La alegría de descubrirse conocido por el Señor-Lectio Divina-

Lunes 24 de Agosto.

Fiesta del Apóstol San Bartolomé.

Juan 1, 45-51: La alegría de descubrirse conocido por el Señor

“Cuando estabas debajo de la higuera, te vi”

Al celebrar hoy la fiesta del Apóstol Bartolomé leemos el Evangelio del primer encuentro de Jesús con Natanael (a quien la tradición identifica con Bartolomé). El evangelio nos remite junto con él a su experiencia vocacional.

En su primer día como discípulo, Natanael recorre un camino de conocimiento progresivo del Señor que lo lleva a hacer el primer acto de fe de todo el evangelio de Juan (ver 1,50).

Para Natanel, el rostro de Jesús se va desvelando progresivamente, así:

(1) Jesús es la Plenitud de las Escrituras.

Es el testimonio que Felipe le da a Natanael, quien no lo hace usando definiciones abstractas, sino que afirmando que en Él se ha cumplido lo que las Sagradas Escrituras hebreas (la Ley y los Profetas) habían anunciado (cfr. 1,45b).

Por lo tanto el mensaje para Natanael es: “si tú quieres permanecer fiel al Antiguo Testamento, a todo el proceso histórico de la revelación de Dios, debes reconocer a Jesús, quien es su máxima realización”.

(2) Jesús es el Hijo de Dios (“Tú eres”, 1,49ª).

(3) Jesús es el Rey de Israel (“Tú eres”, 1,49b).

En un primer momento, la reacción inicial de Natanael ante el testimonio de Felipe es de escepticismo, incluso prejuicio: “¿De Nazareth puede haber cosa buena?” (1,46ª).

Pero Felipe no se pone a convencerlo con muchos argumentos y pruebas, no le sigue el juego a la discusión.

Es cierto que cuando hay prejuicios las palabras no sirven. Por eso simplemente lo invita: “Ven y lo verás” (1,46b).

El verdadero conocimiento de Jesús no puede venir sino del encuentro con Él.

De ahí que la invitación de Felipe a Natanael puede sonar así: “Deja aparte tus ideas y tus prejuicios, y confía en el encuentro con Jesús, después saca tus propias conclusiones”.

Entonces llega para Natanael llega el momento decisivo.

Su encuentro personal con Jesús es un don y no conseguirá reponerse más del estupor: descubre que Jesús conoce su corazón.

Jesús sabe que Natanael es un israelita en quien no hay falsedad, un hombre “de una sola pieza”, honesto: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” (1,47b).

Entonces escuchamos la reacción: “¿De qué me conoces?” (1,48ª).

Jesús le hace saber que conoce algunas cosas suyas estrictamente personales: “Cuando estabas debajo de la higuera te vi” (1,48b).

La expresión “Te vi debajo de la higuera” (1,48.50), cualquiera que sea la explicación de lo que fue visto, lo importante es que se trata de algo muy personal.

El hecho es que Jesús lo conoce y que este conocimiento lo une más estrechamente a él. El conocimiento profundo y personal es la base de las grandes amistades.

La reacción de estupor de Natanael culmina en su confesión de fe: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (1,49).

Natanael llega más lejos que los discípulos anteriores, sólo lo superará después Tomás: “Señor mío y Dios mío” (20,28). Y a diferencia de Tomás, para Natanael no se trata de ver para creer sino que porque cree ahora podrá ver.

Al hacerle caer en cuenta que lo que ha dicho es una expresión de fe, Jesús acoge a Natanael como su discípulo (“has de ver cosas mayores”; 1,50) y lo comienza a vivificar como hijo de Dios (reconoce que “cree”, 1,50; cfr. 1,12: “A los que creen en su nombre les dio poder de hacerse hijos de Dios”).

El sentirse conocido y amado le ha abierto los ojos a Natanael.

El discipulado es una dinámica de vida basada en el conocimiento y el amor.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

  1. ¿Cómo fue mi primer encuentro con Jesús?
  2. ¿Me descubro conocido y amado por mi Jesús? ¿En qué se basa mi relación con Él?
  3. ¿Cuáles son las “cosas mayores” que Jesús le promete a Natanael que verá?

“¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y querida eternidad! Tú eres mi Dios; por Ti suspiro día y noche. Cuando te conocí por primera vez, me elevaste para Ti, a fin de que pudiera aprehender la existencia de lo que veía, y que, por sólo por mí, no sería capaz de ver. Deslumbraste la debilidad de mi vista con la intensidad de tu luz; y temblé con amor y horror. Me encontraba lejos de Ti en una región desconocida, como si escuchara una voz de lo alto: ‘Yo soy el pan de los fuertes; crece y me comerás’. No me transformarás en Ti como el alimento de tu cuerpo, sino que Tú serás transformado en mi”


(San Agustín)

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