FE DE CARBONERO

La fe no es una conclusión científica o filosófica. Es un don, un don de Dios. Como don no es un derecho, es un regalo. Es un regalo de Dios para el humilde, jamás el soberbio, mientras lo sea, podrá esperar recibirlo.  

El soberbio en el fondo es un blasfemo, se considera suficiente, único, superior; por ello es la caricatura deformada u abominable de Dios. El humilde en cambio es consciente de su pequeñez, de su incapacidad, de su soledad; llega incluso a ignorar que es humilde.   

Ninguna ciencia por si sola tiene la capacidad de demostrar la existencia de Dios.  Dios no es objeto de ciencia alguna. La revelación excluye el experimentalismo o demostración de laboratorio que preconiza el positivismo científico.  

La filosofía, como cause ordenado de la razón, tampoco es suficiente para demostrar la existencia de Dios.  La razón o la intelección del hombre es limitada, sujeta a error, impregnada de preconceptos culturales o históricos que puedan distorsionarla o condicionarla. Siempre que el hombre razona no puede prescindir de la posibilidad de equivocarse.   

Cuando la ciencia, la técnica o la filosofía pretenden ser instrumental único para llegar a Dios, se produce el efecto contrario de su distanciamiento. El científico, el técnico y el filósofo con tal pretensión es un soberbio y un pedante, como también lo seria el teólogo que con meras disquisiciones, pretenda llegar a Dios. Para ellos la fe quizá no es un don, es un conocimiento del que se creen dueños.  Esa teología de escritorio podrá servir para fundamentar libros, conferencias o alegaciones, pero jamás conlleva la intuición de Dios. Dios así no se comunica, se evade. 

Buscar a Dios no es pretender comprenderle, no es ver su justicia comparándola con el formulismo cariturezco de la nuestra; no es apreciar su bondad por las prerrogativas temporales que tengamos; no es saber que es omnisapiente por cuanto no le comprendemos.  

Dios es superior a toda creación artificiosa y comparativa del hombre, va mucho más allá del sumun de las cualidades meramente humanas.  De considerarlo como compendio superlativo del hombre, estaríamos más cerca del nazismo que del teísmo. Dios pues no es bondad, no es belleza, no es sapiencia, no es fuerza, no es poder, no es síntesis o atributo alguno. Las cualidades o atributos son simples categorías, axiológicamente denominadas valores.  

El hombre es su poquedad, en su limitación, a fin de lograr una representación ha acudido a símbolos, cualidades o calidades humanas resaltadas para formar su imagen de Dios. Pero ese dios asi formado es un dios creado, un dios símbolo, un dios deformado y pigmeo. Dios rebasa toda limitante, es indefinible e incomprensible. No es simplemente una yuxtaposición de cualidades.  

Así como el sol no es luz, ni es calor, ni es energía, así tampoco Dios es bondad, sapiencia ni poder. Quien recibe un rayo de luz solar sabe que el sol existe, así ignore la astrología. Asi también quien ha recibido la intuición de Dios, sabe que Él existe así nunca pueda humanamente conocerle. 

Justamente por ser Dios, es ajeno a la comprensión humana. Comprenderle sería ser en alguna forma coparticipes de Su divinidad.  Comprender el genio es tener casi su misma dimensión. La comprensión pena de un Kant, un Eistein, un Mozart, un Picasso, es tanto más difícil, cuando no imposible, si no tenemos su misma o similar genialidad. Si eso se dice de los hombres, tanto más y con mayor razón con relación a Dios. Comprender a Dios es vana y pueril osadía. Cuando la filosofía, la ciencia, la técnica y aún la teología misma, tratan de comprenderlo son soberbias. Ellas solo podrán ser auxiliares en la intuición de Dios, cuando el estudioso con humildad acude a Dios mismo en busca de luz y profundiza sin condicionamientos distintos, el acervo de conocimientos humanos.  

El conocimiento de Dos es la recompensa es la recompensa ultraterrena de haber actuado en consonancia con el orden natural. Mientras estemos aquí no podemos pretender conocerle, nos ha de bastar el pedirle nos regale su presencia intuitiva, valga decir la fe. 

En veces, los hombres cargados de símbolos y quizá anhelantes de la visión beatifica, pretendemos identificar a Dios con personas u objetos. Asi como en el antiguo testamento se llego a pensar que Dios era la misma Arca de la Alianza, así también tenemos tendencias conscientes o inconscientes de identificarlo con dichas cosas. 

Así como el mismo rasero ya descrito, cuando llegamos a la biblia, pretendemos comprenderlo todo, buscar una verdad más histórica, cronólogica o anecdótica que el verdadero mensaje de Dios.  Solemos calificar y clasificar los relatos bíblicos, dividir los personajes en salvo o réprobos; somos buscadores de la literalidad de las palabras más no del Espíritu que las ilumina. Quizá nunca comprendamos que ellas reflejan una intuición de Dios, que como tal será siempre moderna. 

Cargados como estamos de símbolos, de gestos y de frases, no somos capaces de tender entender plenamente, que la Eucaristía no es un símbolo más, sino la presencia real y viva de Dios, del Dios vivo.  Nuestra ausencia de fe nos hace ver simplemente lo que vió SaSartre en la “Nausea”: Un hombre bebiendo vino delante de circos encendidos y de mujeres arrodilladas. 

Tampoco para el ciego de nacimiento existen los colores, pero es un arrogante soberbio si se empecina en negarlos por que no los percibe. La verdad existe independientemente de su captación y de su demostración. Galileo y Colón dijeron la verdad, así en su época nadie la hubiese tomado por tal. Quien niega lo que no comprende y por el solo hecho de no comprenderlo , más que soberbio, que también lo es, es un fatuo, que cree que la inteligencia y la compresión terminan en él.  

A Dios se llega por el camino del despojo, de la desnudez  plena, de la elementalidad. Cuando nos despojemos de lo terreno , de lo que se transforma, de lo que perece, de lo que podemos perder o adquirir estaremos próximos a Dios, seremos humildes. 

Francisco de Asís entendió aquello de la desnudez plena, y la amó tanto que la llamó “hermana pobreza”. Así desnudo como un niño, con verdadera pobreza de Espíritu, llegó a ser como el más, acreedor a la primera de las bienaventuranzas. 

El cura de Ars distó mucho de ser un teólogo, sin embargo a Dios, porque la fe es como el sol entre las manos, imposible de ocultar. Para el faro no hay naves y a todas guía, por fe es amor. 

Ser humilde es saber amar, saber darse. Quien ama se da, se entrega, sabe que es pequeño que precisa de ayuda pero que también tiene hermanos menores que le hacen menester. Sabe también que su verdadero orgullo es ser hijo de Dios, que su única esperanza es recibir como premio su Verdadero conocimiento. 

La fe es un despojarse, es una suplica, no es un encontrar, es el comenzar una búsqueda. 

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