SOLO DIOS TIENE LA PALABRA. (Un diario de cuarentena)

Inicio con contarte querido Lector, que personalmente, desde diciembre del año pasado 2019 ya había escuchado por noticias, de un “bicho raro” que andaba suelto causando estragos en China; y digo bicho raro, no solo por mi modo de expresar costeño, sino también porque, estando en “Italia”, siendo sacerdote y con compromisos pastorales, es muy poco el tiempo que dedico a ver televisión durante las horas del día. Por tal motivo, era muy vago mi conocimiento sobre el virus Covid-19, o al menos, de lo que se pueda saber de él. Pero debo rescatar que, además de lecturas de libros de teología, narrativa en general, y en especial poesía, me gusta ver algo de noticias colombianas, nacionales e internacionales por las noches, para no perder la costumbre de estar informado, y sobre todo para poder actualizar mis propias reflexiones. Bueno, admitámoslo, de vez en cuando una buena película dramática, cómica o de acción, no cae nada mal. 

El virus, lo hacía muy lejano y como todo el mundo, nunca llegué a pensar que llegaría hasta estos lares. El ritmo en Italia era lo más de normal, hasta que un día, se empezó a murmurar que el bicho había saltado la verja o más bien, había decidido incursionar en nuevas tierras, ampliar su entorno y así molestar a nuevas personas. Ya las noticias tenían un nuevo tono… ¡Virus! Italia el primer país en toda Europa al ser infectada. 

¡Caspita! Se dice en Italiano, cuando se quiere expresar sorpresa o admiración. 

Desde ese momento, recuerdo que era un 8 de marzo, día domingo. Después de la misa tenía la intención de ir a visitar a un amigo sacerdote, pero todos comentaban sobre la situación, y bueno, por prudencia, dejé quieta la cuestión hasta nueva orden. 

Esa orden, después de más de dos meses de estar encerradito en casa, aún no llega.

Te comento también querido Lector, que al principio, por acá muchos pensaron que no era nada grave, que era solo una gripita, que patatín que patatán. De lo demás, ya te has enterado por noticias. 

No es mi intención alargarte el cuento, de todo lo que ha sucedido y la gravedad de la situación, ahora ya, en toda Europa, como en todo el mundo. ¿Qué bichito tan grosero y arrogante no?

Pero, aparte de la preocupación, el cuidado, el miedo y el estrés, como es normal que sea; personalmente he vivido este momento de crisis, como un tiempo de mucha reflexión personal. Cada desierto que atraviesas en tu existencia, te ayuda a madurar o fracasar en la vida, de acuerdo a cómo tú puedas enfrentarlo y superarlo. 

En la pastoral, como creo debes saber, durante este tiempo las eucaristías las transmitimos en directa Facebook, ya que los laicos no pueden asistir para evitar contagios; se sale (aparte de los que estén justificados por trabajo o salud) solo en caso de urgencias y siempre con la mascarilla y con un documento del gobierno donde justifiques tu salida y que no sea muy lejos tampoco, siempre dentro del territorio. 

En la parroquia donde me encuentro de vicario, lo más que se pueda tratamos de ayudar a nuestros hermanos, en especial  a los pobres y más necesitados, con comida, o ayudándoles a pagar las facturas, los arriendos, etc, y pidiéndole incluso a los dueños de ser solidarios, y rebajar los arriendos, al menos durante este tiempo de crisis. No se puede celebrar ningún sacramento, algo que sí ha dado muy duro, y en especial el hecho de no poder celebrar las exequias a nuestros difuntos; e incluso, de parte de los familiares, en la mayoría de los casos, no poder darles el último adiós a sus seres queridos o acompañarlos al mismo cementerio. (Por lo menos y gracias a Dios, aquí en este pequeño pueblecito donde estoy, solo se puede bendecir las almas desde un lugar prudente, sin estar tan cerca). 

Seguimos orando mucho por los operadores sanitarios, hombres y mujeres, desde la enfermera, el doctor, el militar, hasta la señora del «tinto» en un hospital, o el que limpia, para que sigan con fuerza en medio de tanta enfermedad, e incluso ellos también para que puedan al final re-abrazar sus propias familias. 

¡Total querido Lector! Aparte de la eucaristía, las oraciones diarias, y todo en cuanto posible del ministerio, me dedico a leer, escribir, cantar, tocar guitarra (rum rum como suelo decir, es todo lo que sé), seguir viendo noticias, alguna que otra peli, y sí, nuevamente lo admito, hay días en los que te desesperas y dices: ¡Ya basta! Pero, además de todo lo anterior y con suma importancia, me he dedicado a ayudar en lo que me sea posible a mis familiares y amigos en Colombia. 

Gracias a Dios ya se empiezan a escuchar las noticias buenas en lo que se refiere a la pandemia y poco a poco, se va retomando la “normalidad”.  Son momentos de ser solidarios, y dejar de lado egoísmos, rencores etc. Es oportunidad no de demostrar para convencer, sino de hacer concreto y vivir el amor cristiano, para dejar ver que Jesús sigue entre nosotros, que nunca nos abandona y que siempre está y seguirá presente en nuestra historia. 

Creer y seguir a Jesús no significa que dejaremos de sufrir, o que nosotros nunca viviremos los mismos horrores y desgracias que los demás (Si yo soy creyente, ¿por qué a mí?) Creer en Dios y ser discípulos de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, muerto y resucitado, significa que tenemos una manera diferente de enfrentar las adversidades de la propia vida, ahora miramos con los ojos de fe y esperanza. No estamos solos, nos acompaña e ilumina la gracia del Espíritu Santo. En otras palabras, Dios no es un Dios que se impone, sino que, nos dice: «si queremos amarlo y seguirlo, Él nos dará la vida, y la vida en abundancia» (Juan 10,10). 

No me queda más que unirme a tus deseos, a los deseos de muchos: Confiando en Dios, saldremos de todo esto rápido. Y que, de ahora en adelante, cambiemos nuestros vicios y malas formas de vivir. Es hora de dar importancia a los que realmente vale la pena en la vida para nuestro propio bien, salud y felicidad. Y tú ya sabrás a qué debe ser. 

Personalmente en este tiempo, he podido experimentar y encontrar mucho sentido a una frase muy popular: «Eramos tan felices, y no nos habíamos dado cuenta!» 

Padre Rodolfo de Jesús Chávez Mercado. 

Dios te bendiga.

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