Mateo 9, 14-17: Jesús, un maestro de la innovación
Todos conocemos de memoria la frase de Jesús ‘Vino nuevo en odres nuevos’. Está en los tres evangelios llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Quizás sea una de las lecciones más contundentes de Jesús sobre la innovación.
¿Qué particularidad tiene esta enseñanza en Mateo? ¿Cuál es su matiz? Vale la pena dedicar unos pocos minutos para descubrirlo.
- Comencemos recobrando el contexto.
Jesús está en la casa (Mt 9, 10). ¿Se trata de la casa de Jesús en Cafarnaún (Mt 4,13) o de la de Mateo? Según Marcos (2,15) y Lucas (5,29) estaría en casa de su nuevo vocacionado, Leví/Mateo; en cambio el evangelio de Mateo deja entender que se trata de la casa de Jesús.
Y esto es interesante: es allí donde abre las puertas para recibir en su propia mesa tanto a sus discípulos, con quienes comparte su vida, como a otras personas de mala reputación -publicanos y pecadores, gente mal etiquetada por sus costumbres personales o sus oficios. Obviamente no iba a pasar desapercibido.
Valiéndose del espacio de la mesa familiar, que tanto valor simbólico tiene, Jesús muestra que todos son bienvenidos. Esta acogida de personas consideradas ‘menos dignas’, da espacio a la fiesta de la alegría del Padre por sus hijos enfermos y pecadores. Es un banquete de la misericordia que es signo y anticipación del banquete del Reino (9, 10-13).
Esta fiesta de Dios que reúne a sus hijitos más desvalidos en torno a una mesa familiar es enseguida interpretada desde una categoría bíblica: el banquete nupcial en el que se celebran las bodas del Dios de la alianza no sólo con su pueblo de Israel, inicialmente escogido, sino con la humanidad entera, sin exclusiones, sin discriminaciones, sin privilegios.
Esta clave de lectura es importante para lo que viene. El gran proyecto de amor Dios para con toda la humanidad alcanza su vértice y manifestación más clara en la mesa de Jesús. Una mesa que congrega a publicanos y pecadores.
Este espacio de comunión, cuya mejor representación es un banquete de matrimonio, donde él, el esposo, encuentra a la humanidad herida por el pecado, enseguida es puesto en tela de juicio. Estalla la polémica por parte de aquellos que se consideraban con el derecho de sentarse de primeros en el banquete mesiánico.
- Veamos lo que ocurre.
La escena se desarrolla entre una pregunta y una respuesta. Una pregunta acusadora y una respuesta iluminadora.
Una pregunta censuradora
En la casa de Jesús se asoman ahora los discípulos de Juan Bautista. Ellos interrumpen la comida para acusar el escándalo.
Lo que se pone en cuestión es la praxis del ayuno. Y lo hacen en forma de pregunta: ‘¿Por qué tus discípulos no ayunan, siendo así que nosotros y los fariseos practicamos el ayuno?’ (9, 14).
Notemos dónde está el problema. Si recientemente los fariseos han objetado la cualidad de los invitados (‘¿Por qué el maestro de ustedes come con los publicanos y pecadores?’, 9,11), ahora los discípulos del Bautista cuestionan por otro lado la cualidad de la fidelidad a la ley que se expresa en la práctica del ayuno: ‘¿Por qué tus discípulos no ayunan…?’ (9, 14).
La primera pregunta se le planteó a los discípulos. La segunda fue dirigida a Jesús. Maestro y discípulos, uno y otro se remiten; los discípulos son como un espejo de Jesús. Es evidente que el Maestro Jesús inspira el comportamiento de sus discípulos.
¿Cómo responde Jesús?
Jesús responde a la pregunta polémica centrando la atención, no en la práctica del ayuno como tal, sino en su finalidad. No es el hecho de ayunar o no, sino del por qué se lo practica o no.
La atención se enfoca, entonces, en la persona misma de Jesús, en su identidad de Mesías.
‘¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán’ (9, 15).
Jesús inaugura el tiempo mesiánico, el tiempo de las bodas, que había sido anunciado por los profetas. Este tiempo definitivo es un tiempo de alegría, de realización, de plenitud. Es absurdo ayunar en una fiesta, ¿no es verdad? Si no vas a comer y beber lo que te brinden, a compartir con alegría, ¿para qué vas? En Chile le dicen a uno: ‘Si vino y no probó vino, ¿para qué vino?’.
Los discípulos no ayunan por eso mismo, porque Jesús está con ellos y porque en él encontraron la plenitud de sus vidas.
Ahora bien, Jesús hace enseguida una corrección de perspectiva: ‘Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán’ (9,15). Hay una nueva percepción del tiempo.
En el tiempo que transcurre entre el momento en que el esposo es ‘quitado’ de en medio, una alusión a su muerte violenta, y su retorno, que es el tiempo que vivimos, el tiempo de la Iglesia, el ayuno adquiere un nuevo significado.
El ayuno no puede tener un valor principalmente penitencial, como lo inculcó la tradición de Israel desde el Antiguo Testamento, ni solamente de solidaridad con los pobres, como lo reclamaban algunos profetas. Ahora, en este contexto, tiene un valor agregado: el tono nuevo de la espera y de la disponibilidad para el encuentro con el Señor que viene.
El ayuno voluntario que genera un vacío en el estómago, remite a otro vacío más importante que proviene también de una decisión personal: abrir el espacio interior para una espera y recibir una presencia, la presencia del Señor. Por experiencia personal todos sabemos que el vacío es la condición del deseo.
Esto nos lleva a la enseñanza final de Jesús. Uno de sus dichos más recordados, el del vino nuevo en odres nuevos y el del remiendo del vestido (9, 16-17).
- Vino nuevo en odres nuevos
La particularidad de la versión de Mateo es el final: ‘Hay que echar el vino nuevo en pellejos nuevos, y así ambos se conservan’ (9,17). Notémoslo: ‘ambos se conservan’.
¿Qué quiere decir?
Lo nuevo y lo viejo se precisan a la luz de Jesús. El vino y los odres, ambos son renovados, hechos nuevos por Jesús.
El vino nuevo que Jesús viene a servirnos es recibido y conservado por odres nuevos que somos nosotros, sus discípulos.
El tiempo es hecho nuevo por Jesús, cambia la atmósfera misma. Es efervescente como el vino joven, es fuerte, robusta y resistente como el paño áspero, sin tundir.
¿No es la ley del amor con esa connotación de misericordia y de acogida que elige, perdona y sana; esa nueva fuerza de vida que Jesús mismo testimonia con las personas que recibe en su mesa y que brota de una plenitud desbordante como ese vino nuevo?
Mejor no puede quedar explicado el comportamiento de Jesús que tanto trabajo le costó entender a los rigurosos fariseos, siempre listos para impedir que nada se pasara de la raya, y a los siempre penitentes discípulos del Bautista.
Y toda esta maravilla en la misma casa de Jesús, corazón palpitante del discipulado.