Teófilo y la montaña bienaventurada

No sé, pero hoy día me he levantado con el deseo de hacer algo diferente y grandioso –le decía Teófilo a Ruperto.

Ellos eran dos hermanos que se buscaban, más que nada, para divertirse.

— ¿Y qué es lo que deseas?, –le dijo Ruperto a Teófilo.

— No lo sé –le contestó Teófilo–, tú sabes que siempre me ha gustado darle gusto a mis pasiones, sean las que fuesen. ¡Ah! Ya tengo una idea. ¿Por qué no volvemos a escalar montañas como hacíamos antes? Esta vez será diferente, porque ya somos jóvenes y podemos explorar mejor las montañas, a ver qué encontramos. ¿Te parece?

— Sí, me gusta tu idea –le dijo Ruperto.

— Y quién sabe, encontremos la montaña más alta del mundo, porque si logramos escalarla nos sentiremos orgullosos y muy poderosos con ello –le contestó Teófilo.

— ¿Por qué piensas sólo en enorgullecerte?, –le pregunto Ruperto. ¿Qué es lo que deseas demostrar?, porque yo solamente lo haría para divertirme.

Teófilo le respondió:

— Y yo también, sólo que me gusta sentirme poderoso con las hazañas que realizó.

— Yo sé que es bueno esforzarse y que uno se sienta orgulloso de sus méritos sin que por ello se pierda la humildad del corazón, pero lo que no es bueno es que te sientas poderoso y soberbio –le contestó Ruperto.

Mientras conversaban, no se dieron cuenta que las horas pasaban hasta que llegó la tarde. Y Ruperto, viendo que el día ya los había ganado, le dijo a Teófilo:

— ¿Por qué no esperamos hasta el día de mañana?

— No, por favor, Ruperto, –le contestó Teófilo–, tú sabes que soy muy impaciente, no me agrada tu idea.

Ruperto, al escucharlo, le dijo:

— Sí, y también eres egoísta, porque sólo piensas en ti sin que nada te importe. Bueno, vamos, pero primero cenamos.

Y mientras cenaban, como Teófilo se encontraba muy ansioso por lo que le ganaba el tiempo, cenó muy aprisa. Esto ocasionó que se indigestara, además como era insaciable, comió en demasía y terminó por dormirse. Y soñó que llegaba a una montaña la cual era muy hermosa, alta y blanca como la nieve. Al verla se quedó impresionado, pues jamás había visto cosa igual. Al acercarse sintió que un aire lo detuvo.

— Que raro –dijo–, ¿por qué sucede esto?, ya que no puedo avanzar.

Pero nuevamente insistió; sin embargo, por más esfuerzo que hizo, no pudo con el aire que salía de la boca de la montaña. Y poniéndose ya en una actitud muy triste y desesperanzada, volvió a decir:

— Creo que nunca la conoceré.

De pronto, la montaña comenzó a hablarle.

— No te pongas triste, muchacho, sólo tienes que esperar si deseas conocerme, ya que la causa por la cual se te ha detenido es que llevas tus pies muy sucios, y como están llenos de barro por lo que sólo vives pegado a la tierra, se te ha formado en ellos una carga muy pesada.

Teófilo, muy intrigado por lo que jamás había visto que una montaña le hablara, se dijo:

— ¿Será que estoy soñando?

Y dirigiéndose a la montaña, le contestó:

— Lo que me acabas de decir me suena como algo insólito, pero si así fuese, ¿qué debo hacer?, ya que lo que más deseo es conocerte. ¿Será que tengo que ponerme más ligero y dejar toda la carga que llevo?

— Así es –le contestó la montaña–, pero la carga a la que yo me refiero no es la que tú piensas, porque todo lo que llevas es útil para escalar.

— Entonces, ¿cuál es?, –le preguntó Teófilo–, cayendo cada vez más en la impaciencia.

La montaña, viendo la tonta actitud que presentaba Teófilo en ese momento, le dijo:

— ¿Por qué te pones tan impaciente? ¿No te das cuenta que esa actitud no te deja reflexionar bien? Además te has llenado de orgullo y muchas cosas más que llevas como carga en el corazón, las cuales son tus propias ambiciones. ¿Sabes? En éstas no vas a encontrar jamás algo grandioso ni poderoso, porque sé lo que desea tu corazón ya que te conozco desde tu nacimiento, sé todo lo que albergas en tu interior, y como no le tomas importancia a la reflexión estas pasiones desenfrenadas que te inquietan se están convirtiendo en tu mejor alimento. Y si quieres conocerme más, ante todo, tu actitud deberá ser diferente y no quisiera que tu arrogancia pueda envolverte, porque de la única manera que me conocerás será cuando te vuelvas humilde, paciente y misericordioso.

Teófilo, le contestó:

— Realmente, yo no sabía que padecía de todo esto, pero como te estás convirtiendo en mi más grande anhelo, trataré de escucharte lo mejor que pueda para no fallar.

La montaña le contestó:

— Si esto es así, deberás poner mucha atención con lo que te voy a hablar. Lo primero que tendrás que hacer es ir a lavarte los pies a un manantial cristalino, que se encuentra a 20 metros de donde me hallo. Sólo tienes que mirar bien para que lo veas, porque es muy transparente y a veces escapa a los ojos de los humanos.

Teófilo, tras escuchar a la montaña, sintió que de repente iba a ser muy difícil que algún día la conociera, pero se dijo:

— No, no deseo pensar así, me daría pena que esto suceda.

Y sin rendirse, trató de limpiar su vista para que nada la obstaculizará y siguió camino abajo. Y mientras caminaba de pronto vio un manantial hermoso y cristalino.

— Este debe ser el manantial al que me manda la montaña –dijo. ¡Qué hermoso y cristalino es!

Y al acercarse más, pudo confirmar lo que su corazón le anunciaba. Entonces, sin pérdida de tiempo, se dispuso a ingresar cumpliendo así lo que le había dispuesto la montaña. Cuando terminó de lavarse los pies, comenzó a sentir que andaba más ligero.

— Qué raro, –dijo–, me siento más ligero y mis pasos son más firmes y seguros. ¡Qué montaña tan sabia! Con razón yo caminaba pero me cansaba todo el tiempo, sin saber que mis pies estaban cargados, quien sabe, de inmundicia y yo no lo sabía.

Y mientras regresaba con el corazón lleno de alegría por lo que iba a conocer ya a la montaña tan ansiada, escuchó que ésta le habló nuevamente:

— Teófilo, todavía no puedes regresar, sé que has cumplido. ¿Pero sabes? Este es mi primer requerimiento, ahora te pediré que regreses nuevamente al manantial para que termines de limpiarte, una vez que lo hagas ya podrás venir a mí.

— ¿Seguro?, –le dijo Teófilo–, porque ya me está ganando nuevamente la impaciencia y no deseo ponerme mal.

— Pero esto no te conviene, –le dijo la montaña–, ya que si así sucede perderás todo lo que has avanzado, y quién sabe, ya no me conozcas.

— No, por favor, no me digas eso, de pensar sólo que te puedo perder tengo ganas de llorar.

— Entonces, no lo hagas –le respondió la montaña–, porque como te repito, esta forma de ser no te hace reflexionar bien.

Y Teófilo, dando ya más importancia a lo que la montaña le hablaba, comenzó a respirar muy hondo para tranquilizarse y así cumplir con el siguiente requerimiento que ésta le pedía para que se pueda acercar a ella. Y estando ya más ligero se dirigió nuevamente al manantial, e introduciéndose en él sintió una frescura relajante, y como era de esperar volvió a ver a la montaña. Cuando llegó, ésta le dijo:

— Veo que te has bañado, pero como no te has quitado la ropa que llevas, no estás completamente limpio.

Teófilo le contestó:

— Pero tú no me dijiste eso, además si fuese así, ¿de dónde iba yo a sacar ropa limpia, ya que me encuentro muy lejos de mi casa?

— No te preocupes, –le dijo la montaña–, al lado donde se encuentra el manantial, hay una casa celeste cielo. ¿Sabes? Es muy hermosa y brillante porque está revestida de los diamantes más puros. Cuando llegues a ella sola se abrirá porque ya estás limpio, y cuando ingreses vas a ver un hermoso vestido blanco, ese te pondrás. Una vez que te lo pongas, descubrirás que el vestido que te cubría había sido enlodado con tu propia desdicha, ya que sólo has vivido ambicionando sin encontrar en ello un mejor sentido.

Y Teófilo así lo hizo, fue a cumplir con el tercer requerimiento que le pedía la montaña. Cuando esto sucedió se puso muy feliz, y exclamó:

— ¡Qué hermoso vestido es este! Parece que ha sido diseñado con las piedras más costosas y brillantes del universo, porque siento que su resplandor me ciega.

Entonces, se dispuso a ponérselo. Una vez que lo hizo volvió a decir:

— Siento como si yo fuese un hombre nuevo que ha vuelto a nacer en otro amanecer y hasta mis gustos han cambiado.

Y mientras pensaba, con mucha alegría se dirigió nuevamente a la montaña. Cuando llegó a ella, ésta le dijo:

— Sé ahora que ya estás listo para que me conozcas, porque te está alumbrando la gloria de Dios, la cual hace que tus ojos resplandezcan en la humildad, en la paciencia y en la misericordia. Por lo tanto, seremos ya muy buenos amigos y compañeros y nuestra amistad continuará por toda la eternidad.

Y mientras Teófilo seguía soñando, el resplandor del amanecer lo despertó, y viendo que todo esto había sido un sueño, exclamó:

— Qué lástima que sólo fue un sueño pero ha sido muy hermoso, y es más, me ha hecho pensar en gran forma. Ahora me doy cuenta que existe en forma simbólica, una montaña bienaventurada que la llevamos muy adentro de nuestro ser, pero que puede crecer en forma diferente como es en algunos hombres, que cuando llegan a la cumbre de su propia montaña encuentran sólo a la soberbia, como así también se puede llegar a lo más sagrado que llevamos encerrado en el corazón.

Y quedándose ya conforme con lo que había comprendido, muy alegre fue a buscar a su hermano para descifrarle su sueño que lo había hecho cambiar de parecer.

Fin

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