La misericordia es la disposición que nace de las entrañas para socorrer el dolor y el sufrimiento de las personas que tenemos cerca. De hecho, la palabra misericordia en su sentido griego es sentir el dolor de la otra persona en mis entrañas, el sufrimiento de la otra persona se siente como propio y por eso mueve a la solidaridad y a la construcción de una sociedad mucho mejor, más humana, donde se desarrollan valores superiores.
Un mandato fácil de cumplir
En el libro culmen de la ley, Dios manifiesta que no propone mandatos difíciles de cumplir o que sobrepasan las fuerzas humanas (Dt 30,11), sino que lo que Dios quiere «está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón» (Dt 30,14) para que pueda ser puesto en práctica con toda facilidad.
El mandato es: amar a Dios y amar al prójimo. Sin complicaciones, sin mayores explicaciones, con la sencillez de las obras que edifican personas, sacando lo mejor de sí mismo para compartirlo con otros. No se necesitan grandes leyes ni castigos severos para que se realice el cumplimiento. Está en nuestra capacidad humana amar, ayudar, servir a las demás personas con la motivación de manifestar, de esa manera, el amor a Dios. Es muy sencillo hacer de la vida un cielo constante, una realización humana al alcance de todos.
Rescatar a la persona necesitada
Sin embargo, algunas personas suelen complicar todo y amplían preceptos y tradiciones haciendo que el mandato fundamental de amor a Dios y al prójimo se compliquen. Eso sucedió con los legistas, fariseos y maestros de la ley judía que discutieron con Jesús de Nazareth. El evangelista Lucas narra una discusión entre esos personajes y el tema en cuestión (Lc 10,25-37).
La discusión empieza por saber qué hacer para alcanzar la vida eterna y la respuesta conduce a otra pregunta «¿quién es mi prójimo?», lo que conduce a Jesús a narrar la parábola conocida como «el buen samaritano», donde dos hombres fieles cumplidores de la ley ven a un hombre que ha sido asaltado por unos bandidos, herido, medio muerto y desnudo, lo abandonan para que termine muriendo en el camino. Lo fundamental de la ley, que conocen bien, no lo cumplen, pues dejan de lado a su prójimo judío.
La situación es salvada por un hombre nacido en Samaría, una nación que se trata con enemistad con respecto a los judíos. El samaritano tiene misericordia por el hombre caído y abandonado, para realizar acciones a favor del hombre herido, realizando siete acciones misericordiosas que rescatan personas: (1) se acercó al hombre que otros dejaron de lado, (2) vendo las heridas (3) puso aceite y vino para desinfectar las llagas y procurar la sanación, (4) lo monta sobre su caballo, haciéndose el siervo o esclavo del caído, (5) lo lleva a una posada para que tenga casa, (6) cuido de él toda la noche y (7) pago con generosidad para que siguieran atendiendo al hombre hasta que estuviera bien recuperado y se valiera por sí mismo (Lc 10,34-35).
Tal vez en los ambientes rurales sea difícil de practicar tal fuerza de generosidad, sin embargo en los ambientes urbanos es constante. Las personas del campo practican con frecuencia el amor y la misericordia con aquellos que lo necesitan. No es muy complicado, pues la misericordia es capaz de superar los esquemas tradicionales para ayudar a otros y manifestar, de esa manera, el amor a Dios. Como el hombre samaritano, nosotros podemos ayudar a otros para que salgan adelante y descubran su lado humano, expresado en la solidaridad y la disposición para ayudar a distintas personas necesitadas.
Ser prójimo para el otro
La clave para el rompimiento de esquemas personales están en la pregunta que realiza Jesús al hombre de la ley: «¿quién se portó como prójimo?». Esa pregunta rompe con el concepto tradicional de prójimo que señala al próximo. La dirección cambia, pues no se centra en «¿quién es mi prójimo?», sino en quien se hace prójimo para el necesitado.
El prójimo soy yo cuando actúo con misericordia ante las personas necesitadas. Soy yo el prójimo de los demás en la medida en que ayudo a otros a salir adelante, a crecer integralmente y a valerse por sí mismos para ser constructores de una sociedad mejor.
Lo que es necesario hacer y practicar con frecuencia es rescatar personas. No es complicado, consiste en manifestar el amor Dios en el servicio a los demás, haciendo que la misericordia sea la fuerza que ayuda a recuperar lo mejor cada ser humano.
¡Tú puedes hacerlo!