Hablando de la oración, sabemos que es el medio de comunicación que tenemos con Dios, pero que además tiene diversos matices, desde la intención que se tenga en ella, es un diálogo abierto entre dos amigos, y uno de esos matices, es la oración de alabanza. “La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es.” (C.I.C. 2639).
Todas las clases de oración son vitales, pero la de alabanza le permite al ser humano reconocer a Dios en toda su inmensidad, en su plenitud, no se detiene a buscar recibir nada de Dios, sino que lo elogia, le reconoce sus atributos y cualidades, le exalta y le da el lugar auténtico en su corazón y en la Iglesia, por eso nos atrevemos a afirmar que quien alaba al Señor, hace un acto de humildad profunda, se reconoce limitado, pero al mismo tiempo reconoce que Dios es Dios, y por ende hace una confesión del amor que siente por El.
Hacer esta oración de alabanza le implica al ser humano entrar en un proceso de profunda intimidad y enamoramiento de Dios, purificando su ser para poder realizar ese ejercicio, que le permite fortalecer su fe en Dios, para poder llegar a esa contemplación de la Gloria de Dios. Con la ayuda del Espíritu Santo el espíritu humano se acondiciona para poder ofrecerle a Dios la alabanza adecuada y justa que El merece, declarando que somos sus hijos, que lo amamos, al mismo tiempo damos testimonio de su acción en nosotros.
En la alabanza le damos Gloria al Dios Uno y Trino, al Padre Creador, al Hijo Salvador y al Espíritu Consolador, a cada uno se le rinde culto, reconocimiento y elogios por lo que son, no solo por lo que hacen, normalmente alabamos a Dios cuando hace cosas maravillosas y portentosas en nuestras vidas, pero la verdadera alabanza es la que se le otorga a Dios, reconociendo cada uno de sus atributos divinos, dentro de ellos la omnipotencia que realiza en nosotros.
Dentro de la oración de la alabanza se integran las otras formas de oración, para poder darle a Dios todo el reconocimiento que Él se merece por parte de nosotros, decirle que Él es bueno, que es poderoso, que es maravilloso, que es excelso, que es majestuoso, etc., es una nuestra constante tarea, es un compromiso de amor que tenemos los hijos de Dios, para con El, la alabanza debe ser constante, en todo momento, cuando se alaba a Dios, como efecto de su inmenso amor hacia nosotros, se rompen cadenas que atan la existencia humana, la alabanza arrebata a Dios de los cielos, y lo trae a nuestras realidades para darnos vida en abundancia.
En el evangelio de Lucas vemos como María Santísima alaba a Dios por medio del Magníficat (Lc 1, 46-55), el sacerdote Zacarías, padre de Juan el Bautista, con el Benedictus (Lc 1, 68-79) y el anciano Simeón en la Presentación del niño Jesús en el Templo (Lc 2, 29-32), estos pasajes bíblicos son muestra de lo fundamental que es la oración de alabanza para nuestro crecimiento como creyentes, como hijos que amamos a Dios nuestro Padre, a Jesucristo nuestro hermano, y al Espíritu Santo que nos consuela y ayuda.
Alabemos siempre a Dios, desde la óptica del reconocimiento, para que luego esto lo pongas en práctica con nuestros hermanos, es decir, aprendamos también a elogiar a los demás con la claridad que no es por lo que tengan o hagan por nosotros que los elogiamos, sino por cada uno de ellos es un hijo de Dios, y en ellos encontramos la presencia del Dios Altísimo. “¡Todo cuanto respira alabe a Yahveh! ¡Aleluya!”
(Sal 150, 6).