Si me voy a mi infancia sin duda mi superhéroe era mi abuelo, puesto que al acompañarlo a sus diferentes actividades, miraba cómo le daba solución a las cosas, y cuando ibamos a sus cultivos lo miraba trabajar con dedicación y pasión. Cuando debía hacer fuerza al levantar un tronco o un bulto de algo, me admiraba de su fuerza y siempre decía quiero ser como él.
Recuerdo mucho que en nuestras carreras, el siempre me dejaba ganar y estaba convencido que yo era más rápido que él, hasta aquel día en el que me robaron mi bicicleta, corrió como nunca antes, y nuevamente descubrí otro poder, lo cual lo hacía cada vez más mi superhéroe, luchó por encontrar mi bici pero tristemente no la conseguimos, pero no me decepcionó, me sonrió y me dijo que debía tener mucho cuidado en una próxima ocasión.
No voy a negar que esté superhéroe me ha regañado y hasta castigado por la travesuras que hacía, pero aun así mi admiración a él continuaba. Hoy en día me atrevo a decir que lo sigo admirando por la persona que es, «un superhéroe», pero esta vez con otros poderes que deseo tener, unos cuantos de ellos es, su sencillez y humildad, su paciencia y amor a las cosas. Creo que son los poderes más bonitos de mi viejo, los cuales deseo que nunca se acaben y que sería ideal que me los heredara.
Al ver a mis primitos y sobrina, me hace reflexionar que los niños ven a sus padres, abuelos, hermanos mayores, tíos, cómo aquellos superhéroes, y que bueno poder ser ese referente en el que podamos enseñar y cultivar cosas buenas en ellos, que el salvar a otra persona sea sirviendo de alguna manera, a la vez aprender a perdonar, a ser humildes y sencillos, cómo nuestro Padre Dios está atento y nos salva de muchas cosas, lo cual sería para nosotros el gran superhéroe.