A las madres

Desde una perspectiva de fe, nosotros creemos firmemente que Dios se manifiesta a través de circunstancias, momentos, lugares, e incluso, a través de personas; Dios se vale de cada una de estas cosas para hacerse presente en nuestra vida. De manera especial, existe un ser particular, del cual el Señor se vale para demostrarnos más efectivamente su amor y ternura; no me refiero a ninguna otro ser sino a las Madres. Definitivamente las madres son una clara muestra de la presencia de Dios en nuestras vidas: son ese regalo valiosísimo que Él nos ha dado para derramar sobre nosotros su amor y misericordia.

Pero lamentablemente, resulta sencillo percibir como muchas personas no han tomado consciencia del inmenso tesoro que han recibido de parte de Dios; no han asimilado que Dios busca demostrarles su amor a través de sus madres, ni mucho menos se han hecho conscientes de que, si hay alguien que los ame profundamente después de Dios, esa es precisamente la madre. Es por todo esto que es posible hallar a hijos que en vez de convertirse en fuente de alegría para sus madres, se convierten más bien en fuente de tristezas, decepciones y amarguras. Son innumerables las madres que en este momento se encuentran sufriendo por los problemas de sus hijos, o peor aún, por los desprecios y desplantes de parte de estos.

Por otro lado, también son innumerables los hijos que, después de mucho tiempo, cuando es demasiado tarde, toman consciencia del inmenso amor que sus madres tenían hacia ellos, y como lo único que hicieron éstas fue entregarse completamente para que nunca faltara nada en la vida de ellos, o aún más, para que en medio de la escases y las dificultades, siempre se sintieran amados por ellas. En la mayoría de los casos, la vida le pasa factura a estos hijos, y cuando intentan abrir los ojos, los años han pasado y ya se han perdido de la oportunidad de disfrutar plenamente el amor de sus madres; Y ni que decir de aquellos que solo llegan a tomar consciencia del amor de sus madres, cuando éstas están a punto de cruzar el umbral de la muerte y pasar a una mejor vida.

Tú que lees estas líneas, ¿te has preguntado alguna vez si tu comportamiento, tus palabras, gestos y acciones, están siendo fuente de alegría y satisfacción para tu madre? ¿Le has agradecido alguna vez a Dios por el regalo maravilloso que Él te dio, llamado “Madre”?

Por último, quisiera terminar esta sencilla reflexión, proponiéndote una pequeña historia de la cual desconozco su autor, pero que llegó a mí a través del vaivén de las redes sociales. Considero que realmente toca el corazón y nos recuerda que nuestras madres, son un verdadero tesoro que el mismo Dios ha puesto en nuestra vida. Aquí te la presento.

Narra una antigua leyenda que un niño antes de nacer le dijo a Dios:

-“Me dicen que me vas a enviar a la tierra, ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso que soy?”-

Dios le dijo: ”Entre muchos Ángeles escogí uno para ti, que te está esperando, él te cuidará.”

“Pero dime Dios, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz.”

“Tú ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz”, contestó Dios.

Claramente inquieto y preocupado, nuevamente el niño preguntó: “Y ¿cómo entender, Dios lo que la gente me hable si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?”

Dios le contestó al niño: “Tú ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y cariño te enseñará a hablar.

“Y ¿qué haré, Dios cuando quiera hablar contigo?”, dijo el niño.

“Tú ángel te juntará las manitas y te enseñará a orar.”

“He oído que en la tierra hay hombres malos ¿Quién me defenderá?”

Respondió Dios: “Tú ángel te defenderá aún a costa de su propia vida”.

“Pero estaré siempre triste, porque no te veré más Dios.” Le dijo el niño a Dios.

Éste le contesto: “Tú ángel te hablará de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia aunque yo siempre estaré contigo.”

En ese instante una gran paz reinaba en el cielo, ya se oían voces terrestres y el niño presuroso repetía suavemente.

-“Dios mío, Dios mío, si me voy dime su nombre, ¿cómo se llama mi ángel?”

Dios, lleno de amor y ternura, le dijo: ”Su nombre no importa… Tú le dirás… Mamá”.

¡Ánimo! Esfuérzate por corregir tus errores como hijo, y decídete a ser el motivo más grande que tenga tu madre para sonreír, donde sea que se encuentre. Y Tú, madre, dale una vez más gracias al Señor por haberte regalado el don de la maternidad, y pídele a Él que te enseñe a amar a su manera a cada uno de tus hijos.

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