la curación de un endemoniado mudo (9,32-33)
Llama la atención la brevedad de la narración. En la frase “Rompió a hablar el mudo” (9,33a) se dicen las palabras precisas para describir el punto culminante de los milagros obrados por la fe, después de las dos mujeres y los dos ciegos -en los cuales la fe tiene “voz”-. Acción del maligno es incapacitar para proclamar la fe.
La inclusión de relatos vocaciones en lugares estratégicos de la narración, nos lleva a notar que Jesús no sólo da fuerzas para caminar (como el caso del paralítico perdonado y sanado) sino también voz para proclamar la fe: ambos elementos son componentes esenciales del seguimiento de Jesús.
Frente al milagro las opiniones se dividen. Dos tipos de voces, las que proclaman la fe y las que lo niegan, se dejan escuchar:
(1) La gente, el nuevo Israel que se ha venido formando por la praxis de misericordia de Jesús, proclama con admiración una afirmación muy cercana a la confesión de fe: “Jamás se vio cosa igual en Israel” (9,33b). Ellos reconocen la novedad absoluta de la obra salvífica de Jesús.
(2) Los fariseos, quienes han venido –como una especie de contrapunto- expresando su resistencia frente a la novedad del Reino y permaneciendo en su rigorismo legal, hacen un diagnóstico religioso –por lo demás, completamente errado- de la persona de Jesús: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios” (9,34). Se cierran ante la evidencia de los signos de Dios encaminados a la vida y prefieren pensar que por detrás de Jesús está obrando una fuerza maligna.
Estas dos reacciones polarizadas que suenan como dos coros –y llama la atención que no hay términos medios-, recogen bastante bien el impacto que ha tenido la obra de Jesús con los marginados; éstas continuarán en adelante, incluso a propósito de la misión de los apóstoles que está por comenzar.
- La actividad de Jesús, misionero de la misericordia, se multiplica
Los diez milagros narrados no se quedan en hechos puntuales, sino que se multiplican; su función era describir la constante de la misión de Jesús en su empeño por reunir al nuevo pueblo de Dios. El resumen que Mateo presenta en 9,35, recuerda cuál es el tema central de la misión –la Buena Nueva del Reino anunciado con palabras y acciones poderosas que promueven la vida- cuál es su marco geográfico –“Todas las ciudades y aldeas”-.
Pero aparece de repente, también en un cuadro-resumen, el sujeto de la misión. Emerge ante la mirada sorprendida de nosotros los lectores el panorama trágico que sacude las entrañas de Jesús (“Sintió compasión”, 9,36b). ¿Qué se había impregnado en la retina de Jesús? Estaba impregnada una multitud “golpeada” y “desamparada”, como una multitud de heridos esparcidos en un campo de batalla, sin asistencia. Jesús percibe la gravedad de la situación.
Jesús se presenta como un buen pastor que “ve”, “siente compasión” y emprende una acción: el envío de misioneros. La tarea es reunir, sanar y reconducir al pueblo disperso y desamparado por la desidia de sus líderes. Estos líderes eran los verdaderos causantes del mal estado en que se encontraba la población ya que ellos sólo pensaban en sus intereses personales, practicaban injusticias, se robaban lo que era de todos e incluso – cobijados por una visión rigorista de la Ley- sus conciencias de hijos e hijas de Dios.
Urge la misión profética y restauradora que anuncia la “justicia del Reino”, proclamada en el Sermón de la Montaña, con los criterios de la misericordia que acompañaron los milagros Jesús.
- La oración por la misión (9,37-38)
Los discípulos pasan ahora al primer plano: Jesús necesita sus brazos (9,37). Para ello primero los invita a orar “al Dueño de la mies (el Padre) que envíe obreros a su mies” (9,37), luego los enviados saldrán de estos mismos orantes. La misión madura primero en el corazón orante.
Notemos cómo los discípulos van ocupando cada vez mayor espacio. Justamente después de los tres primeros milagros apareció el llamado “Sígueme” (8,22), igualmente después de los tres milagros siguientes (9,9). Pues bien, respondiendo al llamado los discípulos Jesús no solamente los hace personas completamente nuevas (9,16-17) sino que los va haciendo participar estrechamente en su misión.
Del “seguimiento” pasamos ahora al “envío”. Pero será la misericordia del Buen Pastor (anunciada en Ezequiel 34 y Zacarías 13,7-9) la verdadera raíz de la evangelización por parte de los discípulos: ellos serán misioneros de la misericordia.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Por qué podemos afirmar que la actividad de Jesús misionero se multiplica?
2. ¿Me considero un/a verdadero/a misionero/a de Jesús?’ ¿Cómo lo manifiesto?, ¿Las personas que viven conmigo lo notan?, ¿En qué?, ¿Y si no lo notan qué debo hacer?
3. Frente a la acción de Jesús, es decir al milagro, las opiniones se dividen. Los que lo aceptan y creen y los que lo niegan. ¿En el ambiente en el cual vivo, manifiesto abiertamente mi fe o lo hago de una manera vaga, como para no comprometerme dejándome condicionar por el ‘qué dirán’?