La cosa empezó a orillas del lago – Lectio Divina – Jueves.

La cosa empezó a orillas del lago
Lucas 5, 1-11
“¡Duc in Altum!”

“La cosa empezó en Galilea”, predica Pedro en Hechos 10,37. El evangelio no sólo tiene un punto de partida en el Bautismo de Jesús (Lc 3,21-22) o en el discurso en la sinagoga de Nazareth (Lc 4,16-22), sino de manera especial en el llamado de los primeros discípulos en el lago de Genesaret (o lago de Galilea). Se puede decir, entonces, que la cosa empezó a orillas del Lago.

Estos –y los que vendrán más adelante- son los que se convertirán en los “Testigos” (24,48; Hch 1,22; 10,41-42: “testigos escogidos de antemano”) que continuarán su misión predicando el evangelio de la liberación y del Reino: “la conversión para el perdón de todos los pecados a todas la naciones” (24,47). Tenemos entonces un relato modelo de vocación del testigo.

El relato tiene tres partes: (1) La predicación de Jesús a orillas del lago, desde la barca de Pedro (5,1-3); (2) la pesca milagrosa por el poder de la palabra de Jesús (5,4-7); y (3) el llamado de Simón Pedro y sus tres compañeros, y el comienzo del seguimiento (5,8-11). El movimiento de ida y vuelta, al interior y a orillas del lago, es significativo porque gira en torno a dos palabras de poder de Jesús que se colocan al mismo nivel: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (5,4) y “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (5,10).

La dinámica del relato impulsa hacia la tercera escena: el llamado a orillas del lago –con un gesto de perdón- y el comienzo del seguimiento de Jesús dejando atrás las barcas.

Notemos cómo en este relato se van describiendo cinco elementos clave del discipulado según el evangelista Lucas:

  1. Una persona se hace discípula de Jesús después haber escuchado las palabras y de haber observado las obras poderosas de Jesús

    A diferencia del relato paralelo en Marcos, donde la vocación se da casi de manera sorpresiva, constituyéndose en la aventura de seguir a uno a quien todavía no se le conoce, el evangelio de Lucas supone que el discípulo ya tiene un conocimiento previo del Maestro antes de comenzar a seguirlo.

    También por este aspecto era importante el pasaje que leímos ayer: Jesús ya había estado en casa de Simón y éste había sido testigo de su poder sobre el mal cuando curó a su suegra (4,38-39). Por tanto Simón Pedro ya lo conocía.

    Incluso en la primera parte del relato de hoy, vemos cómo Jesús ya ha contado con Simón al tomar prestada su barca para convertirla en el púlpito desde donde predica a “la gente que se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios” (5,1b). Allí también él tuvo la oportunidad de escuchar al Maestro. Por tanto Simón ya sabía de Jesús.

    Pero luego vemos cómo se da un paso adelante: Simón es beneficiado directamente por Jesús en una pesca milagrosa después de una larga noche de fatiga infructuosa: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Palabra, echaré las redes” (5,5). En este nuevo encuentro con Jesús, Simón ya no solamente “sabe” sino que “hace una experiencia” del poder de la Palabra del Maestro.

    En este contexto, Simón Pedro llama por primera vez a Jesús “Maestro” (5,5; ver luego 8,24.45; 9,33.49; 17,13).
  2. Jesús llama a pecadores y marginados

    Después de la pesca milagrosa, Simón Pedro cae a los pies de Jesús para reconocer que es un pecador: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (5,8). Jesús, por su parte, le dice: “No temas” (5,10b). Este “no temas” equivale en el contexto a una declaración de perdón.

    Frente a la grandeza de Jesús, el discípulo reconoce su indignidad. Esta conciencia del pecado es el punto de partida correcto de una camino en que se insistirá que “el que se humille será exaltado” (14,11; 18,14; ver el Magníficat). El reconocimiento del pecado no es impedimento sino más bien un punto de partida –casi un prerrequisito- para quien comienza a seguir a Jesús.

    ¿Y esto por qué? Porque la vocación sitúa la historia entera de la persona dentro del plan salvífico de Dios (ver 5,30). Se acoge el poder salvífico del perdón de Jesús en primera persona, para anunciarlo después –en calidad de testigo- como buena nueva al mundo entero: Jesús vino a salvar a todas las personas sometidas por mal.

    ¡Jesús es el Señor del perdón! Simón Pedro y sus compañeros se hacen discípulos del Señor de la misericordia.
  3. El llamado al discipulado incluye una responsabilidad misionera

    Jesús dice: “Desde ahora serás pescador de hombres” (5,10). Esta frase tiene una particularidad en su forma griega que suena así: “a partir de ahora cogerás”, es decir, se acentúa el hecho de recoger peces vivos, lo cual equivale a un gesto de salvación.

    Por lo tanto, la formación que Jesús le ofrece al discípulo pretende capacitarlo para que sea capaz de salvar a otras personas. En los pasajes siguientes a este relato vocacional este tema se desarrolla en diversas escenas de salvación, hasta llegar a decir que lo que corresponde al querer de Dios “salvar una vida”, es la forma más elevada de “hacer el bien” (ver 6,9).

    Este será el servicio concreto del discípulo. Los discípulos siguen al Señor del servicio (ver 22,24-27).
  4. El discipulado tiene la forma de un viaje junto con Jesús

    En este pasaje, Lucas termina haciendo esta anotación: “Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron” (5,11).

    El último verbo es “seguir” (a Jesús). El corazón del discipulado es el “seguimiento” de Jesús, que no es otra cosa que una adhesión completa mediante la cual se comparte totalmente la vida del Maestro: su geografía física y espiritual, sus espacios y su tiempo, sus éxitos y sus fracasos, sus enseñanzas y sus obras de poder, sus palabras y sus silencios, pero sobre todo su visión de Dios y del mundo, raíz de la misión. El discípulo lo acompañará en todo perseverando hasta el fin.

    En el seguimiento de Jesús la historia personal del discípulo entra en una nueva dinámica de vida y con el Maestro va elaborando un nuevo proyecto de vida. Los discípulos siguen al Señor de los caminos.
  5. Aquel a quien Jesús llama debe adoptar una actitud de desapego de sus propios bienes

    Para que la adhesión de corazón al Maestro sea posible también se requiere dejar atrás todo lo que impide la disponibilidad para caminar junto con él. Por eso el “seguir” tiene como presupuesto el “dejarlo todo” (ver 5,11a).

    Símbolo de esto es el gesto del llevar “a tierra las barcas” (5,11a), que en nuestro pasaje describe el momento en el cual los discípulos las sacan completamente del agua y las dejan inutilizadas en tierra. Con esto se anuncia un nuevo comienzo.

    Así como su Maestro, el discípulo debe ser una persona libre que no se deja atar por nada ni por nadie (ver el evangelio del próximo domingo). La renuncia a los bienes es la premisa de la construcción de una nueva jerarquía de valores y de una nueva visión de la vida que parte de la visión de Jesús.

    Por otra parte, sin esta apertura total al Maestro, dejando atrás las propias seguridades, no es posible la formación, porque “el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos” (5,38).

    El gesto de desapego –valiente y con prontitud- de los primeros discípulos, deja ver que la renuncia de todo lo que ata al pasado –por causa de Jesús- tiene un valor positivo: indica una actitud de apertura total, de abandono, de confianza absoluta en Jesús. Es un gesto de amor. Pero también es como firmar un documento en blanco, para que el conduzca sus vidas por los caminos que, como buen Maestro que es, considere pertinentes. Al “Maestro” (5,5) hay que dejarlo ser “Señor” (5,8).

    Discípulo, entonces, es quien se deja conducir, dócilmente y con el corazón libre, por el Señor de sus vidas. Con Jesús se reaprende la vida.

    Esta página que leemos hoy, y que está a la base de los relatos que leeremos a continuación, va más allá de la simple anécdota vocacional. Ella nos deja claro que todos los discípulos y discípulas de Jesús debemos volver una y otra vez a este momento primero. Sólo así se renovarán nuestras vidas y se hará más intensa la fuerza de la misión que nos ha sido confiada, en una fresca espiritualidad de la escucha del Maestro que nos llama constantemente con su palabra viva.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

  1. ¿Cuáles son los cinco elementos claves del discipulado que nos describe el evangelio de Lucas?
  2. ¿Por qué la conciencia del propio pecado y el pedir perdón son condiciones para seguir a Jesús? ¿Soy conciente de mí ser pecador/a? ¿En qué forma pido a Dios el perdón de mis pecados?
  3. ¿Cuáles son las cosas que poseo, pequeñas o grandes, de las cuales no me desprendería fácilmente? ¿Qué me pide Jesús en el evangelio de hoy al respecto?
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