Lectio Divina – Martes – Escuela de valores (V): Una vida de hijos que refleja el amor perfecto del Padre

Martes – Semana 11 del Tiempo Ordinario

Escuela de valores (V):
Una vida de hijos que refleja el amor perfecto del Padre
Mateo 5, 43-48
“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”

La justicia del Reino, que genera vida y fraternidad, es la que le da pleno sentido a la “Ley y los Profetas”. Jesús no vino a darle “cumplimiento” exigiendo una observancia más rigurosa. De hecho, la Ley no hace sino señalar qué es lo que el Padre quiere que hagamos, pero ella no tiene la fuerza interna para hacernos realizar su voluntad.

La última lección que Jesús da en esta escuela de valores que enseña a convivir al estilo del Reino de Dios es, precisamente, que lo que le da plenitud a la Ley es la identificación con los comportamientos y actitudes del Padre celestial: una vida de Hijos de Dios: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (5,48).

Aquí ya no se habla de un valor específico sino de la fuente de todos los valores: la perfección del Padre. Si bien Dios Padre es perfecto en todo lo que pudiéramos pensar, aquí se está aludiendo a aquello que más lo caracteriza con relación a nosotros: el amor (ver en Lucas 6,39 cómo aparece explícitamente el término “misericordia”).

Las bienaventuranzas llevan a vivir según el Corazón del Padre. Las “buenas obras” que reflejan la luz de la vida nueva de los discípulos son aquellas que hacen notar una vida de “hijos” que llevan en sí la impronta de la personalidad del Padre: “para viendo…glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (5,16). Los buenos hijos honran su apellido.

Por lo tanto el criterio último de acción no es la “Ley” escrita sino la manera de ser del Padre que se reflejó nítidamente en la praxis de misericordia de Jesús de Nazareth.

1, La situación: tengo un enemigo

Cuando se cita el antiguo mandato de “odiar al enemigo” y a circunscribir las relaciones en el marco de aquellos que son considerados “prójimo” (en principio se piensa en el hermano israelita), probablemente se está pensando los enemigos de la comunidad que está viviendo el Reino. Recordemos que en la conclusión de las bienaventuranzas se puso de relieve que las comunidades estaban siendo perseguidas (ver 5,10-12).

Sobre este horizonte se bosqueja la última lección, según la cual el “odio al enemigo” (5,43) –que puede ser válido para quien conoce la “Ley” (Levítico 19,18) pero aún no ha hecho la experiencia de Jesús- ya no cabe para quien vive en la esfera del Reino.

2, El Corazón del Padre como modelo que inspira la vida del discípulo

El hombre viejo acostumbra polarizar: “mis amigos y mis enemigos; con los primeros trato y con los otros no”. Pero resulta que Dios Padre no es así: Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (5,45). Es decir, que al Dios Padre de Jesús todos le caben en el corazón.

3, Aplicación: un amor sin límites y con capacidad de regenerar

La mención explícita del “sol” y de la “lluvia” es una referencia a las bendiciones que Dios le prodiga a los suyos: con ellas Dios mantiene y hace prosperar lo que ha creado. Que Dios ilumine y le conceda prosperidad a una persona “mala” o “injusta”, indica que –así como tampoco lo hacen el sol y la lluvia- el amor del Padre no se circunscribe a aquellos que lo aman sino Él que ofrece su amor gratuitamente y sin distinciones aún a quien no se lo merece.

De la misma forma se comporta el discípulo con quien lo persigue y le hace daño a Él y a la comunidad. Por eso Jesús cambia la frase “odiar al enemigo” por “amar al enemigo” (5,44a). La manera concreta de amarlo es incluirlo en su propia vivencia del Dios Padre del Reino: “rogad por los que os persigan” (5,44b). Entonces el Dios del Reino lo transformará con sus bendiciones.

Se realiza así el segundo paso en la manera de afrontar una enemistad: transformar al enemigo con el poder regenerador del Reino.

La actitud fundamental de un discípulo de Jesús es el amor que sólo desea el bien, hace el bien, y, desde ahí, hace al otro bueno. Como también dice Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Romanos 12,21). Así se corta el mal por la raíz.

En fin: Una manera de ser distinta y distintiva

Una persona que obra así evidentemente es distinta de otra que no “conoce” lo que es vivir bajo la gracia de la filiación divina. Ejemplos claros son el publicano -quien vive en su pecado- y el gentil -que adora a otros dioses- (ver 5,46-47); ellos aman (nada más) a los que los aman y saludan (no más que) a los de su estricto círculo de amistades.

Por su parte, el discípulo es claramente diferente porque el motivo fundamental que inspira su actuar es el amor perfecto, primero y creador del Padre celestial.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

  1. ¿Por quién siento antipatía o aversión? ¿Hay alguien que “no me cabe” en el corazón o que he decidido excluir de él?
  2. ¿Mi corazón es capacidad de todos, como el de mi Padre celestial?
  3. ¿Me parece que el Señor me pide demasiado? ¿Esto me desanima? ¿Cuál es el fundamento que me lleva a pensar que amar sí es posible aun cuando las circunstancias parezcan adversas?

“Dios de mi corazón, que el amor que te llevó a morir por mí me haga también morir
por ti”

(San Juan Eudes, “Llamas de amor”)

Compartir
Entradas relacionadas
Deja un comentario

Tu dirección email no será publicada. Los campos requeridos están marcados *