Cuarta semana de Pascua VIERNES / Jesús Resucitado nos invita a su casa

Jesús Resucitado nos invita a su casa
Juan 14,1-6
“Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros”

Comenzamos una nueva etapa en nuestro itinerario bíblico, la última, nuestro caminar pascual con Cristo resucitado. Por eso, a partir de hoy, leeremos una de las secciones más bellas del evangelio de Juan: el “discurso de despedida de Jesús” que se encuentra en los capítulos 14 al 17 de este evangelio.

Del rostro del pastor enamorado pasamos ahora a la descripción de vida de su amor por los suyos y a la exposición amplia de la manera como teje una profunda relación. Estamos ante un discurso de Jesús extenso pero profundo y emocionante.

El contexto

Para entender mejor el texto reconstruyamos brevemente la situación. Jesús les ha anunciado a sus discípulos que se irá y que la comunión de vida, la convivencia, la amistad sostenida durante tres años entre ellos llega a su fin con la muerte en la cruz, ya no lo verán, y perdonen la redundancia, visiblemente.

La nostalgia surge entonces como un sentimiento cruel que aprieta la garganta. La primera reacción de los discípulos deja entrever que, según ellos, el seguimiento estrecho del maestro, la amistad sabrosa con él, no habría sido más que algo pasajero que queda para el recuerdo una vez que la muerte se interpone en medio del amor y separa para siempre a los que se han amado intensamente.

Por eso a la hora de la despedida, en medio las lágrimas, tratando de aprovechar con intensidad los últimos instantes que les quedan juntos, la palabras de la despedida se van convirtiendo poco a poco en palabras de consolación.

Jesús les explica a sus amigos que no se separa de ellos para siempre sino que su separación marca un giro importante en la vida del discipulado. No se trata del fin sino de un giro importante y decisivo en la manera de seguir a Jesús. Dicho giro tiene como finalidad la creación de lazos de amor todavía más fuertes, profundos e indestructibles que los anteriores.

El pasaje de hoy nos introduce de lleno en este tema. Detengámonos en los tres puntos principales del texto:

  1. Confiar en el Maestro

Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1).

“No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido, Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35). Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de
uno a quien todo se le vuelve oscuro: la pérdida de todas las seguridades. Es una sensación desagradable. Por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos.

Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Seguir viviendo sin el amado es como morir.

Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “creéis en Dios, creed también en mi” (14,1b).

Jesús no será visto más físicamente, por eso da una pista importante: así como Dios no es visible a los ojos mortales, tampoco Él lo será. En otras palabras, así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. Jesús y el Padre están al mismo nivel.

El primer paso a dar, entonces, es de la fe como actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la separación: “¡creed!”. A Jesús y al Padre se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y actúa en comunión inseparable con el Hijo.

Al “no ver”, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y el Hijo, construyendo todo sobre ellos, sobre el piso sólido de su comunión eterna. Es en esa comunión eterna que los discípulos ahora deben poner la mirada de fe que le da sentido a sus vidas.

2. Contemplar el Misterio Pascual

Esta nueva forma de comunión es un don de Jesús. Por eso Jesús les pide enseguida que contemplen su obra pascual: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles un lugar? Cuando haya ido y les haya preparado el lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, a fín de que donde yo esté, estéis también vosotros” (14,2-3).

No es Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa, así como lo que se aman construyen una casa para vivir juntos.

Hay tres pistas importantes:

• Para Jesús, la muerte es un retorno a la casa del Padre (ver también 13,1). De esta manera, exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.

• Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: lo decía refiriéndose a su propio cuerpo. Entonces Jesús resucitado es la nueva construcción, el nuevo Templo en cual se “habita” en Dios.

• Jesús no es un templo vacío: Él viene, toma consigo a aquellos que han entablado una profunda relación con él y los lleva a la comunión eterna consigo y con el Padre.

La Pascua de Jesús fue la preparación de la “morada”.

3. Hacer el camino para entrar en la “casa”

Pero el don de Jesús, que se acaba de describir, pide nuestra participación, nuestro compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”. Hay que ponerse en movimiento por el camino que es Él mismo: sus palabras, sus obras, todo lo que supone la convivencia amiga con él. Esto es lo que los discípulos ya aprendieron en la convivencia terrena con él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14,6).

Se trata de un camino que conduce a la verdad y a la vida, es decir, al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno. El camino conduce no sólo a un conocimiento sino también a una relación con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación que genera una unión en la cual se genera una vida eterna.

Dejemos que la Palabra nos lleve a la oración:

“Jesús, ahora sabemos que nada ni nadie nos puede separar de ti. Nada nos puede separar de ti si acogemos el don de tu casa y si aceptamos el reto de caminar en ti hacia la verdad y la vida. Yo sé que sin ti no puedo vivir, pero también sé que gracias a la morada que me has preparado con tu muerte y resurrección, viviré para siempre contigo porque tu voluntad es que allí donde tú estés también estén todos los que tú amas. Y yo sé que tú me amas”. Amén.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

  1. ¿De qué sienten miedo los discípulos? ¿Cuál es la raíz de mis temores?
  2. ¿Qué relación hay entre la Pascua de Jesús y la preparación de la morada en el cielo? ¿Es Jesús resucitado el “mundo vital” en el que quiero habitar eternamente?
  3. ¿Qué hay que hacer para entrar en la “morada” de Jesús?

“Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta”

(Santa Teresa de Jesús)
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