Cuántas veces no hemos escuchado la palabra ‘espera’, especialmente en esta época en la que se nos invita a darle la bienvenida al Dios que renace. Sin embargo nuestra referencia de la espera es siempre impaciente, intranquila, sin reflexión alguna, sin expectativa que transforme nuestra vida en ningún sentido. Nos hemos convertido prácticamente en autómatas y vivimos vidas sin mayor profundidad, sin norte alguno.
El fin del año civil, comporta para la sociedad un mirar hacia a atrás en el espejo de lo vivido; cuántos logros alcanzados, cuantas experiencias habidas, cuántos miedos superados, cuantas personas conocidas y lo más importante, cuántos aprendizajes. Un valioso ejercicio al que te invito en este adviento.
Que este ejercicio nos sitúe como un integrante más de nuestros pesebres. Que podamos ser esos pastores que en medio de su cotidianidad se dejen deslumbrar por esa señal del cielo que trae la buena noticia. Que seamos como los Reyes Magos, que obsequiamos de lo que tenemos a ese Jesús que se hace carne en nuestro prójimo. Que seamos como José que supo ver más allá de las creencias y sentimientos del mundo y acompañó a María a escribir el inicio de la más bella historia de amor. Que seamos como María, cuya fe alimentada por la fuerza del corazón pudo más que el miedo que la privaba por tal anuncio. No olvidemos ser como el ángel Gabriel, siempre portadores de Dios para la humanidad.
Una vez más, con esta semblanza, se nos invita a formar a Jesús, a hacer real su encarnación por y en nosotros, a revivir su promesa que se hizo vida en un pesebre y hasta nuestros días se renueva cada día con el clarear de cada amanecer.
Démosle sentido a esta espera; que no sea demasiado tarde cuando hayamos abierto los ojos y el corazón y nos quedemos con las ganas de haber experimentado el amor más perfecto de todos. ¡Qué la espera valga la pena!