La renovación carismática debe caracterizarse por los dos frutos del Espíritu Santo que son la alegría y el amor.
La alegría de vivir en el mundo, la alegría de tener una gran misión que cumplir, la alegría de amar. Todo el que entre en este maravilloso ambiente del Espíritu Santo debe desterrar de su vida cualquier odio, cualquier desamor, cualquier enemistad cualquier rencor.
Debemos implantar en nuestro medio una atmósfera positiva de amor y de amabilidad. Debemos descubrir la belleza del hombre que nos rodea, que se nos acerca, descubrir su misterio, su hermosura, su dignidad, su respetabilidad.
Debemos entrar en un ambiente de amabilidad y de simpatía universal. La Renovación Carismática debe producir en nosotros una gran tendencia a Dios y a Cristo, un casi continuo acto de amor a Jesucristo, que embalsame toda nuestra vida y un gran amor y respeto al hombre.
Debemos rechazar el odio, la antipatía, la violencia, la actitud, la critica. El verdadero hombre tocado por el Espíritu Santo está experimentando el amor de Cristo en cada momento de su vida.
Está en esta situación sublime del que ama, del que no olvida, del que descubre a Dios y a Cristo en todas las situaciones, y expresa ese amor hacia Dios amando al hombre, rodeándolo de ternura, de respeto, de ayuda, de servicio.
El creyente que está poseído del Espíritu se vuelve un prodigio de amabilidad, de simpatía. Es la persona que disculpa, que todo lo entiende, que todo lo aprecia, que todo lo tolera por amor.
Construyamos en nuestra casa, en nuestra oficina un ambiente positivo de alegría y de amor. Que nosotros los que estamos en esta gracia excepcional de cercanía con lo divino, seamos también en la tierra creadores de alegría y de amor. Que de nosotros no brote ningún aspecto de odio, de disgusto ni de desamor.
Es posible que nosotros no podamos hacer cosas importantes en la vida, pero sí podemos amar, sí podemos adornar nuestros días con pequeños servicios, con expresiones continuas de alegría, de simpatía, de benevolencia.
Podemos purificar nuestra existencia limpiándola totalmente de cualquier violencia de cualquier agresividad, de palabras o de hecho.
El cristiano que participa en un grupo de oración debe vivir en el amor de Jesucristo expresado en un continuo amor al prójimo, al hombre que se le acerca al hombre que pasa a su lado.
Además de su amor ardientísimo a Cristo, la Renovación Carismática debe caracterizarse por la alegría por la simpatía mutua y por el amor que ofrece al hombre. Los grupos de renovación carismática deben iniciar una nueva historia en el mundo, inaudita desde hace mucho tiempo. El reino del amor, el reino de Dios que se acerca a la tierra, el reino de la cordialidad, el reino de la ayuda mutua. ¿Somos nosotros constructores de alegría y de amor, o solamente nos reunimos para adorar y después entramos en la vida natural de indiferencia para el hombre, de egoísmo intimo, de cierre anterior en nuestros propios intereses, y pasamos el día sin expresar continuamente amor y alegría?
Porque es posible que seamos muy buenos para orar y malos para convivir y para amar a nuestro prójimo.
La renovación Carismática debe producir la belleza del hombre alegre y del hombre cordial, del hombre respetuoso, del hombre comprensivo, amable y servicial.