En la primera carta de San Juan, leemos esta frase: “Si alguno peca, tenemos abogado ante el Padre, Jesucristo, el justo. Él es propiciación por los pecados” (1 Jn. 2,1).
Inspirándose en esa afirmación, un cántico proclama que ese abogado que nos defiende, que nunca pierde un pleito, ni deja de atender a quienes lo buscan, se llama Jesús.
El título de abogado lo da la Escritura a Jesús y al Espíritu Santo (Jn. 14, 26).
Ellos son los llamados para estar cerca a nosotros para defendernos, para interceder por nosotros. En varios pasajes bíblicos se recuerda ese oficio de Jesús: “Él intercede por nosotros” (Rom. 8,34), “Él puede salvar plenamente a quienes por Él se acerca a Dios, porque está siempre vivo para interceder por ellos” (Hbr. 7,25), “Él entró a los cielos para presentarse ahora en la presencia de Dios en favor nuestro” (Heb. 9,24).
San Juan subraya ese papel de Cristo con tal insistencia que dice que Jesús no sólo es propiciador, sino que es la propiciación por nuestros pecados.
Su oficio es plenamente opuesto al de Satán, de quien se dice que es el acusador de nuestros hermanos y que nos ataca día y noche, (Ap. 12,10).
“Nuestro jurisconsulto del cielo” pone en nuestros labios las palabras oportunas que mueven el corazón de Dios para darnos el perdón, y el mismo asume nuestra defensa con un vigor tal que le hace exclamar a San Agustín estas palabras de confianza: “Si alguna vez se confía el hombre, en esta vida, a una lengua elocuente, y así no perece, ¿confiándote tú al Verbo, has de perecer? Grita: Abogado tenemos ante el Padre” (In Ep. Parte 1,7).
También al Espíritu Santo se le da el nombre de Paráclito o abogado, porque ÉL es el llamado a estar cerca de nosotros cuando en los tribunales se pregunte lo que Él y no nosotros habrá de responder.